Encontrar a una chica en América, de Andre Dubus (Gallo Nero) Traducción de David Paradela | por Óscar Brox

Andre Dubus | Encontrar a una chica en América

Por encima de cualquier otro mérito literario, Andre Dubus cultivó en sus relatos el arte de la observación. Mirar. Ver un poco más adentro esos dramas suburbiales que, después de todo, no tenían nada de extraordinario. Familias rotas, matrimonios en descomposición, relaciones frustradas, también frustrantes, y problemas morales atravesados por vicios y adicciones. El amor y el adulterio, el fracaso y ese punto de éxtasis vital que apenas nos roza de tanto en tanto. Poco más. Y, sin embargo, qué difícil es no salir tocado de sus relatos, afectado por esa manera de acercarse a los asuntos humanos, atento a cada movimiento con el que describe los infinitos vaivenes de sus personajes. Y eso que, tal vez, Encontrar a una chica en América sea su colección de historias menos accesible. O, dicho de otra manera, más variada en los intereses de su autor. 

El denominador común de la mayoría de los relatos es cierto sentimiento de soledad, del que hace partícipe a casi cualquiera. Los hombres de oscuro podría ser una reflexión sobre la amistad entre dos hombres, precisamente, divididos por el rango que detentan en la Marina; es decir, por su capacidad para aceptar unas reglas ya establecidas o transgredirlas porque, al fin y al cabo, no van con la naturaleza de uno. Dubus lo plantea como una pequeña historia con cierto grado de tensión que, sin embargo, desemboca en un desenlace anticlimático. Lo importante, parece, es que esos dos hombres tan diferentes en escala y rango se reconozcan el uno en el otro. Que uno escuche, es un decir, los motivos del otro. Y, así, de alguna manera, todo pueda tener su razón de ser. 

Me gusta esta idea porque podría ser la base de la escritura de Dubus: escuchar lo que tienen que decir sus personajes. No dejarse llevar solo por lo que sienten o por las dudas con respecto a eso que sienten, que es la parte fácil; escuchar, en cambio, cómo ponen todo eso en palabras. Cómo son capaces de dar con las expresiones, con los matices, atravesados por el alcoholismo y el consumo de cigarrillos, por el deseo y las diferentes formas del querer. Su amante es la miniatura de esta colección, casi una historia con toques de humor negro en la que Dubus parece construir una ficción que bien podría encajar en lo que sucedió en el Rancho Spahn cuando su dueño, ya anciano, permitió a la Familia Manson vivir en sus instalaciones. Aquí el autor reduce todo a la mínima expresión y lo encapsula en algo así como el sueño dulce, húmedo y lúgubre (según el momento) de un viejo a propósito de su amante mucho más joven, también presunta homicida. Lo retorcido del argumento, sin embargo, no es óbice para que Dubus describa esa extraña sensación de amor, o de cariño, o de necesidad, que parece poner todas las cosas en su sitio por muy excéntrica que sea la situación. 

Con El misógamo encontramos a otro personaje dubusiano, Roy Hodges, marcado por un compromiso al que, andando el tiempo, ya no sabe cómo hacer frente. Da lo mismo que la mujer con la que va a casarse sea maravillosa, la cuestión es que no sabe cómo explicar lo mucho que ha cambiado durante la separación. La transformación silenciosa que le ha convertido en otro hombre. La distancia emocional y, sobre todo, esa maravillosa imagen en la que su protagonista es capaz de comprimir lo que ha dado de sí su vida en apenas una hoja. Demasiado poco. Queda mucho por vivir, por sedimentar. 

Algunas de esas preocupaciones cuajan en el relato más largo de la colección, prácticamente una nouvelle: Encontrar a una chica en América. Se trata de una historia difícil, porque nunca sabes muy bien qué parece más importante: está la melancolía de Hank, que apenas acaba de rebasar la auténtica madurez (va camino de los 40). Su alcoholismo, su dependencia mental a un estado de cosas que, por otro lado, no le proporciona ningún tipo de felicidad. Está Lori, que aún no ha cumplido los 20 y lleva un año pegada a Hank, desde que fue espectadora de la descomposición de la relación que aquel mantuvo con su amiga Monica. Está cierta arrogancia cultural, esto es, del tipo que parece necesitar una validación intelectual constante para reforzar los lazos sentimentales -no puedes conocer a una persona si antes no has leído lo que tiene escrito. Y está esa frustración tan turbadora que sacude a la Norteamérica suburbial cada vez que un matrimonio se descompone: el juego del adulterio, la picardía de la juventud, la melancolía del sexo adulto y esas inseguridades que brotan una y otra vez y se silencian entre tragos de ginebra y chupitos de tequila. 

Dubus describe todo ello con tanta precisión que no resulta raro que invoque en su cuento al espíritu de Chéjov. Nos muestra a sus criaturas con la misma distancia prudencial con la que observaría a los parroquianos de un bar; atento a sus singularidades, con el oído puesto en sus medias verdades y medias mentiras; afilando el lápiz, la pluma o la tecla de la máquina para tratar de desentrañar el misterio de lo cotidiano, de esa tradicional mediocridad con la que transcurren la vida adulta, las familias descompuestas y los apetitos sexuales. Y qué maravilloso resulta leer al autor de Vuelos separados desgranando todos esos problemas morales, zarandeando a sus criaturas, prestándoles su oído y su voz, dibujando sus desgracias y sus pequeñas virtudes. Dándoles algo de vida, la suficiente como para preguntarse por qué son como son. ¿Por su alcoholismo? ¿Por su mala moral? ¿Por sus dificultades a la hora de decidir? O porque, simplemente, la vida no se agarra tan fácilmente cuando encuentras a alguien que te hace sentir menos solo. No tengo muy claro si este relato es un retrato de Hank o de Lori, o de ese personaje fascinante, siempre en último plano, Edith, la exmujer de Hank, amargada porque aún no ha descubierto cómo engañar a la moral de la vida adulta. Todos son víctimas de su naturaleza oscura y, al mismo tiempo, personajes que palpitan en cada una de las hojas del relato. Nos recuerdan todas las contradicciones que forman parte de estar vivo y las diferencias entre lo que deseamos y lo que queremos, lo que pensamos y lo que decimos y, en especial, en cómo tratamos de describirnos cuando sentimos la mirada de los demás sobre nosotros. Asuntos, todos ellos, humanos. La materia viva con la que Andre Dubus fraguaba sus relatos.   


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.