Cuerpo vítreo, de Aurora Freijo Corbeira (Anagrama) | por Gema Monlleó

Aurora Freijo Corbeira | Cuerpo vítreo

“Sólo que nosotros, 
más aún que la planta o el animal,
marchamos con ese riesgo, lo queremos, a veces
(y no por interés) hasta nos arriesgamos más 
que la propia vida, al menos un soplo 
más…”  

Rainer Maria Rilke, Versos improvisados 

Ella. En la lucidez de la ceguera que acecha. Glaucoma celta. Ve y no ve. Ve lo que no quiso ver. T. y su oquedad. K. y el azul Kennedy. L. y el “beso pistilo”. M. y el (su) maullido. Madre-terminal. Morfina en el hospital y morir lentito. Radiador, agua, charco. Cuerpo, lágrimas, charco. J, el psicoanalista que pide palabras. Palabras-no-dichas, perdidas. Voz en silencio. Silencio de vértigo, silencio de vida. Cama de matrimonio sin matrimonio (¿quién bautiza las cosas?). El tambaleo del no, del ya no, del nunca más. El desorden, el del cuerpo. Propioceptores bailando indignamente. El susurro sin paz. Lo improductivo. La indolencia. La inconsistencia: el mareo de la inconsistencia. El saber de meiga. El gen atlántico (y el hombre atlántico, el de Marguerite Duras, D. de Duras, d. de dique, d. de dolor). El desequilibrio. Los pies. Los pies-peso. La oscuridad. “En esa inestabilidad que es su vida desde hace días, su actividad ha cesado. No lee, no escribe, no desea”. La nada. “Entre el dolor y la nada elegí el dolor”. El pájaro y la jaula. La jaula y el pájaro. Una casa-cama en una cama-casa. Una fractura. Una glauco-divinidad. Un mandato bíblico. Las palabras-reja. El lenguaje-escudo. “¿Quién les cerrará los ojos a los peces muertos”. Nervio. Nervio-ojo. Nervio-ancestro. Nervio-anestesia. Nervio-delgadez. Nervio-palidez. Nervio-maraña. Lo insuficiente. Lo irremediable. La muerte. El tendedero, el lucernario, la muerte. Otra vez la muerte. Lo irremediable, la muerte. El fatum. Cangrejos con pisto. Terneros con lengua azul. Sémenes de tortugas. Simbiosis. Savia ennegrecida. “Perder la sensatez y perder la temperatura propia sucede a la vez”. La química y la palabra. El coágulo y el estío. “Penetrados los inconscientes, la alianza es ponzoñosamente eterna”. El fango (T.). La infelicidad (T.). El mal amor (T.). El amor de fragmentos (T.). Los tentáculos (T.). Y el goce (“satisfacción paradójica que el sujeto tiene de su propio síntoma”) (T.). Y el irse a medias yéndose del todo (T.). La imposibilidad luminosa del deseo (T.). La palabrería (T.). El amor gangrenado (T.). El disfraz (T.). Hombre de instantes (T.): “la poesía para calmar la basura”. El peso del acero que era ingravidez (T.). La enloquecida espiración (T.).  Amor de “fachada wagneriana” (T.). Amor amasijo (T.). “A-d-i-ó-s-a-m-o-r-m-í-o-no-me-llames-me-molestas”. El regalo del abismo. El castigo del abismo. El abismo del cuerpo. El abismo interior. La soledad. Las palabras que no cesan. La voz, las voces, el murmullo. La obsesión. Y la selva, la selva en el silencio. Y la seguridad: grillada. Y los ángeles: el de la soledad (la soledad, otra vez la soledad) y el de la muerte (la muerte, otra vez la muerte). Y un dios al que rogar: “Rogar es ontológico”. Y las mariposas, las mariposas (fr)ágiles. Y ella. Ella, alongada y débil. Ella, exangüe. Ella, arrebujada y ovillada. Ella desde/contra su vacío. Ella, derramada. Ella, almohadillándose. La zanja y la dicha. “¿La están castigando también los dioses a ella cegándola?”. Y el miedo. El miedo que ronda, el miedo que momifica. Y los oídos, abrochados. Y el vendaval. Y la ausencia. Y la quietud de las piedras: el deseo. Y el iris glauco: ojos-faro. Y la “respiración de libélula hibernando”. Y el trastorno de la poesía. Y la penuria. Y el temblar. Y el padre-ancla. Y la madre-pitia. Y Juana ardida. Y el epitelio de Penélope. “Tanto afuera no permite respirar mejor: demasiado aire”. Y la madre. La madre. La madre. Otra vez la madre. Y lo siniestro. El maquillaje, la calavera y lo siniestro. El hospital. Y lo siniestro. La agonía. Y lo siniestro. El agotamiento. Y lo siniestro. El ascensor para el cadalso. Y lo siniestro. Y el luto (¿y lo siniestro?). Y la eternidad (¿y lo siniestro?). “Las cenizas de los muertos son gruesas”.  

Cuerpo vítreo (Aurora Freijo Corbeira, Madrid, 1965) es un libro-cuerpo. El libro-cuerpo de una enfermedad doble: un glaucoma en el ojo degenerativo e incurable y un súbito vértigo que postra a la protagonista en un naufragio mareante de pronóstico incierto en cuanto a la duración. Desde un duermevela emocional lisérgico y totalmente desconcentrado ella narra y se narra, ella recuerda y se juzga, ella expone y se expone. Su doble enfermedad alude a otra doble dolencia: la de su enfermizo amor por T. (el amante casado que nunca llegaba del todo pero que tampoco terminaba de irse) y la del acompañamiento en la muerte de la madre, eros y thanatos abrazándose a su fragilidad. Madre amniótica como ser añorado al que aferrarse en este momento vital de incerteza (incerteza como miedo, incerteza como dolor y recuerdo del dolor, incerteza como identidad en entredicho, incerteza como posibilidad de indigna agonía). La protagonista (ancestros gallegos, gen celta en su glaucoma) da testimonio de su ahora saltando entre recuerdos de su pasado, desde una profunda impiedad consigo misma y con su entorno. Ella, lectora y escritora, se aferra cuando puede a las palabras como tabla de salvación y encuentra en Marguerite Duras (“ahora ella también tiene su playa, atlántica, ventosa”) o en Emily Dickinson la empatía que la vida no le ofrece (“Para ponerse a salvo, la rutina de la lectura, la organización que dan el saber y la palabra, y que pueden hacer que te sostengas sin sexo, sin brazos. Consumía palabras para calmar el desasosiego y despreciaba amantes por desconfianza”). Ellas, Duras y Dickinson, tienen nombre. El resto de personajes no lo tienen, son nombrados por su filiación (madre, hermanos) o por su inicial (sus amantes), a la manera de Annie Ernaux, (“optar por la inicial es desprender la carne”). Libro-cuerpo, novela poética, poesía fragmentaria, monólogo del yo, del tú, del ellos, cuadro existencial, diario bisturí, devastación escrita, aspereza literaria, rompecabezas interior. Desde la erosión del cuerpo (“Me estoy pudriendo”, primera frase) a la degradación del pensamiento en la desasosegante búsqueda de un diagnóstico matizado-tamizado, de una espada de Damocles ajustada en tamaño a la capacidad de aceptación de lo incierto por parte de la protagonista.  

Freijo Corbeira es filósofa y Cuerpo vítreo, como una fotografía escrita del temor y el temblor de Kierkegaard, es ontología pura: el ser y el amor, el ser y la muerte, la insoportable finitud del ser.


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