La facultad de las cosas inútiles, de Yuri Dombrovski (Sexto Piso) Traducción de Marta Rebón | por Juan Jiménez García
No, la vida es bellísima, es la existencia la que a menudo es insoportable. Esta frase, dicha por uno de los personajes de Yuri Dombrovski, podría ser el resumen no ya de todo un libro, sino de toda una vida. Eso si no consideramos que este libro, en sí mismo, es toda una vida. Una vida que dura un mes, solo un mes, aunque tras su lectura, como le ocurre a su protagonista, no podamos dejar de pensar que se sucedieron los años e incluso los siglos. La facultad de las cosas inútiles es que no tienen tiempo. No funcionan con relojes, ni tan siquiera de arena. Por eso no pueden ser detenidas, como las cosas importantes, y permanecen ahí, siempre frágiles pero indestructibles. Escribir es una de esas cosas inútiles. Y Yuri Dombrovski pensaba estar escribiendo tal vez un libro así, inútil en el fondo. Durante once años de su vida. Sabiendo que ese mismo libro le condenaría a muerte. De una manera u otra. Y murió. Por él.
Zibin es el jefe de expedición y conservador del Museo central de Kazajistán. Sus días pasan buscando, no encontrando nada o bien poco, bebiendo abundantemente, enredado por y con las mujeres. No pretende demasiado. Vivir, tal vez, y ni tan siquiera es algo que se plantee. Pero en 1937 el estalinismo considera que vivir no es ninguna banalidad, mucho menos un derecho, y ello requiere ser respetuoso con una serie de procedimientos y normas que nadie parece conocer. Vivir es una abstracción. Un pequeño acontecimiento, en el que ni tan siquiera ha participado, pondrá en marcha la maquinaria infernal del Estado y lo llevará hasta el cuartel general de los órganos de seguridad de la región. Una vez dentro, de allí no se puede salir sin una acusación formal y unos cuantos años de campos de internamiento, si no la pena de muerte. Pero con él (como con tantos) pretenden algo a lo que Zibin se opone con una infinita tenacidad: que diga él mismo de qué se le acusa. La facultad de las cosas inútiles será esa pesadilla.
Entonces: la vida es bellísima. Desde hace mucho tiempo, la pregunta es cómo mostrar, también como escribir, acontecimientos horrendos. Hay que decir que el libro de Dombrovski es de una belleza extrema. Su escritura es seguramente la mejor respuesta que podía dar a aquella sociedad gris, triste y criminal. La luz resquebraja continuamente las sombras, del mismo modo que Zibin, con su resistencia a ser devorado por las sombras, es ese punto luminoso alrededor del que giran objetos agotados, como polillas atraídas por él. Cada uno contará su historia y su historia será la historia de un país agotado por el miedo, pero consciente de los mecanismos criminales bajo los que se mueve.
Esa existencia insoportable configurará un tríptico con tres figuras crucificadas, sacrificadas por la Historia: el propio Zibin, Kornílov, su compañero, y Neiman, jefe de la Sección Política a la que se enfrentan (o en cuyas ruedas quedan atrapados) los dos primeros. Cada uno atravesará su época en unos pocos días y descubrirá algo. Perderán un montón de cosas por el camino y a cambio recibirán nada. Nada o el miedo. En una época sustentada por el terror y la derrota, solo puede quedar este y la resignación de que uno vive por meras circunstancias formales.
La facultad de las cosas inútiles es un libro inmenso. Yuri Dombrovski logró cristalizar a una sociedad enferma y asustada que avanzaba con una enorme decisión hacia la muerte. Ser es ser algo al capricho de los otros. Los otros son seres grises, de esa abyección mediocre que aquel siglo conoció bien. Y resistir… Resistir es escribir. Su destino, el destino de los demás. Escribir la Historia, como último testimonio. Para no olvidar, para sobrevivir. De algún modo.
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