Sonó el timbre, de Rex Stout (Navona) | por Juan Jiménez García
Lo cierto es que nunca había leído nada de Rex Stout. Y también: Nero Wolfe era uno de esos nombres que nos suenan, que creemos haber escuchado alguna vez, y cuyas portadas un poco pop habíamos visto alguna vez en los puestos de libros de ocasión. Tal vez era solamente la curiosidad de ese título: Nero Wolfe contra el FBI. El título, con el que también se conoció a este Sonó el timbre, evocaba malévolas relaciones, como si el FBI fuera una versión moderna (o envejecida) de Spectra. Sí, quizás sea un poco extraño empezar una serie de libros por el número veintitantos (contando solo novelas), pero bueno, tanto da. Después de todo, en ella está contenida su esencia. Creo.
Veamos. Nero Wolfe es un (muy) orondo detective privado cuyo mayor placer son sus orquídeas y la comida, preparada por el fiel Fritz. No puede decirse que sea un hombre de acción: no tiene por costumbre moverse mientras resuelve un caso y, seguramente, tampoco cuando no lo está haciendo. Si pensábamos que Sherlock Holmes era un tipo maniático, es que no conocíamos a Wolfe (de quién se insinúa que es el hijo de aquel). Y claro, ya nos estamos preguntando cómo se puede resolver un caso sin moverse del sitio. Fácil: tienes a alguien que se mueva por ti. Imaginemos al doctor Watson haciendo todo el trabajo sucio (y hasta el limpio) mientras su amigo está cómodamente sentado mirando pasar la vida. Ese Watson sería Archie Goodwin, un tipo orgulloso de sí mismo, más ligero que su jefe, él sí hombre de acción y devoto servidor, que no olvida nunca alabar el talento del otro (ante nuestra perplejidad, porque es este pobre hombre el que hace todo la faena y descubrimientos, y el señor Wolfe el que se limita a poner las cosas en limpio y llevarse fama y honores).
En fin, en todo caso y para lo que nos interesa, serán estos dos personajes los que por un buen puñado de dólares (cien mil más gastos) se enfrentarán a una asociación que no caía muy en gracia a Rex Stout: el FBI. Ese FBI responsable de la caza de brujas y la persecución de artistas e intelectuales americanos. A Stout nunca le hicieron mucho caso pese a su fama, todo sea dicho, pero eso no evito que decidiera ajustarles las cuentas de la manera que mejor sabía, es decir, escribiendo. La historia es más o menos sencilla: una mujer rica y decidida ha tenido la brillante idea de enviar por todo el país ejemplares de un libro que no deja muy bien al FBI. Estos deciden seguirla, sin que se sepa muy bien el propósito. Nuestra agencia hedonista de detectives deberá conseguir que dejen de seguirla. Pero claro, ¿por qué iban a dejar de hacerlo? La respuesta es la novela.
Si hemos de ser exactos, seguramente Sonó el timbre (y posiblemente todo Nero Wolfe)de novela negra no tiene mucho (bien, de “negra”). Su terreno es más bien el crimen y el misterio, no necesariamente por este orden. No hay ninguna oscuridad, ningún personaje atormentado, ni tan siquiera una ciudad (aunque discurra en Nueva York). Desprovista de toda violencia y entregada a resolver ingeniosamente el problema de partida, Nero Wolfe podría haber sido un personaje más de Agatha Christie, un hermano perdido de Hercule Poirot, sin las trampas y tejemanejes de la escritora inglesa. Stout escribe con la misma lógica implacable e inmutable de su protagonista. Archie Goodwin, ese detective proletario, tiene doble trabajo: soportar el peso de la narración y resolver la intriga. Muchos jefes, diríamos.
En todo caso, Navona nos da la oportunidad de acercarnos a uno de esos detectives míticos, uno de esos personajes que siempre aparece cuando se hacen listas de detectives míticos, claro. Longevo, pero siempre inmutable en su edad y su tiempo, instalado cómodamente en su sillón a medida, tenemos la sensación (como todas las cosas inmutables), de que Wolfe es la prueba de algo. Pero ¿de qué? Ese es un misterio que no nos corresponde resolver.