Solos de piano para poema triste, de Jesús Acebedo y Pedro Alcor (Skat) | por Juan Jiménez García
En esa especie de lucha eterna que se ha instalado entre los lectores, entre libros de papel o libros electrónicos, suele olvidarse un detalle que ciertamente es pequeño a base de que no se le haya dado (hasta el momento) demasiada importancia. Esto es: un libro electrónico no debe ser, necesariamente, la traslación a la tinta electrónica (o la pantalla) de un texto en papel. Es decir, el libro electrónico también puede ser un objeto. Inmaterial, quizás, pero dotado de un sentido propio. Un libro que no puede ser reproducido en papel. Y ahí nos encontramos con una nueva editorial, Skat. Y también con su primer libro: Solos de piano para poema triste.
El mundo avanza, los formatos también. El libro electrónico se dirige cada vez hacia la página web o, lo que es lo mismo, hacia la capacidad de acoger distintos formatos multimedia. Las posibilidades se multiplican. También los riesgos. ¿Cómo no acabar asistiendo al libro convertido en un artículo de feria, revoltijo de toda serie de cosas, esgrimiendo la modernidad y los punto cero? Quiero decir: las posibilidades están para saber usarlas. Y la belleza, o la búsqueda de la belleza (o del equilibrio, que es lo mismo) pasa por saber usar las tijeras, que diría Chéjov. Y el libro que nos presentan Pedro Alcor (palabras) y Jesús Acebedo (música) es un buen ejemplo de justa medida. Y de cómo la justa medida es capaz de llevarnos a territorios más lejanos, simplemente confiando en la lector. Un lector ahora superado: aquel que lee, aquel que escucha, aquel que mira. El otro.
Pedro Alcor pone la poesía. Un poema desencantado sobre la pérdida. Un lamento. La pérdida de la mujer amada. Los versos caen como las gotas de una tortura que golpean insistentemente sobre uno mismo. Cada uno de ellos es un reproche, un recuerdo, la constancia de haber perdido algo, la culpa. Frente a ellos, el piano de Jesús Acebedo juega a crear breves instantes sonoros que sin embargo acaban por construir un escenario. A veces, como si sus notas temblaran frente a una pantalla muda de cine; otras, convertidas, suspendidas en el escenario negro y vacío de un viejo cabaret, entre el juego y la ensoñación. Igual que el piano nunca está solo, siempre lleno de imágenes, de sensaciones, el poema tampoco es triste, porque lo triste es la vida y el poema es simplemente el reflejo de esa vida, la búsqueda de una forma, de algo capaz de contenernos.
A veces hay que hacer algo para uno mismo, dice uno de los versos. Tal vez ese algo solo sea escribir, si eres capaz de ello. Tocar, si eres capaz de ello. Buscar palabras o notas que nos resuman, que nos expliquen. Escribir es uno más de nuestros actos egoístas. De un egoísmo compartido. Es partir en busca de algo y no encontrar nada más que migajas. Y seguir buscando. Solos de piano para poema triste es la necesidad de encontrar todas aquellas palabras que no nos dijeron y todas aquellas cosas que sentimos y no supimos expresar, convertidas en aire, es decir, en música.