Pájaros negros, de Agnieska Hernández (Ediciones del Bufón) | por Juan Jiménez García

Agnieska Hernández | Pájaros negros

Superponer planos, reconstruir realidades. Podría escribir sobre el teatro documental, pero, en el caso de Agnieska Hernández no lo veo, o no lo veo como creo entenderlo, aunque solo entiendo el teatro como tal, como un todo del que no me gusta mucho extraer partes y menos etiquetas. Podemos pensar que hay un desplazamiento de esa parte a algo más. Así, Jack the Ripper: no me abraces con tu puño levantado, estaría más cerca de una representación testimonial. Los pájaros negros de 2020, sería aquello de lo que escribo cuando escribo de superponer planos, y El diario de Ana Frank / Apnea del tiempo sería la consecuencia de esa evolución dramática. La primera con la experiencia de la segunda para llegar a esa tercera. Hay más obras. Un aprendizaje, un trayecto. No solitario. Agnieska Hernández está detrás de su propia compañía, La Franja Teatral, y también de los montajes de buena parte de sus obras. He podido ver una de ellas. Precisamente Los pájaros negros de 2020, que da nombre a esta reunión de obras y que, seguramente, es la más interesante, en la medida que, como decía, contiene todas las búsquedas y las cosas encontradas. La representación insufla una nueva (desconocida) vida a un texto dramático ya de por sí muy potente. La compañía cubana no solo tiene oficio, sino instinto, y eso se refleja en una amplitud de recursos y una musicalidad. Como una cuestión de ritmo, pero también porque la música está presente de principio a fin. Una energía renovada. Si queremos reconocer la tarea de darle vida a un texto teatral, aquí encontramos un buen ejercicio.  

Documental erróneo, llama, entre otros términos, Caridad Tamayo Fernández en su prólogo al teatro de Agnieska Hernández. Me gusta esa definición, por encima de falso documental. El falso documental me trae una sensación de realidad construida, mientras que el error me lleva al azar, al accidente (entendido como ruptura de la normalidad). En Jack the Ripper: no me abraces con tu puño levantado tenemos a la autora enfrentada a esa realidad que intenta reconstruir. Tiene un actor y, a través de su interposición, intenta reencontrar ese punto en el que se encontró con Emilio o Jack de Ripper, uno de los nombres con los que se conoce a un joven delincuente, entonces en prisión. Las conversaciones en la cárcel, la negativa de él a seguir siendo utilizado a cambio de nada. La reconstrucción de la realidad se encuentra con la realidad que le impide ser reconstruida. Entonces, lo que queda es la imposibilidad. La autora es un personaje más. En las nuevas realidades, las personas siempre son personajes. Se pregunta si tiene que invitar a Emilio a patinar en la obra. ¿Qué cambiaría? Desde hace mucho, sabemos de la necesidad de la mentira para encontrar la verdad. ¿No es eso (también) el teatro? El arte en su conjunto.  

Pensemos en Los pájaros negros de 2020. Se superponen distintas historias, distintas relaciones. Esa superposición es también la superposición de distintas razas (qué palabra más horrible, convertida además en vómito; la autora dice: sin razas). Distintas historias, blancos y negros. La novia (blanca), el novio (negro), Shirley Temple (blanca), Bill Robinson (negro eclipsado), Derek Chauvin (blanco), Georges Floyd (negro asesinado). Todo es cierto, en este documental claqué. A cada cual, su historia, y la historia de cada cual, como una sola, un viaje musicado, bailado, a través de la frustración. La frustración de ser. Ser diferente. Cuando eres diferente, te encuentran distintas maneras de desaparecer. La muerte, el corte de una escena,… Distintas maneras. Los campos de algodón, el asfalto de las ciudades. El cielo está despejado, de un azul intenso. Canto de pájaros. Cuesta escribir sobre las tragedias en mañanas así. Pienso que el ser humano es profundamente trágico. Ama la tragedia. Solo hay que encender la televisión para entenderlo. Los mejores actores trágicos han sido los cómicos. Aquí, las historias caen, nos derrumban. Sin embargo, es como un fin de fiesta, solo que los fines de fiesta son lentos, cansinos, mientras que aquí todo va muy rápido.  

En El diario de Ana Frank / Apnea del tiempo, por el contrario, el tiempo se ha suspendido. Abolido. Escondidos tras una falsa pared, la realidad es una que solamente les pertenece a esas personas atrapadas. La otra, la realidad compartida, llega agotada a través de la radio, o forma parte de los recuerdos del pasado, cuando todavía eran libres. Huyen, y en esa huida, Agnieska Hernández incluye todas las demás huidas del siglo, e incluso de todos los tiempos. Huidas tremendas, colectivas, o pequeñas, personales. ¿Se puede compartir una huida? (pienso). Sabemos que no acabará bien, que el optimismo infantil de Ana no acabará bien. Que le encierro tendrá su fin y entonces llegará la muerte. No así, de inmediato, sino arrastrándose por el tiempo, que se ha vuelto a poner en marcha. Como en las otras obras, hay una voluntad de vivir, vivir en tiempos suspendidos. En la cárcel o atrapado bajo una rodilla. Subiendo una escalera o en la parte de atrás del mundo. Documental erróneo. Error. Accidente. Interrupción de la normalidad. La obra dramática de Agnieska Hernández es una constatación de la pérdida. Una pérdida irreparable, pero un aviso para evitar próximas derrotas.


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