Sinceramente suyo, Shúrik, de Liudmila Ulítskaya (Anagrama) Traducción de Marta Rebón Rodríguez | por Juan Jiménez García

Liudmila Ulítskaya | Sinceramente suyo, Shúrik

Se necesitan cientos de páginas para construir un héroe, un Don Juan (eso sí, algo particular), y tan solo un par para lanzarlo por los suelos, tirarlo al fango. Así es la vida, podríamos decir. Esta es la historia de Shúrik Korn, hijo ilegítimo de un pianista fracasado, que deja en sí la semilla de la fatalidad. Cuando todo parece solucionarse, aparece el inconveniente de la muerte. No siempre es tan terrible, pero para el caso nos conviene ponernos trágicos porque en la tragicomedia de su vida, esos momentos de ponerse trágicos son abundantes, y él es un hombre piadoso. No en un sentido religioso, que estamos en la Unión Soviética, si no en que la piedad siempre logra conmoverle y sacar de él lo que se espera de él, que suele ser sexo. Porque Shúrik es un Don Juan a pesar suyo y digamos que por obligación o deber. No es algo buscado, sino más bien encontrado. En su pensamiento, no pocas veces parece el servicio a la comunidad de una pena que le ha sido impuesta. Su juventud y su atractivo le convierten en un conquistador pasivo. Rara vez consigue lo que quiere, pero como es buena persona, ese servicio a las demás le confiere una vida, sino plena (ni de vaso medio vacío, seamos sinceros), si con alguna razón para seguir y pocos intentos de rebelarse a su condición. Como Hamlet, duda. Tal vez la vida debería ser otra cosa. Piensa alguna que otra vez en la ligereza de Lilia, poco menos que una monita, una especie de primer amor que se fue a las primeras de cambio, acabando en Israel y luego por todo el mundo y no por Moscú, para ser precisos. Y Shúrik de Moscú no se mueve mucho. Solo una vez y, cómo no, para complacer a una mujer y a su familia, sin que ni tan siquiera fuera cosa suya, sino de un cubano, un tal Enrique, absorbido por los torbellinos de la vida y la política cubano-soviética. 

En todo caso, estaba su abuela, que tenía solución para todo. Yelizaveta Ivánovna, profesora de francés decimonónico. Con ella, todo era más fácil, y su muerte le revela algo que no le abandonará nunca: un terrible sentido de la culpabilidad. Cualquier desgracia que pasa, es cosa suya, por muy inverosímil que parezca. También está su madre, Vera Aleksándrovna, que llegó a trabajar de contable en un teatro, y que, en realidad, vive para la cultura, es decir, para las cosas elevadas. Vera lo es todo para él, y compartirán casa y vida, porque, como buen Don Juan, no se casa con nadie y sus amantes tienen sus días y sus horas respectivas, que él cumple de manera escrupulosa. Shúrik, qué duda cabe, es un buen tipo, siempre dispuesto a todo, no solo al acto sexual. También hace recados e intenta entregarse en la búsqueda de la felicidad de los demás. A veces piensa en la suya, pero se le pasa. Como cantaban Los Planetas, después de todo, esto no está mal. Así pasan los días, los meses, los años, las mujeres se mantienen (lo suyo es más bien acumulativo, aunque hay alguna que otra baja que rápidamente es cubierta), los estudios hacen agua y los oficios van uno detrás de otro, aunque tiene facilidad para los idiomas.  

En Sinceramente tuyo, Shúrik, Liudmila Ulítskaya, que es una narradora como ya no es fácil encontrar, logra algo no tan fácil de encontrar: transcurren, en lo que nos interesa, once años de vida, y once años llevamos leyendo el libro. El tiempo de lectura coincide, prodigio, con el tiempo de la narración. Así, vemos somos participes de aventuras y desaventuras, olvidando a la misma vez que Shúrik y recordando en los mismos momentos. Digamos, que hemos logrado interiorizar sus vivencias y hemos acabado por compartir su desarrollo vital, que nos gustaría pensar que es plano, pero es más bien cuesta abajo, eso sí, con una suave pendiente. En un determinado instante piensa que todo lo que ha vivido antes es decadente, falso, vano. Correr de aquí para allá, satisfaciendo deseos, como un recadero. Qué Don Juan ni qué Don Juan. Si se parece a algo es al Casanova de Fellini. Una máquina, un artilugio. Ah, pero él tiene corazón… Y está Vera, su adorable Vera, su madre. Esa disponibilidad le causa continuos trastornos. Sí, hacerlas felices es sencillo. Tampoco vamos a exagerar. Tampoco piden mucho. Un poco de cariño y ni eso. No es que viva rodeado de bellezas y beldades. La verdad es que más de una vez, dejan lo suyo que desear. Pero la compasión es un sentimiento que es superior a él. La piedad. 

Habría mucho que decir sobre su carácter y qué decir sobre la sucesión de personajes y vidas al límite (de la inanición). Tiempos soviéticos. Tampoco es una sucesión de dificultades, sino más bien los extraños caminos burocráticos por los que discurrían aquellas vidas. La galería es tremenda, la pintura es una nave de los locos, un jardín de las delicias, un campo de batalla en el que no falta detalle. Qué escritura, qué fácil sostiene todo ese complejo entramado. Qué gusto por la lectura, que ya no es lectura, sino compartir espacio y tiempo, como, de algún modo, ya he dejado escrito. Hay mucho que contar, pero eso ya lo hace la escritora rusa. Podemos seguir, añadir pinceladas, repasar líneas y abundar en este Casanova involuntario, en este robot de cocina soviética, en ese corazoncito voluntarioso al que, de cuando en cuando, le asaltan las incertidumbres. No, dejadme a mí y seguidle a él. Es lo justo. Esa justeza que mueve la vida de Shúrik Korn hasta diluirse, como un azucarillo.


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