La muerte del vazir-mujtar, de Yuri Tyniánov (Automática) Traducción de Fernando Otero Macías | por Juan Jiménez García
Marzo de 1828. La guerra de Rusia contra Persia llega a su final con la firma del tratado de Turkmenchay. El tratado ha sido, en buena manera, cosa de un poeta, de un hombre de teatro: Aleksandr Griboiédov, que regresa a San Petersburgo para compartir sus logros y recoger las recompensas que le esperan. Pero lo que le espera es el presentimiento de su muerte. Un presentimiento que para nosotros es una certeza desde el propio título, porque él es ese vazir-mujtar. Estaría tentando a decir que no es solo su vida la que está llegando a un final, pese a su juventud, sino un mundo. Pero no: la novela no deja de ser la constatación de que el mundo ha sido igual por los tiempos de los tiempos. Que solo las formas (y de cuando en cuando) se han vuelto más amables y ya no se arrancan cabezas si no es necesario. Pero, a grandes rasgos, la historia de la humanidad ha ido dando vueltas en círculo alrededor de cosas caídas. Imperios y hombres. El tratado de Turkmenchay certificaba el triunfo de Rusia sobre el actual Irán. Las fronteras se ampliaban en el Cáucaso y recibía importantes concesiones. Sus ejércitos miraban ahora hacia Turquía y una nueva guerra y el dinero esperado vendría bien, además de evitar que se uniesen sus fuerzas (propósito último de los ingleses, que no están lejos, entre las sombras, y con sus diplomáticos entregados a hacer que todo fracase).
¿Qué interés puede tener Aleksandr Griboíédov en todo esto? Tiene treinta y tres años, viene de una familia acomodada con una madre llena de deudas, y está bajo la protección de uno de los señores de la guerra rusos, el general Paskévich Abandonó la carrera militar por la diplomática, pero él lo que realmente quiere es escribir, y la Historia, ironía, nos lo ha entregado precisamente como dramaturgo, autor de una de las obras más conocidas del teatro de su país: La desgracia de ser inteligente, que por cuestiones de censura no pudo ser representada mientras vivió. Su aspiración, además del buen destino de esta obra, es la de no volver a Teherán. Sueña con formar una Compañía de las Indias Orientales rusa, a la manera de la inglesa u holandesa, quedarse en su amado Cáucaso, no ir más allá de Tiflis, casarse con, apenas algo más que una niña, Nina. Pero entre nuestros deseos y la realidad se suele encontrar un abismo, y, además, acabar precipitados a él. Intrigas palaciegas, intereses cruzados y el destino, que mueve los hilos del mundo, se conjuran en su contra, y lo que parece un ascenso (nombrarle ministro plenipotenciario en Persia, de nuevo Persia) será el principio de su final, un final que intuye bien, que teme, pero al que todo le conduce.
Yuri Tyniánov fue un escritor formalista de amplios intereses, entre los que destacaba su faceta de historiador y su capacidad para novelar esa historia. La muerte del vazir-mujtar, los últimos tiempo de la vida de Aleksandr Griboiédov, es capaz de ofrecernos en esta monumental obra precisamente esa conjunción de destino (ese devenir épico de una vida) frente a nuestro carácter como hombres enfrentados a él. Como los intereses geopolíticos destruyen los legítimos intereses particulares. Como a una ambición, responde otra ambición aún más desmedida, una fuerza que atraviesa el tiempo y lo desgarra, una fuerza destructora de voluntades. Página a página, pasamos de la promesa de un futuro a lo inevitable de otro. A la lucha con el presente, con los temores. Al desafío de sobrevivir, siguiendo una cuerda suspendida en lo alto. Y entre todo esto, esa Rusia de aquellos años, el imperio, y Persia, un retrato vivido de una época con sus victorias y sus derrotas, y el triunfo de la geopolítica, el juego de los mapas, que debe ser otro nombre de la hipocresía y la mentira. Griboiédov, que en algún momento se creyó libre, en realidad solo es un prisionero del Cáucaso (por citar a su amigo Pushkin), un prisionero del más allá, de las intrigas persas, de sus propias debilidades.
Un mundo de ayer, de antes de ayer. Un mundo que se está formando, con toda su complejidad, ruido y furia, o apareciendo y desapareciendo, en silencio. Un relato que excede al personaje pero que lo acoge en él como explicación de esas fuerzas contrarias que acaban por encontrarse. Él mismo, Griboiédov, caminando en dirección contraria, a contracorriente. No es un héroe. Al contrario: infantil, caprichoso, cuadriculado, su fuerza es la convicción de que lo que está haciendo es lo que debe hacerse, porque así está determinado, así está escrito. Esa inflexibilidad es el origen de su tragedia. Las esperanzas defraudadas hacen el resto. Entre ese mundo en guerra permanente, los harenes, los eunucos, los rusos que han traicionado a su patria convirtiéndose en persas, las sociedades incendiarias, las revoluciones fracasadas (como la de los decembristas, con quién tantos amigos compartió) o las pobres disputas literarias, se mueve una vida, la suya, y una novela extraordinaria en su capacidad de entregarnos todo esto así, como el título de Vasili Grossman: vida y destino.