El discípulo del diablo, de Shiro Hamao (Satori) Traducción de Rumi Sato | por Juan Jiménez García
De Shiro Hamao no podemos decir muchas cosas, más allá de alguna fecha y algún dato puntual. Su carrera como escritor fue breve, apenas unos pocos años, pero fue suficiente para ser un nombre importante dentro del desarrollo de la novela negra japonesa. Publicados por Satori bajo el título de El discípulo del diablo, su debut en la escritura sería a través de dos relatos: el que da nombre al libro y ¿Fue él quien la mató?, ejemplos emblemáticos de aquello que le apasionaba: las raíces psicológicas del crimen, a través de la lógica deductiva.
Siguiendo una línea habitual en el relato japonés, tanto uno como el otro estarán escritos bajo un tono epistolar o, mejor, de confesión. Tal vez el que frecuentemente aparecieran en revistas invitaba a este recurso. Así, en El discípulo del diablo un preso se dirige a su viejo amigo, amante y ahora fiscal, para poner los puntos sobre las íes en el caso que le ha llevado a la cárcel.
Eizo Shimaura no parece haber conservado muchas cosas de su juventud, pero todas ellas serán determinantes: primero, su relación con Hachiro Tsuchida (el ahora fiscal), especie de ser satánico, con el que mantuvo una relación ya no solo de amistad sino también sexual, y al que no duda de calificar de su maestro en lo terrible; segundo, heredado de Tsuchida, su necesidad de los tranquilizantes para poder dormir, siempre, hasta necesitar cantidades y compuestos increíbles; tercero, su amor por Sueko. Su amor por Sueko quedará en nada cuando esta se case con otro en un matrimonio concertado. Él, por su parte, hará lo mismo con Tsuyuko, una chica complaciente hasta lo imposible. Será su víctima, aquella sobre la descargará todas sus frustraciones, que son muchas. Hasta que un día, Sueko vuelve, el discípulo del diablo lo abandonará todo con ella y Tsuyuko quedará embarazada. Y debe morir.
En ¿Fue él quien la mató?, un abogado defensor reconstruirá un horrible crimen para evitar la pena de muerte segura para su cliente, que por otro lado se ha confesado culpable con todo lujo de detalles. Sin embargo, hay algo extraño en todo esto y no dejará de buscar, contra todo, algo que arroje una respuesta a sus inquietudes. Seizo Oda es un joven de familia adinerada que se casa con otra joven de familia bien, Michiko, aunque todo indica que venida a menos (¿una chica tan liberal como ella aceptando un matrimonio convenido?). Su vida estará expuesta a la gente y las habladurías, que convierten a uno u otro en personajes siniestros según la ocasión. Un día, en su casa, se quedarán a jugar al mahjong dos estudiantes amigos de ella, tal vez amantes, Todoma y Ōdera. Y este último también a dormir, dada la noche tempestuosa. Entonces llegará el horror. Y más tarde, la verdad.
Los relatos de Shiro Hamao son inquietantes porque la sociedad en la que se desarrolla es inquietante. Tras la apariencia de normalidad, de rígidas estructuras sociales, estaban aquellas inevitables grietas que acaban por derrumbar el edificio construido precariamente por sus protagonistas. Unos protagonistas siempre dispuestos a la transgresión, pese a que estamos hablando de relatos escritos a finales de los años veinte del siglo pasado. Ya el simple hecho de que en ellos se muestre sin tapujos la homosexualidad o la infidelidad, deberían ponernos sobre aviso de un Japón que no se corresponde al retrato lleno de ataduras que nos ha llegado. Vendrían tiempos peores y sus protagonistas, en especial el de El discípulo del diablo, tal vez anticipaban a ese hombre sin conciencia, cuya única motivación es él mismo.