Vida de un idiota y otras confesiones, de Ryūnosuke Akutagawa (Satori) Traducción de Yumika Matsumoto y Jordi Tordera | por Juan Jiménez García
La vida de Ryūnosuke Akutagawa no fue fácil. A priori lo tuvo todo, incluido el reconocimiento en vida como uno de los escritores japoneses más importantes de su tiempo. Y, sin embargo, en ningún momento logró olvidar la locura de su madre y, en gran medida, sentir que eso era algo a lo que él estaba destinado. Sus relatos históricos, muchos de ellos personales reescrituras de sus lecturas chinas, irían dejando paso a otro tipo de relatos autobiográficos en mayor o menos medida. Un trayecto que coincidiría con el suyo propio hacia la desesperación y el suicidio, hasta el punto de que sus últimos relatos están escritos con su muerte y constituyen sus últimas palabras, como persona y como escritor. Vida de un idiota y otras confesiones, editado por Satori, es precisamente la reunión de esos testimonios de un hombre que buscó por encima de todo la belleza y que acabó encontrándose con aquello que más temía: su pasado.
De los aproximadamente ciento treinta relatos que escribió durante su vida (aunque estén prácticamente todos concentrados en un periodo de diez años), estos autobiográficos no son más que media docena, dos de ellos, como decíamos, testamentarios. Escritos entre 1923 y 1927 nos dejan testimonio primero de ese viaje hacia la muerte y, segundo, de que ese viaje está anclado en su propios recuerdos. A ellos, esta edición ha incluido acertadamente Las mandarinas, un pequeño relato en el que aún había esperanza, a través del viaje en tren en el que coincide con una niña, una niña que al principio le repele pero que, en una imagen fugaz, le trae algo de luz.
En Extractos de la agenda de Yasukichi, Akutagawa rememorará, a través de cinco fragmentos, de cinco páginas arrancadas al tiempo, sus días como profesor de inglés en la ciudad de Yokosuka, un oficio que desempeñó hasta que pudo ganarse la vida escribiendo. Tras él, Al borde del mal, escrito en una época en la que su actividad como escritor se ha reducido notablemente por el empeoramiento de su salud, es una pequeña pieza impresionista, apenas una ensoñación. Registro de defunciones será aquello que su título indica: el relato de las muertes de su madre, de Ohatsu, su hermana mayor, y la de su padre. Unos padres que le dejaron en manos de sus tíos para evitar, no parece con mucha fortuna, la mala suerte que presagiaba su nacimiento. Así empieza: Mi madre estaba loca. No he sentido ni una sola vez afecto filial por mi madre. Ese mismo año de 1926 su estado empeora, y el escritor pasa un tiempo en un centro de salud. Su cabeza se dirige a toda velocidad hacia el abismo, y en Engranajes, su siguiente relato, se hará eco de todo ese progresivo proceso de extrañamiento, de abandono de sí mismo.
Sus dos últimos relatos serán póstumos. Serán póstumos porque están escritos ya desde la muerte. Vida de un idiota será un resumen fragmentario de una vida en sensaciones, en instantes que desaparecen entre sus manos, entre la poesía y la prosa. Cincuenta y un momentos, que acaban con aquel al que significativamente llama Derrota, en el que la mano tiembla. Nota enviada a un viejo amigo es el punto final. Su carta de despedida, una despedida en la que no había dejado de pensar en los últimos dos años. Con ella termina también la obra de Ryūnosuke Akutagawa. Todos estos relatos conforman algo muy especial. Sí, en ellos está la muerte y el suicidio, pero también la búsqueda de la belleza, que para él era el objetivo último del escritor, por encima de historias y formas. Todo debía ser entregado a esa búsqueda, hasta la vida. Y eso es lo que encontramos aquí: todas esas cosas a las que se quiso agarrar, todas esas botellas que lanzó al mar, todo aquello por lo que merecía persistir, pero que, al final, no fue suficiente porque cabeza ya no le sostuvo, abandonando el cuerpo. Tenía treinta y cinco años.
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