Tienes que mirar, de Anna Starobinets (Impedimenta) Traducción de Viktoria Lefterova y Enrique Maldonado | por Óscar Brox

Anna Starobinets | Tienes que mirar

La última vez que escuché hablar de Anna Starobinets fue cuando lanzó aquella petición de ayuda internacional para tratar la enfermedad de su marido, el también escritor Sascha Garros. Hasta ese momento, Starobinets era una de las autoras emergentes de la novela fantástica y de ciencia-ficción, puntualmente editada en España por Nevsky. Y una voz, también, empeñada en señalar a través de la ficción el régimen autocrático en el que permanece instalada Rusia desde hace décadas. Ese inmovilismo democrático cada vez más inquietante, que la ciencia-ficción ha aprovechado para construir historias a su alrededor. Tras La glándula de Ícaro, tras El vivo, se hizo un silencio. También, editorial. Y la publicación de Tienes que mirar, esta vez a través de Impedimenta, parece devolvernos todo ese tiempo perdido.

En primer lugar, el final. La enfermedad de Garros, la incapacidad del sistema sanitario ruso de tratarlo y la llamada internacional que se tradujo en sendas estancias en Alemania e Israel, donde acabaría falleciendo (el libro, por cierto, tan solo abarca los primeros momentos de su enfermedad). Uno llega a las últimas páginas de Tienes que mirar con algo así como el nudo en la garganta, perdido en ese laberinto de médicos y especialistas que no aportan una solución para el diagnóstico de enfermedad poliquística renal que padece el feto, el futuro hijo de Starobinets. Escuchamos a cada uno de los protagonistas, observamos (casi) el trato frío dispensado a la autora, la falta de tacto o consideración, el paternalismo o el tono amenazador con el que juzgan la interrupción del embarazo. Pero lo único que vemos, las únicas imágenes que describe Starobinets son de pura desesperación. De crisis, ansiedad y pánico, amplificadas a medida que supera una semana tras otra del embarazo.

Hablo del final porque uno espera algo de paz, de calma tras la violencia con la que ha convivido su autora durante el proceso que culminó en la interrupción de su embarazo. Y lo primero que encontramos es esa inquietud que permanece, un terror tranquilo, casi familiar, que pone en serias dificultades reconstruir la vieja normalidad. Y, sin embargo, Starobinets lo conseguirá (casi desde el principio del libro conocemos el dato de que, tras el aborto, volvió a quedar embarazada y tuvo a su hijo Lyova), eso sí, sin apenas tiempo para afrontar la enfermedad y posterior muerte de su marido, y la imposible situación, una vez más, provocada por el sistema sanitario ruso. El terror empieza y acaba en el mismo sitio.

Tienes que mirar se puede leer de diferentes maneras: la más obvia, como una memoir de Starobinets, diario de unos meses de incertidumbre e infinita tristeza cuyo vacío reclama alguna clase de compensación. Hacer algo con ese dolor, resignificar la pérdida y el terrible proceso por el cuál tuvo que pasar. La más política, como una reflexión sobre el inmovilista sistema sanitario ruso, heredado de la Unión Soviética, y las dificultades que entraña cuando una situación exige salirse de su patrón predeterminado; algo, por otro lado, extensible a la propia Rusia y su situación con respecto a Europa y el resto del Mundo. Y, desde luego, hay también espacio para la reflexión de género, en tanto que Starobinets deja muy presente el maltrato al que le someten las autoridades médicas y cómo aquellas minan a cada poco su entereza durante el proceso. Y aún quedaría otra manera más, quizá la más arriesgada, también la más atractiva: cómo la propia autora se convierte en ficción, se reconstruye utilizando los códigos del género para contar una historia de terror.

A través del relato de Starobinets somos testigos de las idas y venidas por los centros de salud rusos, de la inquietud de su hija mayor (de tan solo 8 años) ante los problemas del embarazo materno, de la falta de medios y de dinero para abordar la posibilidad de tratar los problemas del bebé en otro país y de la falta de compasión. Queda, eso sí, la compasión de su amiga alemana, Natasha, y el trato recibido por la sanidad de ese país. La reconexión con todos esos elementos humanos que Rusia parece haber echado a perder. O, como mínimo, olvidado en el corazón de su maquinaria política. Por ello, Tienes que mirar parece la clase de exhortación planteada en múltiples direcciones: tienes que mirar las fallas del sistema, ese sedimento de los tiempos soviéticos todavía palpable en el trato de la administración, la desconexión cada vez mayor con el resto de Europa y la dificultad de llevar una vida normal cuando algo, por mínimo que sea, comienza a fallar. Y también, en lo que es el fragmento más poderoso del libro, tienes que mirar a ese hijo que ya nunca será, del que desconocerás el color de sus ojos. Frío, inmóvil en su canasta. Por siempre añorado. Sin vida. Lo único que, paradójicamente, no da miedo en todo el relato de Starobinets, pero que supone ese último peaje psicológico para comenzar el duelo. O para saber por dónde afrontarlo. Para no vivir con la incertidumbre de no haberlo visto, de no haberlo conocido, de no haberlo tocado.

Es difícil saber si Tienes que mirar es una historia de terror o una desesperada llamada de amor hacia todos esos elementos que nos hacen ser humanos. Una historia de lágrimas y de respiración entrecortada, de pulso acelerado y dolor que no acaba del todo bien. Que nunca se quita esa amargura de encima. Que muestra sus enseñanzas como si se tratase de cicatrices, de heridas que no terminan de restañar. La historia de la preparación de un duelo, de la preparación para una enfermedad que es, también, de la preparación para vivir.


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