Una historia secreta de la consciencia, de Gary Lachman (Atalanta) | por Francisca Pageo
En Una historia secreta sobre la consciencia, Gary Lachman ofrece no solo una larga explicación sobre las concepciones que ha podido tener la consciencia en su ámbito más espiritual y esotérico, sino que también hace una llamada de atención a diversos aspectos procedentes de ella que hemos dejado de lado y no hemos podido ni sabido ver a lo largo de los siglos. Está claro que la consciencia no es sólo algo que ¿debe? ser estudiado científicamente, sino que también debe ser experimentado para hacernos, a su vez, lúcidos y consecuentes con ella. Curiosamente, y en prácticamente todos los casos que nos expone Lachman en este libro, es a través de insights (en todos sus tipos, ya sean estos intelectuales, emocionales y/o estructurales) que tomamos consciencia de ella.
Solemos tomar el mundo real como lo que experimentamos a través de los sentidos, pero ¿es realmente así? Tanto místicos como artistas, filósofos, psicólogos o gente que ha experimentado estados alterados de conciencia -también podemos tomar como ejemplo diversas culturas ancestrales como las egipcias o la gran civilización matriarcal de la Edad de Piedra- nos hablan de otros mundos que están en este; mundos que conocemos como el inconsciente colectivo, como el de los arquetipos, los sueños, el de la antroposfera o el mundus imaginalis del que nos hablan los sufíes. Todos estos mundos nos dan atisbos de otras esferas en las que la consciencia aún puede desarrollarse y que a su vez nos hacen avanzar en el entendimiento del mundo en el que vivimos. Desgraciadamente, no logramos comprender cómo funciona para así llevarla a cabo de una manera consciente y creativa. Tal como nos exponen Rudolf Steiner o Jean Gebser, no es idóneo que el estudio de la consciencia se base solo desde un punto de vista científico, pues así se pierde la capacidad de percibir significados, los cuales hallamos cuando leemos poesía, a través de sus metáforas, cuando observamos y experimentamos una obra de arte e incluso cuando soñamos. Con ello nos damos cuenta de la importancia que tiene la simbología en ella. Debemos ser conscientes de que si las estructuras mentales nos dan un concepto del mundo, la estructura mágica-sensible nos lo vitaliza, y es la estructura integral de ambas la que las convierte en verdad. Una y otra deben ir unidas, y es un error que visualicemos la consciencia como un proceso puramente cerebral; la mente, tal como nos exponen aquí, no existe aislada del mundo, sino que está vinculada a él de maneras que muy pocos conocen, ya sea a través de visiones (como nos señalaban Mavromatis o Emmanuel Swedenborg), percepciones o intuiciones. Según Gebser, para apreciar la estructura mágica debemos realizar ciertos sacrificios, como pueden ser una reacción a la masa/sociedad, la soledad o un proceso tanto interno como externo de autorrealización.
Prácticamente todos los autores que nos muestra Lachman nos hacen ver cómo la humanidad va encaminándose cada vez más hacia un enorme cambio de consciencia, una gran transformación que bien podría destruir la civilización tal como la conocemos. A lo largo de los siglos se han ido implementando ideas, concebidas por algunos pocos, que se han trasladado hacia la masa, que nos han permitido concienciarnos de cosas a las que antes no podíamos llegar. Tenemos que darnos cuenta de hasta qué punto nuestra mente y nuestros actos son responsables del mundo que hacemos y de todo lo que nos rodea. Así se ve cómo cada vez hay más gente consciente del sufrimiento, tanto animal como el que se percibe de otras personas y uno mismo, y cómo la ética, la ecología y el humanismo han ganado terreno, por nombrar algunas de las cosas que podemos observar objetivamente en nuestro día a día.
¿No es quizás lo que realmente necesitamos? Ser conscientes de lo que hacemos, de cómo lo hacemos, de por qué lo hacemos… Una ve y siente que la consciencia está ahí para que nos demos cuenta de ella, para que la usemos de manera constructiva y creativa. Cada vez que somos conscientes de algo, y cada vez que lo cambiamos, podemos hacer de las cosas y del mundo algo mejor. Pero tenemos que darnos cuenta de que para que la consciencia sea realmente viable, algo de lo que podemos ir aprendiendo, debe de ser internalizada, sentida tanto con la lógica como con el corazón, pues de lo contrario la consciencia no puede crecer. Así, observamos que la consciencia crece y se expande si aprendemos a ser flexibles, si aprendemos a abrirnos a otras concepciones, miradas y percepciones. Y es eso, a fin de cuentas, lo que Lachman pretende transmitirnos.