Cinco llaves del mundo secreto de Remedios Varo, de varios autores (Atalanta) | por Juan Jiménez García
En las múltiples vidas de Remedios Varo, la última, coincidente con su matrimonio con Walter Gruen y una tranquilidad adquirida, le otorgó ya un lugar en la pintura. No en la pintura española (lugar que igual está aún por encontrar, pese a todo), sino en el exilio, en aquel México que la había acogido tras pasar por el París surrealista. Su obra desde aquel lejano entonces no ha dejado de ser apreciada y de entrar en valor, pero su misterio, el misterio de sus cuadros sigue presente, en una artista que vivió con su tiempo, abrazada a él. Un tiempo del que no dejaba de absorber cosas. Y por eso este libro que ahora nos trae Atalanta, Cinco llaves del mundo secreto de Remedios Varo, es tan importante y tan interesante con respecto a todo lo que se ha escrito sobre ella (que no es poco).
Es importante porque la obra de la pintora responde no a un solo parámetro sino a una multiplicidad de inquietudes, esas llaves de las que habla en título. En sus cuadros, que juegan con el misterio, con los elementos fantásticos, con el enigma, en definitiva, se puede encontrar el rastro que dejaron sus lecturas, sus sueños, su interés por otras prácticas.
Así, tenemos una llave esotérica, trazada por el texto de Tere Arcq. En un ensayo revelador y lleno de ideas, intuiciones y pruebas, buena parte de su obra irá encajando entre las líneas trazadas por Gurdjieff, Ouspenski y el Cuarto Camino, que llegaron a México de la mano de alguno de sus seguidores (aunque también pudo tener contacto con ellos en París). Varo asistió a talleres, prácticas y experimentaciones que luego tendrían una traslación a sus obras, ya fuera en aquello que representaban o en un cierto tono, construyendo unos mundos, unas relaciones espirituales.
La arquitectura, otra de las llaves, es igualmente un elemento determinante en los mundos creados por la pintora. Llenos de referencias a un sólido Medioevo que tiene mucho de imaginario, sus edificios son puras apariencias que no resisten disoluciones o ser fantasmagóricamente atravesados. Esa vaporosidad de la piedra, de lo construido, tendrá su concreción en un cuadro como Vagabundo, en el que hombre es su propia casa (o la casa el propio hombre).
La llave literaria es doble. Jaime Moreno Villarreal escribe sobre esa especie de cuento de hadas o maravilloso narrado en los cuadros de Varo (puesto que no solo tienen mucho de narrativo sino que pueden llegar a contener una historia completa, plenamente desarrollada). Un gusto por lo maravilloso que era muy de los surrealistas, con los que no solo trató en los primeros años sino que incluso mantuvo una relación con Benjamin Peret, ojito derecho de André Breton. Un surrealismo que dará una nueva llave. Una llave a medio camino entre sus primeras experiencias anteriores a sus encuentros formales con los surrealistas (como cadáveres exquisitos en forma de collages o algún cuadro de su primera época) y también los posteriores. Pero, independientemente del papel de las mujeres en el movimiento surrealista (visto demasiado a menudo como meramente testimonial o presencial), Varo tenía una visión que podía coincidir en las palabras con las de ellos, pero no en las formas finales. Una cierta desafección que producirá una obra escasa, convertida en simple esbozo del porvenir.
En esas coincidencias, que no acababan de concretarse, se encontraría la llave onírica, un proceso alquímico del sueño (por utilizar la expresión de la autora del texto, Fariba Bogzaran). Aunque hay que decir que la pintora llevó un cuaderno en el que anotó diez sueños (Cuaderno de sueños y recetas), ese mundo onírico se intuye en su propia obra más que responde a estos sueños (que también, pero ¿por qué no anotó más sueños si estos jugaban un papel dentro de ella?). El análisis del sueño número diez revelara el rastro de este en alguna de sus pinturas.
La segunda llave literaria la traerá Sandra Lisci, siguiendo el rastro en algunas obras de El Principito de Saint-Exupéry o en la poesía (es lo mismo). Una poesía muy presente en todos sus cuadros, incluso como elemento cohesionador de ese mundo secreto, atravesado de caminos y senderos que recorren un bosque de ideas, de sentimientos, en el que se movía Remedios Varo. Un bosque maravillosamente ilustrado por la edición actual de Atalanta, enésimo intento, oportunidad, de reconocerle a la pintura su lugar, y hacerlo en un país que dio la espalda al exilio (y aún lo hace). Una aproximación documentada, bella, seria, luminosa, iluminadora a la obra de una mujer libre que atravesó su tiempo (o tiempos) abierta a todos los conocimientos y a todas las esperanzas.
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