Maldito United, de David Peace (Contra) Traducción de Héctor Castells | por Óscar Brox
Conocemos a David Peace por su cuarteto de Yorkshire (Red Riding) y su trilogía, todavía inacabada, de Tokio. Por su estilo visceral y extenuante, plagado de repeticiones y de voces cruzadas. Por esa poesía (Ciudad ocupada) que asoma entre los pasajes más tormentosos de sus libros. Por esa sensación de que cada relato gira obsesivamente sobre un mismo pensamiento, ansioso, como si nunca lograse atraparlo. Demasiado escurridizo. Peace se acerca a la novela negra de manera experimental, como el Jim Thompson de Noche salvaje y Una mujer endemoniada. Sin rendir pleitesía, parapetado tras una prosa robusta con la que dibuja un paisaje de devastación moral. Ciudades en ruinas, héroes fulminados por la desesperación, asesinos que se esfuman entre la brutalidad de una época en la que cunde el sálvese quien pueda. Por todo ello, el autor de GB84 se ha ganado un lugar en las letras británicas como uno de sus cachorros menos acomodados; también como el paciente retratista de Yorkshire, a cuya historia ha dedicado parte de su obra. Maldito United, uno de sus dos textos sobre fútbol, se acerca a la biografía de Brian Clough con la misma intensidad con la que narraba la caza al asesino de Tokio año cero. Como un relato en el que la vanidad, la furia y el amor propio perfilan, a través de la conciencia de su protagonista, un tiempo en el que el fútbol todavía no había sido devorado por el espectáculo. Un tiempo de altas pasiones y bajos instintos.
Más que una biografía de Brian Clough, Maldito United parece una reflexión, una descripción meticulosa, de esa vida interior que alejaba al entrenador del Derby County del mundo de los humanos para acercarlo a ese otro, más glacial y menos accesible, de los genios. Un denso, casi esquizofrénico, flujo de conciencia que dispara los pensamientos de Clough, su vanidad y su amargura, sobre cada página. Peace parte de la frustrada experiencia como técnico del Leeds United, cargo en el que solo se mantuvo durante 44 días, para intercalar la narración de sus últimos pasos como futbolista y sus primeros como entrenador en las categorías inferiores. Como un choque de trenes en el que Clough, Cloughie, Brian Howard Clough, desarrolla su manera de entender el deporte y se convierte en una criatura trágica acosada y abandonada a causa de su feroz competitividad. La clase de persona para la que la lengua inglesa inventó el adjetivo mercurial.
Clough odia a Don Revie. Odia a su Leeds United. A ese Leeds United al que, siendo técnico del Derby County, nunca pudo vencer en Ellan Road. Detesta ese estilo de fútbol, el juego sucio y el ventajismo, la información sobre las tácticas de los adversarios. Aborrece el legado de Revie en Leeds. Destruye su escritorio, destruye su equipo. Brian Clough no puede enseñar ese estilo de juego. Y Peace narra cada uno de sus 44 días en el puesto como una conquista de lo inútil, una tragedia shakesperiana en la que su protagonista recorre obsesivamente los pasillos del estadio, fuma un cigarrillo tras otro y bebe hasta dejar seco el mueble bar de su despacho. Porque no soporta las tretas y todo lo que no sea conducir el balón con gusto por los campos embarrados, el noble juego y la victoria por méritos propios. Y necesita dinamitar ese espacio, con toda la violencia posible, hasta convertirlo en su Leeds. En el equipo de Brian Clough. En un equipo que sea mejor que aquel que entrenó Don Revie.
Peace recorre la historia de Clough una y otra vez, con las voces de su pasado pegadas a cada momento del relato. La voz de Bob Stokoe cuando le acusó de hacer teatro el día que se lesionó de gravedad resuena como un fantasma que incordia a esa imagen de vanidad que ha edificado en torno a sí. La traición de Peter Taylor al no querer acompañarle en su aventura en Leeds sobrevuela cada tramo del libro. Ese dolor, esa pérdida. Esa soledad del técnico que ha perdido a la única persona capaz de soportar su temperamento. Los rifirrafes con el presidente del Derby, los cambalaches de la Junta para desembarazarse de él, sus huracanadas intervenciones en televisión y en la prensa. Maldito United es, más que una biografía, un estado de ánimo. Peace se sitúa en el interior de la cabeza de Clough para relatarnos la tormenta de sentimientos que atenazaron esa primera parte de su carrera en los banquillos. En el tiempo de Bill Shankly y Don Revie. En el tiempo en el que la televisión no había entrado en el fútbol. En el tiempo en el que los futbolistas no eran atletas sino workingmen; fumadores, bebedores y hombres de familia. En un tiempo en el que todavía no había dioses sobre el césped y cada partido era un campo de batalla. De barro, sudor y sangre.
Maldito United atrapa el aire del tiempo de la misma manera que Faulkner capturaba los ritmos del sur de Estados Unidos y Thomas Bernhard la ansiedad del paisaje interior austriaco. Obsesivamente. Los pensamientos interiores de Clough fluyen por doquier, sin correa, como picotazos en la cara del lector. Y Peace nos enseña la vulnerabilidad de un mito futbolístico, su arrogancia y su franqueza, su quimera por imponer un estilo y su falta de pudor a la hora de llevarlo a cabo. Destruir para construir. Olvidar para crear. Ahuyentar al perro negro que cada mañana al llegar al estadio ladra un Fuera, Clough. Ahuyentar a Don Revie, a su Leeds, a ese Leeds que tanto odió cuando acudía como visitante a Ellan Road. A ese Leeds que solo vemos en sus derrotas, en los laberínticos pasillos, en los arrebatos sanguíneos de Clough, en la soledad y en la venganza. Ese maldito Leeds que la escritura de David Peace nos acerca en forma de sensación, de sentimiento intenso. Quizá el único sentimiento posible para acompañar la soledad de Brian Clough. Su genio. El ruido y la furia. La desesperación.