La viuda deslcaza, de Salvatore Niffoi (Malpaso) Traducción de Celia Filipetto | por Óscar Brox

Salvatore Niffoi | La viuda descalza

En poco tiempo el mercado editorial español ha propiciado el hallazgo de dos autores de lo que se ha denominado la nueva ola de la literatura sarda. Marcello Fois y Salvatore Niffoi comparten un gusto común por la reconstrucción sensible de un territorio arcaico, aquel que amaneció con los inicios del Siglo XX, cuyas vidas aún no habían sido desencantadas por las sucesivas revoluciones europeas. Cerdeña es, en fin, como aquella Región que dibujase en su obra Juan Benet, casi un lugar imaginario que preserva las esencias de un orden humano que aúna lo íntimo y lo volcánico, la ternura y la violencia. Tras Hoja de lata es ahora la editorial barcelonesa Malpaso la que publica La viuda descalza, de Niffoi, exponente de la novela sarda y retrato de un paisaje y una memoria alucinados en forma de drama turbulento sobre el amor, las bajas pasiones y el dolor.

La viuda descalza arranca con el cadáver descuartizado de un bandido y la impotencia de su esposa ante la ofensa recibida. Ya desde el inicio, Niffoi nos introduce en un microcosmos que huele a mirto y miel, rodeado por la zona montañosa de Barbargia, entre Tavulè y Larenei. El siglo apenas ha entrado en la década de los 30, pero ya acumula sobre sus espaldas el peso de una guerra y varias campañas africanas. Cerdeña ha sufrido la llegada del fascismo mussoliniano, que acentúa las diferencias entre sardos e italianos tanto en el idioma como en las costumbres. Aquellos no abandonan su primitivismo, esa reacción visceral de las bajas pasiones, aunque los comisarios políticos instauren un nuevo régimen. No en vano, Niffoi se refiere a todo aquello que excede los límites de Cerdeña como el Continente; más allá de ese lugar queda el vacío o el exilio, la vida se abre camino entre pedregales y lagos con el mismo hálito salvaje con que lo hizo en el pasado.

Mintonia, la protagonista del relato, narra esos primeros acercamientos vitales sobre un terreno eternamente arcaico. Niffoi le presta a cada descripción su prosa esforzada, teñida de olores, sabores (dulces o acres, da igual), de una fisicidad que describe a la perfección el atavismo que une con lazos de sangre a sus habitantes. La memoria del pasado trae una época tempestuosa, de vidas breves y difíciles, de enfermedad y obligaciones, carencias y afectos desbordados. La fuerza de ese paisaje elemental se traslada sobre cada personaje a través de la violencia, de la arrogancia o de la severidad con la que se juzga todo aprendizaje sentimental. Niffoi centra esa relación en el enamoramiento entre Mintonia y Micheddu, el futuro bandido que morirá a manos de sus enemigos. A partir de una serie de estampas en las que sobresale el poder de la tierra, los ritos y las tradiciones, observamos el despertar a la vida de Mintonia y su mueca de disgusto ante una sociedad arcaica incapaz de alterar sus ritmos. La gente vive y muere, siente y sufre, pero pocas veces cambia el destino que la partera ha fijado desde el día de su nacimiento.

Como sucedía con otra gran novela italiana, La larga vida de Marianna Ucrìa, de Dacia Maraini, Niffoi finta cualquier tentación por ahogar su historia en el relato negro para, a cambio, construir el retrato de una mujer mientras el siglo pasado comenzaba a desperezarse. Así, página a página, seguimos las vicisitudes de su protagonista mientras se debate entre la pena profunda por la muerte de su marido y la venganza silenciosa contra su asesino, entre la madurez sobrevenida nada más abandonar la adolescencia y una feminidad mal entendida que su entorno dibuja como propia de una fulana. El paisaje agreste y polvoriento sirve de escenario para la narración de una mujer independiente, emancipada y desencantada, que señala cómo los vestigios del pasado son demasiado potentes como para construir un futuro en ellos. Aún es lugar para la pelea a navajazos, para el coito animal y esa sensualidad salvaje que marcan las costumbres.

En La viuda descalza se derrama más sangre que lágrimas, pues la tristeza de su protagonista encuentra un remedio en la venganza más pasional. Más allá, en el Continente, los ejércitos fascistas trituran las esperanzas de progreso y humanidad; en Cerdeña es el propio peso y el hechizo del lugar lo que aplasta la oportunidad de vivir otra vida. Niffoi, de alguna manera, nos advierte que es el propio tiempo el que no tiene remedio, perdido como un náufrago en mitad del océano; que no se puede cambiar lo que se es y que la fuerza del paisaje ejerce un influjo total sobre los habitantes. Por eso, se acerca a cada personaje con unas palabras que no olvidan los giros y las herencias, los olores y los recuerdos, en un recorrido tridimensional que pone a nuestro alcance la imagen de una Cerdeña casi mitológica. En la que se muere, se vive, se llora y se mata.

La protagonista de la novela huye en busca de otro futuro, de otra realidad, a salvo de un destino que ha firmado la hipoteca con su propia sangre. Vidas breves, apenas un suspiro que no abarca más allá de la última etapa de la adolescencia; vidas curtidas, marcadas por la pérdida y el amor más arrebatado, por el sabor agridulce de unas pasiones cuyos estribos no logramos controlar. Mientras Mintonia evoca, como en una tragedia, el infortunio que marcó los primeros años de su vida, una historia comienza a desarrollarse capítulo a capítulo. El retrato de una mujer entre el pasado y el futuro, entre el hechizo y la emancipación, entre el amor y la rabia. En una región perdida más allá del Continente, sensible, cuna de los viejos mitos. Íntima, volcánica, tierna y violenta.


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