Desterro, de Manuel Barea (Alrevés) | por Juan Jiménez García
¿Qué es Desterro? Según quienes la habitan es desierto y olvido. Desierto porque ese es su espacio geográfico, un lugar en ninguna parte al que se va porque no se quiere ir a ningún sitio. Ese lugar geográfico que no aparece en los mapas o solo un poco. Un minúsculo punto en el que nadie reparará a menos que lo vaya buscando. Fuera de esa geografía, es un espacio existencial. Para lanzar la existencia a un agujero negro. Ese es su olvido. Un lugar para que se olviden de ti y tú de ti mismo. Un lugar en el que se pregunta sin convicción, sin esperanza de recibir una respuesta que vaya más allá de la pura cortesía o de la simple mentira. Y allí, en Desterro, es donde discurre la segunda novela de Manuel Barea, publicada por Alrevés.
A Desterro llega Martín Bierzo. Llega en un Bentley conducido por Asensio, un tipo pasado de peso, chófer. Tienen una misión (porque, recordemos, a aquel lugar solo se va con un firme propósito), encargada por el dueño de todo, Roy LaBlum. Martín Bierzo es un tipo que bebe agua y eso ya lo haría especial por allí. También es un asesino a sueldo y eso ya no le hace tan especial por allí. En un lugar donde todos parecen esconder algo no es difícil encontrar a alguien que lleve a cabo su misión. Ese será el Dragón. Un huido más que simplemente se instaló allí dónde había un lugar y un nombre vacío.
Aunque formalmente Desterro pueda ser considerada una novela negra (los límites del género y todo aquello de los que nos hemos acostumbrado a decir), lo cierto es que la obra de Manuel Barea tiene mucho de western. Tiene el paisaje (aunque también podría ser el paisaje de Jim Thompson, por ejemplo) y una manera de hacer las cosas. Ese todos contra todos, esos duelos, ese gusto por las armas e incluso ese restaurante de pueblo, el único. Tiene esa soledad del Oeste, esa dificultad para encontrarse y esas afinidades eléctricas, que surgen de apenas nada.
Los personajes viven con la misma convicción que mueren. Con las mismas razones: ninguna. Pura circunstancia. La galería es amplia y todos tienen algo que ocultar (por eso este es su lugar). También algo que vengar, alguien a quien odiar, alguien por el que matar o volver a matar, según la ocasión. La muerte está por todos lados y es una simple cuestión de estar en el momento exacto del momento exacto de otro. Una cuestión de instantes, porque en Desterro los instantes son los que lo determinan todo, perdidos en unos días que se parecen demasiado a otros. La llegada de Martin Bierzo solo será el disparo de salida para un día en el infierno. Un mal día para el resto del mundo, un día como otro cualquier en Desterro.
Desterro es una novela intensa. Intensa en su planteamiento de unir géneros o resonancias, de amalgamarlas trabajando el estilo minuciosamente, línea a línea, palabra a palabra, hasta encontrar el punto justo en el que poder colocar a esos personajes terminales al final de un viaje. El ambiente se convierte en un personaje más de la trama, tal vez el más importante, el que le da sentido a todos. Novela de gestos en la que las palabras son un gesto más. Un libro construido a través de la libertad del género para encontrar unas formas narrativas que logran ser ligeras a base de ese esfuerzo de escritura. Un paso más allá hacia un lugar con nombre, tras el que apenas quedará nadie. Solo un mal día.
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