Historia del Partido del Progreso Moderado Dentro de los Límites de la Ley, de Jaroslav Hašek (La Fuga) Traducción de Montse Tutusaus | por Juan Jiménez García

Jaroslav Hašek | Historia del Partido del Progreso Moderado Dentro de los Límites de la Ley

La lectura de Jaroslav Hasek debería ser obligatoria en todas las circunstancias personales de la vida y en cada momento de ella. Primero porque es algo parecido a la felicidad. Segundo porque es tremendamente instructivo. Es más, debería estar especialmente obligado en caso de querer entrar en el ejército (Las aventuras del soldado Svejk) o en la política (este Historia del Partido del Progreso Moderado Dentro de los Límites de la Ley). Hasek vivió poco, pero escribió mucho. Vivió poco en años, pero mucho en lo personal. Y parte de su propia vida está recogida precisamente en el libro que nos trae ahora La fuga. Primero, su experiencia política, segundo, su experiencia soviética.

La experiencia política (que tenía mucho de etílica), se tradujo en la creación del disparatado partido que da nombre al libro. Todo se podría resumir en la conversación de Hasek con el comisario de policía, reprochándole su anarquismo. Sé alguien de provecho, haz cosas útiles para la sociedad. Nuestro héroe, que era muy aplicado, pensó que no le faltaba razón. Abandonó las publicaciones anarquistas y se metió en Mundo animal, revista dedicada a eso, en la que Hasek se inventaba animales mensualmente. Y luego formó su partido, en el que lo importante era beber cerveza y convencer a la gente que su cerveza era mejor que la del partido de enfrente. El libro no será otra cosa que las aventuras del partido y la vida y milagros de sus peculiares miembros. Unas aventuras que les llevarán incluso a Austria y Hungría, bien haciéndose pasar por lo que no son o bien siendo más o menos como los demás (la diferencia entre los húngaros y los checos será que unos beben vino y siguen hablando aun caídos en el suelo, mientras que los checos son incapaces de ello).

Para Hasek el humor es una forma de entender la vida. No es que lo que cuente es disparatado, es que es terriblemente posible. Es más, seguramente es incluso cierto. Dicho lo cual, no se debió aburrir mucho. El libro contiene un verdadero tratado de política y un acertado retrato de una época que llegaba a su fin (como la vida de millones de personas, por otra parte). Estamos en 1911 y la Primera Guerra Mundial es una cuestión de tiempo.

Hasek también fue allá (a la Primera Guerra Mundial, decimos) pero no le gustó demasiado lo que vio, de modo que pensó que ya que estaba en el frente, pasarse al otro bando no era algo especialmente descabellado, y eso hizo. Y el otro bando no solo estaba en guerra con el mundo, sino que acabó estando en guerra consigo mismo, porque hablamos de la revolución rusa. Y blancos y rojos ahí andaban, de modo que pasamos a Hasek (léase Gashek) en el país de los Soviets. Tanto se esforzó en ello que acabó de comandante de la ciudad de Bulgumá. Y ahí está la segunda parte este memorable libro, en el que lo encontramos enfrentado a un comandante de división, el delirante Yerojimov, entre el llanto y la risa (es decir, entre los momentos que está más o menos bebido), empeñado en cargarse a ese extraño checo que aún no ha fusilado a nadie, como marcan las buenas costumbres y tal vez alguna disposición.

Si uno ha leído a Bohumil Hrabal (y a otros tantos escritores checos) es inevitable encontrarse con Hasek. No se trata de una manera de escribir sino de una manera de entender la vida. Divertida sin dejar de ser amarga, la verdad del mundo se encuentra en la gente humilde, en esa gente como nosotros que nos encontramos cada día y que no aspiran a ningún acto de heroísmo y ni tan siquiera a cambiar el mundo. Igual tienen en ellos todos los sueños de mundo, como diría Fernando Pessoa, pero lo cierto es que tienen muy mala memoria y se olvidan a menudo de ellos. Pero la gente pequeña encuentra la grandeza en cada acto que hace, mientras que la gente grande tal vez no la encuentre nunca o solo muy a ratos. Es una simple cuestión de escalas. De uno con el mundo. Hasek encontró que el secreto de la sabiduría se encontraba no en los libros (demasiado tedioso), sino en las personas. Y ahí estuvo, con ellas. Mientras escribía y escribía. Para no morir nunca. Y para que nada muriera con él.


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