Del Drina al Vístula. Lecturas centroeuropeas, de Mercedes Monmany (Báltica) | por Juan Jiménez García
En el propio título del libro está encerrada la complejidad de aquello que conforma Centroeuropa. Desde que Claudio Magris escribiera su libro El Danubio, seguramente antes, desde luego mucho después, empezamos a entender geografías literarias como lugares atravesados por ríos, culturas líquidas, que no conocen de fronteras, de patrias, de naciones (todos esos problemas que han asolado y destruido, en buena medida, a la región durante el siglo XX y a lo que parece no escapar el siglo XXI). Lo que une sus escrituras no son los países, sino el compartir un espacio, un espacio indefinido, una tierra, unas relaciones que escapan a imposiciones y decisiones, a dibujos en el frío invierno de los mapas. Si algo comparte Centroeuropa son tragedias. Primero la caída de ese sueño de una cosa que fue el Imperio Austrohúngaro. Para al final, llegar a las guerras de los Balcanes y la desaparición de Yugoslavia, hecha, entre las más inimaginables atrocidades, pedazos. También ella, el sueño de otra cosa. Entre medias, primeras naciones, ascenso de los fascismos acorde a los tiempos, nazismo, amistades peligrosas, exterminio, liberación, comunismo, telón de acero, primaveras convertidas en inviernos,… La escritura, esa escritura líquida, cruzada por el curso de esos caudalosos ríos que atraviesan esa tierra, dejando constancia de todo ello, de pérdidas y extravíos, una literatura construida, a menudo, sobre la memoria, porque recordar es una manera de intentar entender, y hay tantas cosas incomprensibles en estos países… (en estos, en todos, pero estamos con estos).
Fui un viajero que rara vez se movió de esta ciudad (y exagero, dado que estoy en un minúsculo pueblecito, a la sombra de ella). Un viajero fracasado que soñaba con otros lugares. Sin embargo, sin llegar a verlas, nunca entendí de fronteras, como nunca entendí de un montón de cosas, casi todas, tal vez todas. Un disgusto por ellas que debo atribuir al gusto por la literatura centroeuropea, un espacio que cuesta definir pero que sin embargo creemos entender, creemos conocer. Europa tiene abundancia de esas geografías precisas que sin embargo son aproximaciones, de esas certezas imaginadas. Geografías sentimentales, podríamos decir. Lugares que solo responden a nuestras sensaciones, tan ciertos o inciertos como otras certezas. Geografías íntimas. Decía que desde el propio título del libro está encerrada esta complejidad, dado que el Vístula es un río que atraviesa Polonia, Bielorrusia y Ucrania y el Drina, Serbia y Bosnia, pero en estas lecturas centroeuropeas, encontraremos otros lugares (también estos), pero fundamentalmente Hungría y Rumanía (la balcánica, pero no centroeuropea, Rumanía). De nuevo, pues, nos encontramos ante el sueño de una cosa, y esa cosa es poder pensar la literatura como algo que se mueve alrededor de cosas que se tambalean, pero se sostienen en un deseo común de moverse a través del tiempo y de un espacio que carece de límites, que es más, mucho más, de aquello que contiene, y que esos ríos no conocen de fronteras, esas literaturas son líquidas, como el agua, como la sangre, y la escritura debería estar siempre más allá, en otro lugar, en otra parte.
En esta búsqueda lleva años Mercedes Monmany. Un libro emblemático fue Por las fronteras de Europa, ese recorrido elegido, por la riqueza de la literatura europea, hacer entender que el mundo no se acaba en ese puñado de autores que se repiten, interesadamente, una y otra vez en las mismas páginas, con las mismas intenciones, y ver que el mundo es amplio, inabarcable y que ser lector es, de igual modo, una cuestión de búsquedas y encuentros, de emociones adquiridas y alguna que otra decepción. En definitiva, riesgo, cuestionamiento de lo conocido como un todo. Tras él, llegó, precisamente, el libro de la existencia física de las fronteras, fronteras como designio humano: Sin tiempo para el adiós, en el que escribía sobre los escritores del exilio. El exilio como otra forma de memoria, en la que el tiempo, pero también lo abandonado, se convierten en el material con el que se construye el presente y se desvanece el futuro. Del Drina al Vístula. Lecturas centroeuropas, es una continuidad en esa búsqueda, que también debería ser la de aquellos que escriben sobre literatura. Una literatura que también toma distancia con respecto al siglo, porque no estamos hablando de esos clásicos de cada país, sino, en todo caso, esos últimos clásicos, escritores que han escrito atravesada la mitad del siglo pasado y que incluso aún siguen activos, enfrentados a los dilemas del presente, que son tantos, sin poder escapar a la intensidad de los años que fueron. Años que fueron y que marcaron una identidad, una proximidad, entre aquellos que escribían y aquellos escritos, cuando simplemente no eran los mismos, porque buena parte de esta escritura surge de la necesidad de contarse. De dejar un rastro en la tierra de los que quisieron ser borrados, por holocaustos o por regímenes totalitarios o por simple interés del poder. Necesidad de ser. De afirmar la existencia. No dejar que el tiempo lo pudra todo. He transitado esos espacios mentales, esos espacios convertidos en literatura, por mucho tiempo, por muchos años. Buena parte de los nombres sobre los que escribe Mercedes Monmany me son no solo conocidos, sino muy queridos. nombres que de alguna manera me ayudaron a entender no solo aquello que me rodea (porque centroeuropa no estuvo nunca lejos) sino aquello que me atraviesa. Juntos, seguimos el curso de un tiempo, uno de esos tantos tiempos posibles. Escribir es descubrir y descubrirse y mostrarnos a los demás. Intentar seguir el curso de ríos tan imaginados como reales. Como este Drina, como este Vístula, como aquello que atraviesan y no atraviesan, como la luz y la sombra, como ese espacio que siempre hemos creído conocer y que nos une, de alguna manera.