Yo recordaré por ustedes, de Juan Forn (Seix Barral) | por Óscar Brox
Hace poco leía Ensayismo, colección de lecturas, textos e ideas potentes en la que Brian Dillon, su autor, conjuraba todos los misterios del ensayo para mostrárnoslo como una suerte de actitud hacia la forma. De un tiempo a esta parte, el ensayo se ha convertido en un banco de pruebas para la escritura. Combinaciones, entrecruzamientos, conexiones… la hoja en blanco como territorio para desmenuzar unas cuantas cosas, para fertilizar unas cuantas ideas y, en fin, proponer en paralelo una especie de autorretrato lector. De biografía escrita a partir de libros. O de autores. O de textos. Siempre digo que me gusta más Jorge Barón Biza como reseñista que como escritor, por esa habilidad para dar con las palabras. Da igual si se trata del minimalismo en las instalaciones de Dan Flavin o si aborda, de plano, el arte de la reseña. En lo que escribía encontraba ese talento subterráneo para dar sentido a las cosas. Ponerlas en valor. Recordarlas.
A Juan Forn, probablemente, se le conoce poco en España. El peso de su labor editorial, crítica y textual no ha sido suficiente como para alcanzar el otro lado del Atlántico. Esto, lejos de resultar un hándicap, supone un maravilloso descubrimiento cuando uno se acerca a su Yo recordaré por ustedes, que es una suerte de reunión de textos que oscilan entre el retrato, el comentario y la pura literatura. Lo último debería servir para dejarnos claro lo gozoso de su lectura, porque Forn era un escritor formidable. De esos que te muestran lo conocido y, sin necesidad de arabescos ni retruécanos literarios, saben cómo escarbar en ello para explicarte todo aquello que faltaba aún. Y lo cierto es que esta colección, a ratos pintoresca, podría funcionar en muchas direcciones: como diario, como texto crítico, como selección personal, memoria lectora y, si apuramos, hasta como novela de escritores. Porque lo justo es reconocer que Forn no se limita al retrato, la descripción o la anécdota, sino que se obliga a hacer que todo eso crezca hasta convertirse en historia. En literatura. No importa de quién se trata, ya sea el negro de Banyoles o el pintor Hokusai.
Aunque organizado a partir de un criterio interno mediante el cual hilar los textos recogidos, Yo recordaré por ustedes podría abrirse y cerrarse en cualquier página. Con Forn me sucede como con Fleur Jaeggy, ambos poseen esa maestría para encapsular en el menor espacio posible el relámpago descriptivo con el que dar cuenta de un nombre, un rostro, un lugar o un tiempo. Su retrato de Robert Walser es bellísimo, en tanto que lo muestra a través de sus infinitas caminatas, su desafortunada trayectoria vital y esa sensación de privacidad recogida a través de una fotografía en la nieve. Otro tanto para Peter Altenberg, de quien recientemente publicó un libro Hurtado y Ortega, al que Forn pinta como un intelectual y un mendigo, una fuerza de la naturaleza cultural y uno de esos frutos extraños de una Europa al borde de estallar. Leyendo a Forn todo suena más interesante; incluso, diría, lo ya conocido se nos aparece como si, por algún misterio, tuviese todavía algo de desconocido.
Son hermosas sus piezas sobre el hermano de Wittgenstein y Akutagawa, Alberto Savinio (“lo único que quería del arte era que le permitiera hacer algo que se corporizara inequívocamente en nuestra mente”) y Vasco Pratolini, al que entremezcla con sus recuerdos maternos y familiares. Por sus páginas circulan un Fellini en estado depresivo, Josephine Baker y Le Corbusier cruzando el océano rumbo a Buenos Aires o Claude Cahun y su último autorretrato. En todos ellos hay pasión por recordar (una época, unos nombres, quizá un estilo), pero también por narrar. Y la sensación de que no hay espacio pequeño ni género menor. Solo espacio en blanco al que Forn se entrega gozosamente contando historias de malogrados, genios o figuras olvidadas, la mayoría de ellas en ese tortuoso Siglo XX.
Si el ensayo es una cuestión de actitud hacia la forma, resulta justo ver en Juan Forn a uno de sus más delicados practicantes. Sus textos no eran pedantes, tampoco transparentes, ni caprichosos ni eruditos. En cambio, sí poseían esa rara capacidad de saber cómo poner en orden ideas y pensamientos, memorias y palabras, de modo que a través de todo ello pudiese armar una historia. Un recuerdo. Un retrato. Y en verdad hay mucha literatura en este recorrido histórico, y también mucha hambre por narrarla, por conquistarla, por divisarla en cada hoja escrita. Este libro de Forn es un gabinete de las maravillas, un testamento lector escrito durante años. Puro gozo.