Por el placer de leer, de Manuel Arranz (Shangrila) | por Óscar Brox

Manuel Arranz | Madre de corazón atómico

Hace tiempo que la crítica sacrificó su posición en la literatura, perdida entre la insignificancia de la recomendación sin sustancia y el narcisismo desbocado. Y, en el fondo, siempre fue un ejercicio de búsqueda, un trabajo de transmisión y de traducción a partes iguales del saber y el amor por cualquier forma de escritura. Un estímulo. 

Cada vez que escribo sobre el asunto cito algunos de mis imprescindibles: desde el Eliot de La aventura sin fin -probablemente, el mejor libro sobre cómo escribir sobre poesía- a la Cynthia Ozick de Críticos, monstruos, fanáticos y otros ensayos, pasando por Lydia Davis, Ricardo Piglia o aquel Chirbes dibujado a través de sus Diarios. Autores, en definitiva, capaces de arrojar un poco de luz sobre textos y temas, estilo y contenido; que provocaban y descubrían, pero sobre todo transmitían una necesidad, acaso también un placer: el de leer. 

Manuel Arranz ha cultivado unas cuantas facetas de la escritura como autor, traductor y crítico. Por el placer de leer es una colección de textos que se puede leer desde varias direcciones: a mí me gusta la idea de verlo como un programa de lectura, de picotear entre sus páginas y capítulos, entresacando citas, sugerencias y reflexiones. Pero también me atrae pensarlo como una cápsula del tiempo, especialmente cuando Arranz encadena varios textos a propósito de un mismo autor, lo que le permite madurar, ponderar y profundizar su visión. 

Como señala Ozick, “un ensayo genuino está hecho de lenguaje, de personalidad, de un estado de ánimo, de temperamento, de agallas, de azar”. Probablemente, nadie como ella ha escrito mejor a propósito de Saul Bellow; casi lo mismo se podría decir de Lydia Davis sobre Lucia Berlin. Cada una a su manera consiguen capturar esa viveza del lenguaje crítico para transmitir, alumbrar y dar forma a todo aquello que está presente en su escritura. Algo así me sucede al leer lo que Arranz escribe sobre J.M. Coetzee; la manera en la que se acerca a sus libros, a sus personajes, a sus temas y su escritura. A esa capacidad con la que, texto a texto, fragua una guía de estímulos literarios, un temperamento y una forma de observar el mundo, recordándonos que es, precisamente, eso en lo que consiste la escritura crítica. 

En las páginas de Por el placer de leer reconozco autores y lecturas afines. Nombres como los de Gabriel Josipovici o Giorgio Manganelli, tótems como Marcel Reich-Ranicki y Philip Roth -este, por cierto, protagonista del otro gran ensayo de la colección, fina lectura del autor de El animal moribundo. Pero, como decía, el libro de Arranz abarca muchas cuestiones, no solo la crítica. Es también un texto sobre la traducción y la creación literaria. Y, por encima de todo, es un texto sobre el placer de escribir. En él podemos encontrar esa rara vitalidad, por olvidada, con la que Arranz lee y escribe sobre autores, libros y temas, incluso, esa agradable ironía con la que recorre consejos y sugerencias para escribir o dejar de escribir. 

Cada vez que surge la cuestión de la crítica como forma literaria escribo que la siento como una actitud hacia algo; un tema, un autor, un estilo… Decía Pierre Bergounioux a propósito de Proust que su conquista no pertenecía al orden literario, sino también al coraje. Y eso es algo que pienso cuando surge el asunto de la crítica. El libro de Manuel Arranz está lleno de apuntes inteligentes y cuestiones a discutir, ya sea a propósito del estilo tardío o la utilidad de la literatura. Pero, fundamentalmente, está lleno de amor a la literatura y de coraje literario. 

Tal vez haya quien se pregunte por la función de la crítica y también a quien le resulte polémico definirla como literatura. Esta colección de ensayos de Arranz son crítica y literatura al mismo tiempo. Un hermoso trabajo de escritura ensayística y una visión perspicaz de algunos de los autores más relevantes del siglo pasado. Por eso, más que por el placer de leer, lo que me sugiere esta reunión de textos es otro tipo de placer, el que sentimos aquellos que nos dedicamos a la crítica: el de escribir.  


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