Luciérnaga, de Natalia Litvinova (Lumen) | por Francisca Pageo
A Natalia Litvinova la he leído en su poesía, siempre, tan hermanada a las cosas que una siente, y no podía decirle que no a la lectura de esta su primera novela, Luciérnaga. Una novela que habla sobre la memoria: la de la infancia y la colectiva. Natalia nació en Bielorrusia en 1986 y vive en Buenos Aires desde 1996. Con esto, Natalia decidió trazar un viaje novelado por su infancia, por la vida de su madre y de su abuela, por aquellas mujeres y aquellos niños que quedaron en el pasado y que ahora no son más que resquicios y manchas de lo que un día fuimos. ¿Por qué llamar a esta novela Luciérnaga? Porque Luciérnagas son aquellas personas que sobrevivieron a la radiación de Chernóbil. Las que han podido contarlo y las que de un modo u otro han vivido para rememorarlo.
La novela, dividida en tres partes, nos habla de una Natalia niña que es curiosa y que busca y que se sube a las faldas de su madre para que esta le cuente historias. Su madre, costurera, estudiaría una ingeniería ferroviaria, y su padre, del que poco sabemos, trabajaría en una fábrica de fósforos. Pero para ponernos en esta situación nos debemos situar en la Gómel de finales de los 80 y principios de los 90. Entonces todo era diferente y Natalia nos lo enseña. Nos habla de su madre y de cómo vivían, nos habla de su abuela y de cómo sobrevivía, nos habla de su infancia y de cómo la vivió ––entre mayas de ballet, entre bosques, entre niños que traían manzanas radioactivas a la escuela.
Sin duda, Luciérnaga es un libro de libros, pues en ella hay tantas historias como personajes y vidas. Natalia se ha adentrado tanto en su niñez, en las historias que le contaban, que, por un momento, en esa tercera parte, parece haber olvidado que ella estaba en todas esas historias y que la Natalia niña llegó a ser una Natalia adulta ya en su infancia.
¿Cómo solemos recordar el pasado? Siempre me he dicho, que, a través de las sensaciones y emociones, y eso es lo que la autora nos muestra aquí. Novelar la vida es novelar las presencias y las ausencias que tenemos en ella, es novelar nuestros deseos y nuestras emociones más intrincadas. De algún modo, he aprendido a conocer a Natalia a través de sus palabras, y quien la conoce, sabe que ella es así, sabe que ella proviene de todo lo que habla, por lo que esta es una novela biográfica tan pura y tan inocente como lo es una luciérnaga en el ocaso. Así, titulo a esta reseña La mancha porque manchas son las cosas que nos quedan de nuestra infancia, no se pueden borrar, están ahí, acompañándonos, siendo cómplices de todo lo que hacemos y vamos llevando con nosotros moviéndonos a donde nos movamos. Mancha es lo que me queda tras la lectura de este libro, una pequeña manchita de luz en mi alma, porque las manchas también pueden ser de luz, así como hay manchas de nacimiento. Y Luciérnaga, es las dos cosas. Asistimos a los nacimientos que Natalia tiene en su vida cada vez que viaja, cada vez que se muda. Saber ver que esas manchas son un señuelo en el que poder narrar desde dentro nuestra historia no es tarea fácil, pero Natalia tiene un sentido de las palabras tan vívido y profundo que este libro ya llevaba todas las de ganar incluso antes de saberse Premio Lumen de novela de este 2024.
Manchémonos de nuestra infancia, de las historias de nuestras abuelas, de nuestras madres. Solo así podremos conocernos a nosotros mismos desde esa perspectiva que muy poco nos ofrecemos a nosotros mismos también: la del saber mirarse sin mirarse los ombligos, sino a nuestro alrededor, a los de los ojos de una niña que va creciendo y se va transformando para poder contarnos desde ella misma todo el peso y la belleza del mundo.