Novísimos. Poemas inéditos, de Juana Bignozzi (Adriana Hidalgo Editora) | por Óscar Brox
Este año raro se inició con un viaje a Holanda para, unos pocos meses después, perderse en la extrañeza del confinamiento y la promesa de una nueva normalidad. Allá en Rotterdam, en el frío de un microclima en el que por momentos llueve, nieva y hace sol (un sol helado, claro), conocí la poesía de Juana Bignozzi. Un primer contacto, cinematográfico, a través de la mirada de Mercedes Halfon y Laura Citarella, las directoras de ese documental que era una película que era una reflexión sobre la posibilidad de filmar la poesía. Y ahí estaba Bignozzi, en la voz de su círculo íntimo y en los fragmentos de ese último hogar reducido a textos, trastos y objetos tras la muerte de la poeta. Allí, también, la voz brava y la vitalidad de una autora que estuvo a ambos lados del Atlántico, repartida entre España y la Argentina a la que regresó tardíamente. Y vuelvo otra vez a la voz porque, de alguna manera, supone como un pasadizo secreto para acceder a la poesía. Uno escucha cómo tiemblan las palabras, cómo gravitan alrededor de unas imágenes y unos lugares, ya sean los de Andrea Del Sarto o los de la calle Corrientes, en Buenos Aires. Cómo se enroscan en unas cuantas ideas o cómo batallan por exigir una juventud para unos versos que no pasan de moda, que son siempre un aquí y un ahora.
Dice Mercedes Halfon, encargada de cuidar la edición de estos Novísimos, que la poesía de Bignozzi rara vez tiene un punto final; al contrario, pues es la demostración de esa rara vitalidad que, aun en un momento delicado de salud, la llevaba a seguir escribiendo en lugar de abordar la tarea de completar su obra. Es, a su manera, una última vindicación de la palabra antes de la muerte. Antes del final. Y uno encuentra en sus versos un ir y venir de reflexiones entre el pasado y el presente, en las que la poeta no solo remueve el lugar en el que la ha colocado su obra, sino que también se pregunta hasta cuándo (y cómo) puede su obra seguir inspirando una lectura joven. Después de todo/tal vez solo fui eso/una mujer que solo tomó en serio su compromiso con unas ideas/un hombre/y las palabras. Una voz lúcida que no deja de dibujar, de buscar y de perseguir, su lugar en esa zona oscura (algo parecido a la añoranza, algo semejante al peso del tiempo) en la que se encuentra.
Hablamos de bravura, y Novísimos se desempeña en ese objetivo de contraponer la representación de la vejez (esa continua remembranza del pasado) con la verdad de la juventud. Hay que darle la palabra/a los que nunca complacen/y a veces ni acompañan/pero nunca traicionan. Hablamos de una encrucijada, cuando tantos años de escritura parecen limitar a la autora a ese cómodo ejercicio de “hacer historia”, como si ya no se pudiese volver a hablar de lo que se amó o atrapar esa felicidad con unas palabras nuevas. Y hablamos de la nada complaciente posición de Bignozzi, que lejos de dejar que la melancolía resbale por sus versos elige pelear con la memoria (y con el lugar que esta le ha concedido a su poesía) para revitalizarse. Como la promesa de una actualización. Hay que volver a escribir/sacudamos la cabeza/como quien cambia el color y el corte de pelo/seguir escribiendo/sin volver a un lugar en el que ya no estamos.
En El viento comenzó a mecer la hierba, Emily Dickinson escribe: nosotros somos los pájaros que se quedan. Y lo cierto es que uno no sabe bien si se refiere a las personas, cuando pugnan cuerpo a cuerpo con el recuerdo, o a los poetas, cuando lo hacen con la palabra misma. Leyendo a Bignozzi, a esas viñetas que de tanto en tanto colorean con detalles la memoria de sus versos, me viene a la mente lo que escribía Dickinson. Pero, también, ese conflicto abierto con los poetas jóvenes que revitalizan su trabajo, que le enseñan una lectura alternativa (¿o acaso es ella quien se la muestra?). Quiere sentirse viva/y va a la academia/y no puede decirles que la poesía solo ayuda a vivir a los que no son poetas. Y eso que todos estos Novísimos están contagiados del vivir de Juana Bignozzi, de su infancia y de su errancia, del tiempo en el que perteneció al grupo poético El pan duro, junto a Juan Gelman y otros, o del tiempo junto a Hugo Mariani, del tiempo de la juventud o de ese otro tiempo, de la resistencia, que tensa sus versos ante la obligación de ponerles punto y final. Escribo siempre o nunca o todos los días/para estar aunque sea al lado de los que considero eternos.
Resulta curioso cómo la poesía de Bignozzi se presenta casi transparente, pero al mismo tiempo pudorosa. Sin temor a dejar algunas cosas en sombra, sin necesidad de subrayar lo que las palabras ya dicen en la página. Lo suficientemente cercana como para no requerir de metáforas y lo necesariamente madura como para invocar imágenes de un pasado que no sabe cómo ser eterno. Supongo que ahí se encuentra esa rotundidad, esa forma de decir, de querer o anhelar, de lamentar y de encender unos versos que siempre suenan a algo más. Nunca a un final o una reconsideración, porque siempre vendrá otra voz para proporcionarles una nueva lectura. Joven. De ahora. Combativa. Inquisitiva. Vital. Siempre añoramos o inventamos la vuelta al hogar/porque siempre veíamos que era el lugar de la vida inquieta.
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