Misericordia, de María Sotomayor (Letraversal) | por Francisca Pageo

María Sotomayor | Misericordia

Misericordia es el nuevo poemario de Maria Sotomayor. Publicado por la editorial Letraversal, Misericordia es un conjuro continuo de la luz y de las luces. Todas ellas se reúnen aquí como nuestro cuerpo tiene reunidos los órganos, la piel, la sangre. Sotomayor juega con las palabras, las delimita, usa el lenguaje para darle la forma que la poesía hace consigo misma. ¿No es acaso el propio lenguaje el que se limita? Pues María le da forma, una forma de cuerpo, una forma de sentidos, emociones y sentimientos, una forma que, por muy extraña que suene, hace a la palabra germinar poesía.

La poesía de Sotomayor nos nutre y nos alimenta, como un alimento primitivo que nos deja una sensación que es imposible de nombrar. Un alimento que nos hiere, pero que nos aporta belleza y sensaciones profundas y armoniosas. Da la sensación, al leer a la autora. que nos habla desde un idioma viejo, antiguo y lejano, un idioma que hemos olvidado y que poco hemos sabido traer hasta la contemporaneidad. Pienso en aquellas primeras pinturas en las cuevas, como pienso en esas primeras lenguas habladas por los hombres. El idioma de María es un idioma hecho de intuiciones, de señuelos, que solo podemos leer si abrimos nuestro interior al interior mismo de la autora; y es que Misericordia es un libro para dialogar con nuestro lado más visceral, más instintivo. Creo que Sotomayor usa ese lado, su lado más puro, para traernos esa belleza y esas heridas que son difíciles de hablar de otra manera. La autora escribe poesía porque es en la poesía donde lo que es nombrado es aquello que no se puede nombrar. Las palabras y los significados son certeros, pero a la vez también son espejos. «No encontrarás aquí perdón / solo un par de dioses doblados por el aire.» La imagen que reflejan las palabras, es como la de esos paisajes interiores de los que nos habla Denise Levertov. Hablan de la experiencia interior, exploran el sentido de lo intrínseco de la vida, como la sangre, líquida, explora nuestro cuerpo. La sensación es llevada al habla, a la palabra.

Pareciera que los dioses conjuran a María. Pareciera que de lo que nos habla María, son los propios dioses hablando de la vida, de la luz que nos traen y que asimismo nos hiere. Ella es un canal, una receptora de la luz, que se refracta en ella misma, que se da luz a sí misma y conjuga las palabras para darnos luz a nosotros, también. La autora hurga y hurga y hurga, no puede hacer otra cosa aquí. Creo que quien hurgue en sí mismo comprenderá estas palabras, este idioma lejano, olvidado.

Salgo de este libro como se sale de un cuerpo —siempre salimos del cuerpo al soñar. Desprendida de lo que no sirve, curiosa y con mirada de afecto hacia aquello que sentimos, hacia aquello que creímos olvidado.

«Sería salvaje decir
que he comprendido la suavidad del aleteo de los gorriones
con los dedos como huesos secos tiesos desparramados
y el retorcido centelleo en la cabeza es cada vez más limpio

hurgar en otro dolor
es la mayor crueldad de los vivos.»

«La palma de la mano abierta
con los dedos separados y ahí
en medio el último acto de una obra de teatro como una ventana abierta.«


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