Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift (Sexto Piso) Traducción de Antonio Rivero Taravillo | por Almudena Muñoz

Jonathan Swift | Los viajes de Gulliver

Nota del editor al lector sobre la reseña de un viaje:
A pesar de la enconada defensa que el autor hace de su escrito al comienzo de éste, aseguro que la reproducción de sus palabras se ha llevado a cabo con la mayor exactitud posible, y que toda omisión ha resultado pertinente tras la evaluación de referencias que podían ofuscar al lector, o poner demasiado a prueba su tolerancia hacia la fantasía.

Nota del autor al lector sobre las palabras del editor y la reseña de un viaje:
En primer lugar, y antes de cualquier relación de interés sobre los hechos, es necesario que invoque mi malestar por las maneras con que mi editor ha tratado el siguiente texto: anodinos y faltos de documentación, así describe los episodios modificados o directamente censurados por su pluma. Y bien, replico ante la amabilidad lectora, ¿no es acaso lícito que la obra reverenciada durante siglos sin una sola prueba de su veracidad se acompañe de revisiones también originales y fértiles? Parece ser que no interesa la sola vivencia del despertar a la realidad desde el libro, si esta experiencia no viene ilustrada por un poco de acción, o de fotografías indecorosas, o de alguna conversación ilícita que habría que subtitular. Mi diálogo con Lemuel Gulliver se produjo en aquel páramo donde no se admiten registros mecánicos, así que de esos momentos no tengo más trofeo que las partículas silenciosas que ahora intento ordenar aquí. Pero, si no existe una cartografía de los viajes de aquel buen amigo (y ni siquiera siguiendo sus precisas coordenadas nadie sería capaz de dibujar el mapa), tampoco podrá haber orden en mis palabras, como si todas las bonitas diapositivas de unas vacaciones en Honolulu se hubiesen desperdigado sobre la alfombra.

Apelo al cuidado con que la abuela recoge esas polaroids y les intenta aportar una historia nueva y desordenada, que inmediatamente cobra sentido. La realidad se aleja en cuanto el relato se hace oír con voz poderosa, de modo que si los viajes de Gulliver en naciones nunca más holladas son ciertos, ¿por qué no habría de serlo el mío? Mis vivencias en Liliput, Brobdingnag o Laputa no han sido las mismas que las del doctor Gulliver, ni mucho menos: él dispuso de un mundo palpable y yo de unas ilustraciones rayadas, en las que se interponen lecturas novedosas, chistes a costa de lo que pretendía ser serio y un dramatismo ridículo en las escenas más inocentes. Convive la precisión histórica, los sombreros de tres picos y los zapatos con medias, con el asomo de una época que me es más cercana: ¿es ese genio, esquinado en uno de los dibujos, una especie de homenaje al famoso Mr. Proper? Tengo que sacudirme las asociaciones descabelladas para mantener la lógica, y el relato es lo que califico de tonto y exagerado, hasta que cierro los lomos y levanto la vista.

Entonces veo, como verás tú, lector, que no es posible que Alicia se marchase a merendar pan con chocolate después de soñar semejantes barrabasadas, dando saltitos con sus chinelas acharoladas. Gulliver tenía razón al volcar sus últimos esfuerzos de explorador en una confesión sincera y dolorosa: el mundo del orden y la lógica mantenían dichas virtudes a su regreso, pero ya solamente como andamios que confiscan la verdad sobre nuestro valor moral. Los Houyhnhnm eran aquí, de nuevo, simples caballos, criaturas que relinchan y pacen pero que al menos no provocan ningún mal planeado y consciente. Mi buen Lemuel había convivido con el reflejo perfecto de su mundo, de forma que al regresar al otro lado del espejo, al suyo, al tuyo, al mío, no le queda otro remedio que aferrarse al rechazo y al ostracismo. Y a mí, por supuesto, tampoco se me presentó diferente opción a esa. Este mundo ya no es la Inglaterra de Swift, no hay astrolabios ni levitas, pero digamos que por suerte Balnibarbi y Luggnagg carecen de localización exacta a fin de poder encontrarlas en cualquier parte. Y a tu regreso, tal vez, como yo, descubras que el hogar era menos acogedor y honesto de lo que le susurraba la hermana mayor a Alicia, y para eso está la viejísima metáfora de que los libros son como barcos prestos a llevarnos lejos, siempre que sigamos llorando y proporcionándoles agua por la que naveguen. Mi queja hacia los recortes del editor, que no ha querido reproducir aquí las maravillas que he encontrado y los horrores que se me han desvelado, la elevo asimismo hacia todo ese mundo de yahoos u hombres digitales que descuida a los caballos, que daña las cubiertas de los libros y prohíbe las fantasías clásicas de los programas de lectura: algún día las cosas bellas se alzarán para dominar la Tierra, y mientras tanto, ya lo han hecho en los cuadernos de Gulliver.


3 thoughts on “ Jonathan Swift. Una antiguía del regreso de vacaciones, por Almudena Muñoz ”

  1. Curiosamente de niño esta obra siempre me produjo una sensación desagradable y extraña que jamas supe explicar, algo que por cierto, también me pasaba con las obras de otro autor que nombras en la reseña, Lewis Carroll.

    Hago mía una cita del siempre mordaz Terry Pratchett que me hizo sentir bastante identificado:

    «De niño, esos libros crearon en mí la misma repulsión que se tiene cuando a los siete años se te invita a besar a tu tatarabuela.»

    Mas tarde descubrí que aunque son libros aparentemente juveniles guardan una critica velada a las sociedades del momento bastante adulta e intrincada, pero a mi siempre me ha resultado imposible deshacerme de aquellas sensaciones que me producía imaginar a Gulliver cabalgar sobre pezones gigantescos de mujer descritos con repugnancia o entre purgas de heces y orín. Mas aun si cabe después de haber viajado con la mente de un infante llena de prolífica imaginación y deseosa de ser llenada de luz a los mundos de Ende, Exupery, Dahl o C. S. Lewis.

    De todas formas y por descontado estoy absolutamente de acuerdo contigo en todo lo referente a los hombres digitales y a esos niños que perdidos entre youtube y whatsapp tienen prohibido soñar con el tacto de un buen libro entre las manos o de la lectura furtiva y emocionada a la luz de una linterna bajo unas sabanas. Eterna vida a las cosas bellas (Sobre todo si tienen tapas, un lomo que acariciar y unas paginas que pasar con emoción) y a quienes las aman.

    PD: Si no te importa me voy a quedar por aquí a leer tus futuras reseñas.

  2. Desde luego yo tampoco recomendaría este libro como lectura infantil, y para ofrecer a los niños una versión recortada y adaptada mejor recurrir a libros adecuados tal y como son. También es cierto, no obstante, que en esos errores al escoger nuestras lecturas, con 8, 28 u 88 años, se forja algo igual de importante que cuando acertamos. En todo caso, la reivindicación de estos clásicos se dirige a todas las edades y a la necesidad de que escapemos del tópico de conocer nuestros referentes culturales a partir de sinopsis universales y palabras de terceros.
    Bienvenido y gracias por compartir tus impresiones.

    1. Yo creo que de un modo u otro cualquier niño o adolescente que tenga cierto amor a la lectura acaba por acercarse a la literatura clásica tarde o temprano. En mi caso no tenia cerca o en casa a casi ningún referente que me pudiese guiar en la búsqueda de buenos libros y conocí a Dickens, Wilde, Lucy Maud Montgomery, Jack London, Mark Twain, Robert Louis Stevenson o a referentes patrios mas modernos como Gloria Fuertes, Carmen Martin Gaite o Ana María Matute (Siempre que veo esta ristra interminable de nombres entre los que faltan muchísimos autores me maravillo del tiempo que tenia para leer y leer sin parar hace años y lo poco que se o puedo aprovecharlo ahora).

      De todas formas vuelvo a estar de acuerdo contigo en que hace falta mas reivindicación y apología de los clásicos, pero sobre todo con cabeza, entre otras cosas porque si empezamos a hablar de libros destrozados por profesores en lecturas obligadas a niños sin edad o bagaje literario como para entenderlos o valorarlos, igual nos da para escribir una enciclopedia del despropósito y el desastre magisterial.

      ¡Gracias a ti por molestarte en responderme!.

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