Te quiero porque me das de comer, de David Llorente (Alrevés) | por Juan Jiménez García

David Llorente | Te quiero porque me das de comer

Seguramente uno de los errores más comunes de la literatura es atribuir el peso de la historia a un solo personaje. Colocarlo en el centro del mundo y trasladar nuestro propio egocentrismo al relato. Sin embargo, si bien es cierto que uno no puede escapar a sí mismo en esto de la vida de todos los días, ¿qué le impide al escritor otorgar la voz a un conjunto de personajes? No ya personajes que desfilan uno detrás de otro en un inevitable orden, sino personajes que viven un mismo instante. Un mismo instante rodeado de coches que pasan para todos, lluvia que cae sobre todos, radios que suenan para todos igual, una historia que es para todos la misma. Esa es la premisa a través de la que se construye Te quiero porque me das de comer, de David Llorente, editado por Alrevés.

Hasta ahora habíamos asistido a un montón de novelas negras que se construían en buena medida a través de la relación de sus protagonistas (o su protagonista) con la ciudad. La ciudad, aun en los casos más sórdidos, no dejaba de tener un cierto toque mítico, pero hay que reconocer, al menos para los que no hemos pisado nunca sus calles (y supongo que para sus propios habitantes), que Carabanchel no responde seguramente a esa idea de partida. En realidad pocas cosas responden en esta novela a nuestra idea de la literatura negra qué, como buen género y bien tratado, no deja de ser un marco flexible, una escasas reglas del juego para otorgar al escritor la libertad necesaria, liberado de ciertas cargas, para ir más allá. David Llorente lo sabe y lo aprovecha estupendamente, en una novela que tiene tanto de negro como de retrato de un tiempo (que parece el suyo, hasta el punto de aparecer, intuimos, como personaje… personaje que huye).

En toda la multiplicidad de personas que habitan esos mismo instantes de tiempo, destacan dos condenados a encontrarse: Max Luminaria (con esas resonancias antiguas, de Valle-Inclán como poco) y Marcelo Saravia, hombre mutante en busca de infierno. Y además, como una sombra decadente, el policía que persigue al primero, Casimiro Balcells (nombre de resonancias más novela negra años ochenta). Que lo persigue es un decir, porque hay algo de imposible en todo ello. Maximiliano Luminaria es un asesino en serie. La sociedad ha hecho de él un asesino en serie, aunque verdaderamente no tiene nada que reprocharle a la sociedad ni espera que este repare todo el daño que le ha causado. Al contrario: tras su viacrucis juvenil de rigor, se entregará a la medicina. Y al asesinato, claro. No por venganza, sino más bien como placer personal, como el único lugar que le han dejado para encontrar algo parecido a la dulzura (término pornográfico, empleado en estas circunstancias).

Ya decía Jean-Luc Godard en Bande à part que para esconder algo lo mejor era dejarlo bien a la vista, y eso también vale para los psicópatas seguramente. Pero no vamos a contar más ni a levantar más cartas de las necesarias en esta partida. Lo importante es asistir en primera persona a la experiencia casi sensorial que nos propone David Llorente en este libro. Ejercicio de estilo construido en los límites de una novela, Te quiero porque me das de comer se convierte en un canto coral a la miseria humana en todas sus dimensiones. La aventura de habitar ese microcosmos auto(in)suficiente de Carabanchel, del que parece imposible escapar (hasta cárcel tenían, como último lugar de sus expectativas), ir más allá era algo impensable, mundo exterior del que nada bueno se podría esperar (ya se sabe… más vale lo malo conocido…). La esperanza es algo más propio de otros países.

En fin. Hemos tenido tantas promesas de nuevos talentos, de nuevas escrituras negras, de nuevos elementos llamados a convulsionar el panorama de este tipo de narrativas, hemos esperado tanto que finalmente ha llegado algo que transmite esa frescura del que intenta ir más allá de algo y llega a algún sitio que está, al menos, en otra parte. Obra río (por usar lugares comunes), obra apasionante (porque esa apasionada), lectura obligada para los que aún esperan algo de la novela negra escrita en fechas recientes.


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