Los espejos venenosos, de Milorad Pavić (Sexto Piso) Traducción de Dubravka Sužnjević | por Juan Jiménez García
Con todo, Mirolad Pavić no dejará de ser conocido por su Diccionario jázaro, un libro en el que seguramente trazaba ya una geografía de lo que iba a ser su propia literatura. En aquella obra de innumerables lecturas, que se movía en otro y otros tiempos, ¿no estaban recogidos también de algún modo los relatos de Los espejos venenosos? Sin que haya en ellos ninguna ordenación precisa, podrían ser también un irónico apéndice de Las mil y una noches. Otras noches, otro narrador. Un narrador capaz de convertirse en protagonista de uno de sus propios relatos y no en primera persona, sino como un argumento más para volver sobre el misterio. El misterio de la existencia, el misterio de contar. Porque Los espejos venenosos es un libro que cuenta. No desde la oralidad sino desde una literatura que se dirige a los hombres uno a uno o a unos pocos, alrededor de un fuego, el fuego de la memoria. De esa memoria que contiene, metafóricamente, nuestras vidas, mitos que llegan a serlo porque son demasiado humanos, fantásticamente humanos.
Me resisto a tratar este libro como un libro de relatos. Moviéndose entre distintos periodos históricos, llegando hasta los días del escritor desde siglos atrás, hay algo que los une y que es más poderoso que el tiempo, que esas distancias temporales. Puede que sea también un acierto de su antólogo, el también escritor serbio Goran Petrović. En todo caso, y aún conviviendo en ellos distintas distancias o alientos, el misterio, está ese contad, hombres, vuestra historia, contad vuestras historias mágicas, contad los misterios que se esconden detrás de la mundanidad de nuestras vidas y de las vidas que nos precedieron y que, finalmente, son solo una. Las leyendas deben seguir transmitiendose, pero no solo, sino que deben también seguir creándose, ya desde ese primer revelador relato, Juego de té de Wedgwood. Las narraciones deben de seguir maravillándonos como lo han hecho con esos hombres de otras épocas. El humor está por todos lados, y Pavić sigue creyendo que escribir es desvelar. Que contar es desvelar. Revelar las paradojas que mueven el mundo desde tiempos pretéritos.
Y todas las historias hablan de nosotros, de lo que fuimos y, por tanto, de lo que somos… No hemos avanzado mucho. Reducidos a la esencialidad de las leyendas, no hemos cambiado demasiado, como si las verdades fueran bien pocas, las certezas muchas, las dudas pura coquetería y nuestros miedos los mismos miedos. Esperamos lo mismo desde hace siglos, tal vez siempre, y nuestras derrotas tienen las mismas razones que las de otros que nos precedieron. La desmemoria como necesidad y la repetición modernizada como hilo conductor de la humanidad camino de su disolución, en unos años, en miles o en millones. De cuando en cuando, algún cantor, nos devuelve esos ecos del pasado que resuenan en el futuro, e incluso, como Milorad Pavić, lo hacen con el gusto del narrador. Porque narrar, después de todo, no es lo mismo que escribir. Es otra cosa. Algo que nos vincula con una necesidad, que tiene que ver con la transmisión, que siempre tiene algo de secreto desvelado. Mil y una noches, sí. Muchas, muchas más tras aquellas. Para mantenernos despiertos, felizmente despiertos, lejos de los ruidos del mundo, que son tantos y tan molestos.