Así hablábamos, de La tristura (Teatro Valle-Inclán) | por Javier Martínez Abad y Ubaldo Villarejo Lucio
El viernes 23 de febrero Javi y Ubaldo fueron a ver Así hablábamos al Teatro Valle-Inclán de Madrid. Ya habían hablado de escribir algo juntos y vieron una buena oportunidad en esta obra. Durante la función, Ubaldo fue tomando algunos apuntes en un cuadernillo rojo que llevaba en el bolsillo. Al salir, acordaron que para evitar que las ilusiones personales influyeran en las del otro —algo que ahora encuentran algo contradictorio—, era mejor que cada uno las ordenara antes de ponerlas en común. Entendieron que escribir sobre Así hablábamos no permitía otro formato que el de una conversación. Una conversación
escrita.
10:43 de la mañana. Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Madrid. Javi y Ubaldo están sentados en una mesa. Se enseñan lo que han escrito. Javi lee.
Partamos de que esto es una conversación o, como le gustaría a Carmen Martín Gaite, una retahíla. Un tomar y retomar. Una conversación infinita. ¿Pero tenemos con quién hablar?, ¿tenemos un interlocutor, aquella persona que recoja nuestro hilo, que lo cosa a las palabras y nos lo devuelva para, así, nosotras continuar? Al fin, alguien que nos ate a la vida.
A Ubaldo, el fragmento de Javi le remite a algo que había escrito y lee.
A un lado de la hoja en que escribo, el cuadernillo que llevé al teatro, y, al otro, el folleto que repartían en la entrada. Aquí aparece (‘aparición’ en su segunda acepción: ‘Visión de un ser sobrenatural o fantástico’) un fragmento de Carmen Martín Gaite: «En el momento en que hay alguien con quien puedes hablar, para mí que se quite el cine, el teatro, los viajes, incluso placeres más fuertes». La cita dialoga (o habla. Sí. La cita habla) con una impresión que a duras penas anoté en la oscuridad del teatro: «Qué poco hemos hablado en nuestras vidas. 22 años y solo habré hablado media hora». Sobre esta afirmación, escrita bajo los efectos inmediatos de la euforia teatral, haría ahora dos intervenciones: media hora me parece escasa, por lo que le sumaría algún minutito. También escribiría ‘hablado’ en mayúscula: Hablado. En Así hablábamos, la acción de ordenar palabras, pronunciarlas y compartirlas entre vivos y vivos y entre vivos y muertos (podríamos definir así el verbo “Hablar”), se convierte en una acción nuclear. Lo cotidiano se abraza como posibilidad y cultivo de lo esencial, aquello verdaderamente importante.
Javi, que es lector de Martín Gaite, comenta que su sensación al leerla es que, efectivamente, lo cotidiano y la rutina son su asidero a la realidad. Ubaldo sigue leyendo.
Más allá de la coyuntura concreta que reúne al grupo de amigos (una muerte inesperada, un disco pendiente…), su conversación no es extraordinaria y es fácil que surja la identificación del espectador con el diálogo al que asiste: «Yo también me pregunto a cerca de la relación entre las nuevas tecnologías y la muerte, la muerte en sí, el olvido, la amistad y el amor (¿a caso son cosas distintas?), el paso del tiempo, la toma de decisiones…».
Javi lee.
Así hablábamos, la obra de teatro creada por La tristura, ha llevado al escenario una historia inspirada en el universo de la escritora salmantina donde una banda de música formada por un grupo de amigos recibe una mala noticia: su productora, pero sobre todo, su interlocutora, muere repentinamente. La retahíla se acaba.
Comienza el segundo acto: el duelo.
Según la RAE, el duelo es aquella demostración que se hace para manifestar el sentimiento que se tiene por la muerte de alguien. Hace poco, los integrantes de La tristura comentaban que somos una generación y una cultura sin herramientas para el duelo. En estos tiempos que vivimos, donde se nos impone ser felices, se hacen ciertas esas palabras. No tenemos las herramientas necesarias para canalizar el dolor.
Es entonces cuando comienza esa búsqueda del interlocutor. Nubosidad variable, Lo raro es vivir, La reina de las nieves, canciones compuestas por el grupo que toman su título de novelas de Martín Gaite, son una llamada a alguien o algo que no encontramos. Estas canciones son la manera que tienen los personajes de explicarse, entre ellos y con su interlocutora perdida.
Gracias al arte, a la creación, se reanuda esa interlocución. El arte es una conversación con los muertos.
Javi leyó esto último en un libro. Aunque no estaba muy de acuerdo con esta idea, decidió escribirla para mostrársela a Ubaldo. Hemos decidido interrumpir en este punto la transcripción de la conversación que tuvieron para no influir en la opinión del lector. Ubaldo, retomando la mención de Javi a la «búsqueda del interlocutor», lee.
Otro tema central de la obra es la Amistad. El fragmento de Martín Gaite al que hacía referencia al inicio establece la compañía como condición material indispensable para que se dé el Habla.
Javi lee.
La búsqueda de un interlocutor vertebra las creaciones de los miembros de La tristura. En Las chicas están bien, de Itsaso Arana, un grupo de amigas se reúnen para ensayar una obra de teatro y encuentran entre ellas a sus interlocutoras. «Estoy enamorada de las cosas que cuentas», dice una de las protagonistas. Este
mismo valor de la amistad y la conversación se encuentra en Así hablábamos.
Ubaldo lee.
En este juego de la palabra (podríamos definir así el sustantivo “conversación”), la imagen de una partida de tenis se impone rotunda y clara. No solo figuradamente (los deseos, que son raquetas, ponen en juego las palabras, que son pelotas), sino también en un sentido escénico-organizativo (cancha, red, sombrilla, Rafa Nadal, especulación inmobiliaria). Como en un circo romano, las butacas están agrupadas en dos sectores separados por un escenario horizontal (en mi cuadernillo anoté: «Sólo la entrada ya es diferente»). Esta disposición obliga al espectador a ladear la cabeza en un divertido movimiento pendular que conecta con la flexibilidad requerida en los integrantes de una buena conversación y en los aficionados al tenis —pienso ahora en la retransmisión por Teledeporte de la final de Wimbledon y en mi padre roncando frente a la tele, un espectador nada flexible—. Al salir, mientras me anudo la bufanda alrededor del cuello, le digo a Javier: «¡Parecía que estábamos viendo un partido de tenis!». Minutos más tarde, Javier y yo estamos sentados frente a sendos platos de arroz frito que devoramos mientras comentamos la obra. Hace unos meses, una profesora del máster organizó un taller impartido por una compañía que estaba trabajando en la puesta en escena de un texto que habíamos trabajado en clase. El director de la compañía nos comentó que, según su opinión, la fortuna de una obra era proporcional al tiempo que el espectador, una vez finalizada la representación, dedicaba a reflexionar acerca de lo que había visto. En Así hablábamos, uno de los personajes predice que los espectadores, en el frío de la noche, seguirán conversando.
Aquí está su conversación. Estamos seguras de que hay cosas que se les han escapado. Según lo que hemos podido oír, hay algunos puntos que Javi y Ubaldo no han entendido. Será por eso que hace unos días volvieron al teatro con sus amigas del máster (según pudimos oír: Begoña, Marta, Sonia, Haridia y Abraham). Al salir, se sentaron en las escaleras del teatro y estuvieron Hablando (Conversando) un buen rato hasta que recordaron que el último cercanías del día salía en pocos minutos.