El grito de los pájaros locos, de Dany Laferrière (Pepitas) Traducción de Rubén Martín Giráldez | por Juan Jiménez García
Y a Papa Doc le siguió Baby Doc, y todo siguió igual en Haití. Miseria, muertes, Tonton Macoutes y los mismos ricos en la misma cima de la montaña, los aspirantes a ricos en la falda de la montaña y, por ahí tirados, todos lo demás. Aún así, había que intentarlo. Vivir y todo eso. Incluso en un país devastado una y otra vez. Política, bandas, terremotos, todo tipo de fenómenos naturales. Como un lugar donde ensayar el fin del mundo. El grito de los pájaros locos es el relato de una despedida. La despedida antes de la huida, de la fuga, del exilio, de Huesos Viejos, que es como conocían a Dany Laferrière. Una huída por su vida. Los Tonton Macoutes, grupo paramilitar omnipresente, hombres del saco (esa es su traducción) del régimen, acaban de asesinar a su mejor amigo, Gasner, conocido periodista. Ha aparecido en una playa, con la cabeza machacada. Circulen, no hay nada que ver. Huesos Viejos también escribe en un periódico, pero a él no le interesa la política. La evita pensando que así evita la muerte. Pero nada es tan fácil allí como morir y morir sin que haya mayores razones. Y él está también ahí, en esa lista de espera. Su madre, esposa de exiliado, lo prepara todo para su marcha, una marcha de la que nadie debe saber nada. Y él se entrega a una despedida. De sus pocos amigos, del país, de su gente, de algunos sueños (no ha tenido tiempo de tener muchos, si es que está permitido soñar en Haití).
Será una tarde noche de búsquedas, pérdidas y algún encuentro, entre ellos, consigo mismo. De pensar su relación con ese país que dejará atrás y que, pese a todo, ama. Incluso duda de marcharse, aunque sea imposible estar allí. Cómo abandonarlo todo así, sin más. Sin ni tan siquiera unas palabras. Busca a Lisa, de la que está secretamente enamorado. Tiene que decírselo, al menos decírselo. Su búsqueda le lleva a través de la ciudad, de Puerto Príncipe a Pétion-Ville, la colina donde se refugia la clase pudiente, representación de la ascensión al reino de los cielos, esa cumbre en la que se encuentran unos pocos poderosos que controlan todo la economía del país, una economía pobre pero suficiente para crear fortunas indecentes a cambio de la miseria de todos los demás. El viaje hasta allí comportará también atravesar infernos dentro del infierno, cruzarse con los perros salvajes abandonados, enfrentarse a ellos, perder. Sí, la novela es un griterío de pájaros locos, pero también pensé en un título de Boris Vian que parecía hecho para ella: los perros, el deseo y la muerte. Lo que nos despedaza, lo que nos mueve, el final.
Entre todo, su visita a su otra gran amigo, Ézéquiel, en la emisora de radio. Suena, como siempre, Miles Davis. Últimas palabras, la tentación del adiós y la materialización de ese adiós, que hasta ese momento es una irrealidad trágica. Habrá más, incluso su propio viaje al fin de la noche. Un último escalón en ese descenso. Ahora ya puede marcharse y Dany Laferrière contará, escribirá muchos años después, la novela de aquellos días, que es esta. Tal vez no fueron iguales, pero esta historia es su materialización de aquellos. La huída, los temores, los adioses no pronunciados. El corazón de las tinieblas no es un lugar geográfico, sino un espacio íntimo.