Mercury Pictures, de Anthony Marra (Armaenia) Traducción de Jacinto Pariente | por Juan Jiménez García
¿Dónde fueron a parar nuestros sueños? Sueños ni tan siquiera de juventud… Releyendo lo que escribí sobre El zar del amor y el tecno, el libro anterior de Anthony Marra, igualmente publicado por Armaenia, uno pensaría que es una cuestión de destino, de azar, de destinos y azares cruzados. También en Mercury Pictures, que abandona la Unión Soviética y Rusia por Estados Unidos e Italia. Estamos en los años veinte del siglo pasado, esa época de convulsiones, de cuerpo resucitado tras una Guerra Mundial que había sido muerte, muerte y muerte. Ganas de volver a vivir, aunque no siempre fuera posible. ¿Era posible en la Italia de Mussolini? No, ciertamente no. ¿Y en los Estados censurados de América? Complicado. Los enemigos estaban por todas partes, pero los enemigos son siempre los otros, fantasmas creados por las necesidades políticas del momento. Y ahí todo se iguala, cada país es el mismo y nada está demasiado lejos ni es demasiado ajeno. Esta es la historia de María Lagana, pero como uno no vive solo nunca, ni vive en ninguna parte, son múltiples historias entrelazadas, que, empezamos a intuir, es lo que le interesa al escritor como escritor. Ahí se cruzan exilios, caídas, huidas y hasta identidades. Historias que por separado ya tendrían algo que contarnos (y nos lo cuentan) y juntas forman el retrato de unos años en los que, huidos de un abismo, se precipitaban hacia otro.
Empecemos. El padre de Maria Lagana es abogado. Estamos en la Italia fascista (pero una Italia que había estado en el lado correcto de la pasada contienda y, por tanto, tolerada y respetada, a la espera del nacionalsocialismo). Eso no le impedía perseguir cualquier disensión y los confinamientos en lejanas poblaciones estaban siempre ahí. Lagana, niña, habla más de la cuenta, y su padre es condenado. Ese recuerdo le perseguirá. El resto de la familia se marcha a Estados Unidos, lugar de la emigración italiana y no solo. Ella encontrará su sitio en la productora Mercury, dirigida por dos hermanos, uno en Los Ángeles y otro en Nueva York. En Los Ángeles, Artie juega a gusto en la segunda división del mundo del cine, produciendo películas con cuatro duros y un montón de artimañas publicitarias. Ella se convierte para él en alguien imprescindible, que está siempre ahí, con buenos consejos e ideas. El padre es alguien lejano del que solo llegan fragmentos de cartas censuradas y que se dedica a dar clases y a sobrevivir. Dar clases se las da a un solo niño, Nino, que acabará por cruzarse en la vida de María, y será un personaje más, una línea más en esas otras líneas de vida que se cruzan, se enredan y desenredan, como Anna, la alemana miniaturista que huye del ascenso del nazismo, o Eddie, el novio sinoamericano de María. Todos moviéndose, de una manera u otra alrededor de la productora, que es una pequeña historia del negocio del cine (también en tiempos y necesidades de propaganda bélica), y de la historia (poco o nada conocida) de cómo el mundo entró en otra guerra y, de repente, los Estados Unidos empezaron a tratar a los inmigrantes como enemigos, porque procedían de Italia, de Alemania o de Japón (aunque bastaba con parecer japonés… los chinos también les iban bien).
La habilidad de Anthony Marra como narrador, su más que demostrada capacidad para entrelazar todas las historias para convertirla en una sola, convierten a Mercury Pictures en un apasionado retrato de aquellos años. Pero no solo es una narración que juega referencialmente con la Historia (la real, en la que la Mercury, por ejemplo, tendría no poco que ver con la Warner), sino que nos muestra también esa historia a pie de calle, esos miedos, esos temores que atravesaban al hombre común, que solo pretendía sobrevivir, hacer su trabajo, creer en todo aquello. Una reflexión sobre nuestro papel cuando acabamos relegados a meros figurantes, convertidos en meras fichas de un juego de un inmenso tablero y como entre todo, aún hay un lugar para buscarnos y, tal vez, encontrarnos.