Unos apuntes totalmente personales a partir de La Cárcel de Papel. Hay que decir que el periodo que abarca este libro (2002-2016), que es también el de aquella página homónima, coincide en buena medida con mi propio recorrido personal, ligado al cine asiático, en mi caso. Cambian algo las formas (el blog por un foro), pero no cambian de ningún modo los tiempos y las experiencias y, también, el aire de un tiempo que se perdió en algún momento, entre fotografías siempre iguales y pensamientos nunca superiores a los ciento y poco caracteres. Un tránsito que responde a unas razones muy profundas y que, al leer La Cárcel de Papel, se vuelven a hacer evidentes (aunque no nos cabe la más mínima duda a aquellos que lo hemos vivido). Las razones profundas son que en algún momento en internet se tuvo la voluntad de intercambiar (no solo archivos, sino pensamientos, experiencias, cosas que nos habían emocionado), de encontrarse con los demás, mientras que ahora nos conformamos con sumarlos a un número de seguidores (irónicamente llamados amigos) y con decir algo ingenioso, de tanto en tanto, sin la más mínima esperanza de llegar a nadie. Álvaro Pons dice que La Cárcel de Papel, su blog, solo tuvo la fortuna de llegar el primero. Tal vez. Pero lo cierto es que más allá de eso tuvo la misma voluntad de otros tantos: transmitir aquello que le apasionaba a los demás. Con argumentos, con palabras, con aquellos textos interminables que escribíamos pero que nos resultaban (misterios) más sencillos, más fáciles, más evidentes, que esa línea o medio párrafo que se nos pide ahora. No, no es que ahora todos tengan menos tiempo para leer. Desgraciadamente es que nos hemos instalado en la nada, el chismorreo o, peor, la indiferencia. Dicho lo cual…
Leer La Cárcel de Papel es, por encima de todo, leer la historia social del cómic en nuestro país en los últimos quince años. Tal vez no tantos, porque aunque abarca todo estos años, lo cierto es que el último lustro no está igualmente representado (ese momento en el que la vida real se impone). Pero, en todo caso, las discusiones, en este arte como en los otros, son eternas: género contra autor, superhéroes a la deriva o no, grapas, tomos, formatos, editoriales, derechos, autores intocables o perfectamente manoseables y así hasta cualquier cosa, precisamente porque antes a todo el mundo le daba por discutir. Y como no valía con un me gusta o con poner redondeadas caritas de enfado, las discusiones eran kilométricas, siempre con la confianza de que, en una de esas, lograbas convencer al otro (u otros). En aquellos tiempos, hasta los trolls daban sus razones. Seamos sinceros. Dentro de quince años nadie podrá recopilar un libro como este. O será un libro bien pequeño. Pero no, no es justo. Hay todavía gente que sigue pensando que es posible escribir y hasta convencer. Solo desde la vejez y el cansancio del corredor de fondo, se ve todo un poco más oscuro. Otro día hablaremos de los lectores.
No estamos ante un libro de reseñas de cómics, aunque las haya. Pons ha preferido centrarse especialmente en esa historia social, que, como siempre, es una historia personal. Sus razones son las razones de otros tantos, y, tal vez, lo primero que nos enseñó internet a aquellos que habitábamos en aldeas galas, temerosos de que el cine se viniera sobre nuestras cabezas, es que no estábamos solos. Que tal vez no éramos miles, pero sí los suficientes para sobrevivir con nuestras certezas y dudas. El cómic pasó de ser una diversión para niños a convertirse en un arte, el noveno, que buscaba su propio camino. Y todo eso está reflejado aquí, porque, en lo que respecta a nuestro país, fueron estos los años en los que cambió todo a mejor, hasta llegar a este momento, seguramente difícil de imaginar allá por el principio de este siglo. Y no me cabe la menor duda de que buena parte de esa evolución se debió a que existían sitios como La Cárcel de Papel, capaces a recoger en sí mismos las necesidades de unos lectores desde la individualidad de uno de ellos.
El libro ha conservado las formas del blog. No hay reescritura y esto, que algunos les puede chocar, forma parte también de su encanto, al preservar otros modos, más directos, más personales, de encontrarse con los demás. Dividido en varias partes, que abarcan desde el día a día de un lector de cómics hasta la reseña de aquellos que considera imprescindibles, tiene el rigor de uno de los mayores expertos de cómics de este país y la intimidad de quién escribe un diario, por muy público que este sea. Y, con ello, la sensación, página a página, de compartir una histórica común, con sus acuerdos y desacuerdos, pero viva.
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