Sobre la decadencia, de Sakaguchi Ango (Satori) Traducción de Lucía Hornedo Pérez-Aloe | por Juan Jiménez García
Seré un fracasado y algún día me recordará la historia, grabó en su pupitre Sakaguchi Ango. Todo un propósito. Como si fuera tan fácil fracasar… Nacido en 1906, el escritor y ensayista japonés fue un hijo de su tiempo. Su tiempo fueron aquellos años de guerras y guerras, de un Japón militarista, sumido en un viaje sin retorno hacia su derrota definitiva. Hay algo de desconcertante en Sobre la decadencia, para nosotros, espectadores distantes de un Japón idealizado. En su voluntad de llevar la cultura japonesa a un grado cero en el que ya no existan determinados conceptos del pasado, tan anclados en la sumisión (después de todo), no duda en arrasar con todo, con todo aquello que ha construido buena parte de nuestra fascinación por Japón. Pero esto responde a una cierta lógica, a una lógica de su tiempo y de su pensamiento, poco dado a la ornamentación y más partidario de lo útil.
En Sobre la decadencia el pensamiento de Ango se vertebra sobre tres textos íntimamente relacionados: Mi visión de la cultura japonesa, Sobre la decadencia y Más sobre la decadencia. El primero está escrito en marzo de 1942 y esto ya es algo significativo. La guerra no había terminado, el militarismo de su país seguía vigente (aunque todo empezaba a oscurecerse) y él escribía sobre «lo japonés», en un intento de derribar ese muro en que se había convertido un pasado que se reivindicaba como glorioso e irremplazable, aun dirigiéndose hacia la muerte del país barra imperio. Si lo bello, en sus palabras, no surge desde una consciencia estética, el arte japonés se derrumba como un castillo de naipes. Y a ese derribo, a ese necesario derribo, dedica sus palabras. Lo bello está en otra parte, lejos en todo caso, y lo existente merece ser destruido, como destruido acabará Japón. El arte debe ser honesto y partir de una necesidad del hombre. Los monjes están antes que los templos. Lo viejo, lo aburrido, dice, debe extinguirse o destruirse.
De abril de 1946 es Sobre la decadencia. Aquí ya no hay la intuición de nada sino la certeza de los temores. El primer movimiento ha ocurrido, y el país ha empezado de un traumático grado cero, el grado cero de una terrible derrota, de la que la Hiroshima y Nagasaki son una herida imborrable. ¿Pero eso significa el comienzo de algo? Tal vez, pero el Emperador sigue ahí, aunque desprovisto de su condición de deidad, y tampoco hay un interés en romper con «lo japonés», en un país ya de por si perdido y arrasado por los vientos de la Historia. El belicismo debe desaparecer y ello conlleva también la extinción de toda una cultura, la de los samuráis o el bushido. Ango se demuestra entusiasta de la destrucción colosal, por mucho miedo que esta le pudiera causar. Su aspiración sigue siendo la misma: partir de cero, buscar no la simplicidad estética de las cosas sino la simplicidad funcional, por decirlo de algún modo. Y entre todo la caída total, que la política está destinada a evitar. Unos meses después, escribiría Más sobre la decadencia, en que sigue buscando esa desnudez necesaria, ese despojamiento de todo para encontrar un nuevo camino, lejos de los errores y las deudas del pasado, de esa sociedad de querencias feudales, de pleitesías.
Le cuidada edición de Satori se completa además con el extenso prefacio de Iván Díaz Sancho, que nos sitúa necesariamente el tiempo de Sakaguchi Ando, y un aún más completo epílogo de Lucía Hornedo Pérez-Aloe, que se ocupa además de la traducción y las abundantes (y necesarias) notas al texto. Un épilogo sobre la vida, obra y pensamiento de Ango, que nos ayuda a entender su posición vital ante la vida.