Esplendores mínimos, de Carlos G. Munté (La Isla de Siltolá) | por Gema Monlleó
“El aforismo es la frase previa al brindis”. Este no es un aforismo de Carlos G. Munté, aunque sí es una frase de Carlos G. Munté. Para ser exactos, este no es un aforismo de Carlos G. Munté que aparezca publicado en el libro de aforismos Esplendores mínimos (La Isla de Siltolá, 2022), sino que es una frase que Carlos pronunció, buscando una definición aforística para su propio libro, en la presentación que hizo en la Librería Documenta (Barcelona, 5 de marzo de 2022).
Y leyendo el libro, y con esta la definición del autor en mi cabeza, he aquí los brindis.
Esplendores mínimos es el primer libro de aforismos de Carlos G Munté, después de sus libros de poemas Sniffin’ blue (La Isla de Siltolá, 2021) y Las copas que no bebí (Olifante, 2018), un género con el que Carlos se siente cómodo, al que cree que ha llegado de manera orgánica en su tránsito desde la poesía (“el poeta tiene más de romántico”) al aforismo (“el aforista tiene más de oficinista”, Carlos dixit). Si los poemas de su libro anterior ya eran breves, aquí la apuesta por lo mínimo (y esplendoroso) es santo y seña, necesidad de seguridad (explica que considera el aforismo cerrado cuando no contiene nada que no quiera decir) y grito acusatorio o de auxilio (“el observador sorprendido”, según menciona en el prólogo Manuel Díaz Guía).
Primer brindis.
“El dolor es una puerta cerrada” es el aforismo que abre el libro y “Aquí no cabemos todos” el último. Escritos en orden cronológico, durante la pandemia, y con el orden voluntariamente mantenido en su publicación, los latigazos del autor (a veces abruptos, otras disfrazados de caricia) azuzan diversos temas convirtiendo Esplendores mínimos en un archipiélago de imágenes prácticamente existencialista.
Segundo brindis.
Reflexiones desde la distancia del escaparate o desde el epicentro del estallido, miniaturas no por mínimas menos severas, indagaciones en las que puede ser más importante la duda planteada que la respuesta que esboza. Los temas tratados permiten trazar recorridos subterráneos, itinerarios diversos, pese a partir del mismo punto y converger en un único destino. La escritura, en general, (“No vivir de lo que uno escribe pero sí vivir escribiendo”, “Entre lo visible y lo invisible, la poesía”) y el género aforístico en particular (“El aforismo como bala que cierra heridas”, “Un aforismo es una intuición escrita”); el yo ante el mundo (“Uno nunca puede dejar de verse a sí mismo”, “La huella en el cemento como fósil de nuestra inexistencia”, “No somos la vida, tan sólo la habitamos); el tránsito entre el amor (“Besar como si hubiera un mañana; eso sí que requiere valentía”, “El amor refresca”, “El deseo es el camino más rápido”) y la muerte (“¿Y mi muerte, de qué se esconde?”, “Lo entendimos todo mal: la vida no es el partido sino un largo tiempo muerto”); y una cierta y casi irremediable melancolía (“Inventamos desde la nostalgia”, “Nadie se responsabiliza ya de su alegría”). Todo ello aderezado con momentos de humor, de auto-cuestionamiento-humorístico, que desde la ironía hacen un retrato del autor alejado de la autocomplacencia y sostenido en sus dudas (“Mi poesía es conocida sobre todo por ser desconocida; y no me va nada mal”, “A falta de principios, ser un hombre de finales”, “Recuerdo: estar doblemente cuerdo”, “Padezco de Ser Humano crónico”)
Tercer brindis.
Atendiendo a la definición de la RAE (“Máxima o sentencia que se propone como pauta en alguna ciencia o arte”) y a la etimología (del griego ἀφορίζειν: definir), estos Esplendores mínimos sentencian (desde la duda implícita) y definen. Alargar este texto elucubrando teorías tal vez sería un cuestionamiento innecesario por mi parte. Es la lectura del libro quien tiene las respuestas.
Último brindis, como colofón: “El buen aforista es un francotirador que sólo dispara a salvar”.