Las redes del terror. Las policías secretas comunistas y su legado, de José M. Faraldo (Galaxia Gutenberg) | por Juan Jiménez García
Nos resultaría difícil (mejor: imposible) entender las sociedades comunistas de la segunda mitad del siglo XX sin el papel de las policías secretas. En el caso de la Unión Soviética, aún más y aún más lejos, como primera de ellas y como modelo del resto. No es que el comunismo inventara estas policías (en la propia Rusia les precedió la de los zares, la Ojrana). Es más, eran un tema bien antiguo, que atravesaba la Revolución Francesa y que tuvo sus hitos (¿qué otra cosa era la Gestapo?). En fin, nada nuevo. En todo caso, lo que seguramente llevaron más lejos es esa especie de incrustarse en la propia sociedad, hasta convertirse en una paranoia, sembrando algo que todavía aún, años y años después, caídos muros, gobiernos y más gobiernos, sociedades y hasta generaciones, persiste: la desconfianza. Los archivos se abrieron en busca de colaboracionistas o intentando comprender aquel periodo de su historia. Se abrieron con mayor o menor fortuna. Pero siempre persistió la duda real o interesada de si no habían sido parcialmente destruidos o no habían desaparecido cosas, por no hablar de los falsos expedientes que construían las propias policías. ¿Estoy hablando de algo lejano? No, realmente no. De hecho, con la muerte de Milan Kundera, el tema volvió a surgir, si es que alguna vez se fue.
Así, tenemos algo que es consustancial a esas policías: la persistencia de la duda. Si cuando existían se percibían como algo omnipresente, muy superior a su presencia y operativa real, ahora, después de muertas (que no enterradas), siguen de algún modo ahí. Durante años, el enemigo estaba entre nosotros, más tarde los asesinos seguían entre nosotros y ahora es una cuestión de intereses, en un mundo tan abierto al acoso y derribo y el juicio del pasado desde un cómodo presente (cada vez más y más incómodo). Por eso, convertidas desde casi su propia fundación en un mito (por lo que hacían y por lo que se les presuponía), establecer sus verdaderas dinámicas y su alcance es algo más que necesario, y el libro de José M. Faraldo se entrega a ello. Desde lo histórico (buscando los orígenes en las chekás, en la policía secreta soviética, de intercambiables nombres) hasta lo personal, contando la historia de una víctima, Laura. También, no buscando realizar un análisis en profundidad por países (al fin y al cabo, todas respondían al mismo patrón y a unos mismos propósitos), sino centrándose en las policías de la República Democrática Alemana (Stasi), Polonia (SB) y Rumanía (Securitate). Nombres que no nos son ajenos y, mucho menos, si frecuentamos la literatura centroeuropea. Es difícil, como decía, escribir de aquellos tiempos obviando su presencia y sus actos. Es difícil entender las sociedades comunistas de aquellos años sin el miedo.
Las redes del terror. Las policías secretas comunistas y su legado, avanza en muchas direcciones y completa un documentado panorama de cómo se construyó todo esto y su verdadero alcance. Qué duda cabe que la imagen omnipotente de la que gozaban contribuyó aún más a la distorsión de unas policías burocratizadas hasta el absurdo y entregadas a construir un ambiente de miedo y terror necesario para que no se viniera abajo todo. Sin olvidar el innumerable dolor y las innumerables víctimas que causaron, así como ese tiempo congelado en el que se movieron, lentamente, aquellos años. Releyendo lo que he escrito me asalta un temor. Ese ambiente conspiranoico, ese cultivo de la duda, ese sentirse continuamente expuesto, sometido al juicio de otros, no solo no ha desaparecido con estas policías, sino que se ha convertido en algo del hombre común. Entender los mecanismos que hacían funcionar estos organismos no deja de arrojar luz sobre los mecanismos del presente, en el que se mueve la desinformación, las falsas noticias, el acoso y derribo. Pasaríamos a hablar de la naturaleza humana, de algo que nos es consustancial, e igual que aquellas sociedades comunistas necesitaban construir un discurso y eliminar todo aquello que se saliera de él, hoy en día podemos encontrar esto trasladado a otros supuestos. Lo único que aprendemos del pasado es como controlar el discurso del presente, el relato. Esa y no otra era la labor de las policías secretas: controlar el relato por todos los medios posibles, lo que incluía el asesinato, los campos de concentración o una pesada burocracia en la que cualquier acto o conversación debía ser debidamente estudiada y clasificada. El terror puede ser una palabra demasiado gruesa, pero queda el miedo. No pocas veces, el asco.