Exhalación, de Ted Chiang (Sexto piso) Traducción de Rubén Martín Giráldez | por Óscar Brox
La evolución de la tecnología plantea, en cualquiera de sus estadios, algún tipo de conflicto ético. Y si no ético (una palabra a ratos demasiado manoseada), desde luego que sí filosófico. No en vano, la tecnología inspira otra evolución, en este caso, la condición humana. Y los efectos de esta, sean los que sean, invitan a una consideración. El cyborg, de las intervenciones artísticas de Stelarc a los injertos subcutáneos de Kevin Warwick, nos obliga a reflexionar sobre lo humano y lo poshumano tanto como lo cuántico sobre lo que sabemos del tiempo o la robótica sobre las atribuciones emocionales que delegamos en las máquinas.Y todo ello dispara esa gran pregunta sobre lo que significa conocer. En cierto modo, la ciencia-ficción está ahí para anticipar mundos o versiones de este mundo; respuestas y reacciones a los dilemas que plantea nuestra condición humana. Visto así, cualquier relato de Ted Chiang podría maridar con un texto de Teoría del conocimiento o con los problemas de la filosofía de la mente, pues la habilidad del escritor norteamericano reside en plantear al lector, en última instancia, qué es lo que sabemos, qué conocemos, de nuestra naturaleza humana.
Exhalación, la colección de relatos que acaba de publicar Sexto Piso, nos conduce a través de una serie de historias que pivotan sobre lo humano, sobre la causalidad, el libre albedrío, la genuina naturaleza de las emociones, las bases del conocimiento o la identidad. No importa la extensión, Chiang es capaz de escribir a partir de intuiciones un texto breve lo mismo que de urdir una nouvelle. Y en esta colección convive lo evocador, casi lo poético, con aquellos relatos en los que su autor atrapa apasionadamente una cuestión punzante para la naturaleza humana. Pero, ¿cómo de punzante? Veámoslo.
Quizá el mejor relato del volumen sea El ciclo de vida de los elementos de Software, en el que Chiang describe el desarrollo de espacios y entidades virtuales, pequeños avatares de mascotas con capacidades y aptitudes para el lenguaje y la comunicación. La historia abarca años y, hasta cierto punto, la mirada del escritor parece la de un antropólogo empeñado en desentrañar las fuerzas y corrientes internas de nuestra existencia. O, mejor dicho, de nuestra existencia emocional. Sobre todo, cuando los avatares adquieren una carcasa, trascienden al ámbito doméstico y reclaman un derecho a emanciparse, a decidir por sí mismo, que sitúa a sus protagonistas humanos ante el vértigo, digamos, ético, de saber a qué y a qué no atribuir una existencia emocional. Y de cuestionar, asimismo, si esa existencia tendrá en algún momento fecha de caducidad. Su ocaso.
Chiang explora algunas preocupaciones filosóficas históricas. En Ónfalo, por ejemplo, nos sitúa ante la revelación de que la raza humana es accidente y no punto de referencia de la creación divina. Tanto tiempo apelando a Dios, construyendo toda una explicación con el hombre en el centro de todas las cosas, para descubrir que en esa carrera siempre hemos ocupado el segundo lugar. Pero también se viste de Brian Aldiss (y de BF Skinner y John Watson) para desmenuzar la relación entre la robótica y el análisis conductual, la tecnología y la educación, en La niñera automática, patentada por Dacey.
En El comerciante y la puerta del alquimista, quizá el más tradicional de todos sus relatos, nos habla de la imposibilidad de cambiar el pasado a partir de su evocación de las ideas del físico Kip Thorne, en una historia tintada de amor y fatalidad que juega con el punto de vista del personaje principal convirtiéndolo en narrador y pasajero del tiempo. Y eso, que inevitablemente nos lleva a pensar cuestiones de causa, efecto y de libre albedrío, explota definitivamente en el último relato de la colección: La ansiedad es el vértigo de la libertad. Aquí Chiang nos sitúa en un momento en el que unas consolas con forma de prismas nos permiten comunicarnos con nuestros yos paralelos, posibilitando así conocer si la misma acción en este mundo se lleva a cabo en el mundo paralelo, si se produce de otra forma o si no tiene lugar. Cualquiera diría que Chiang es un alumno aventajado de Edmund Gettier (capaz, por cierto, de pasar a la historia de la filosofía con un artículo de 3 páginas como principal contribución) o un lector hábil de los problemas de aquella tierra gemela que plantease Hilary Putnam en su experimento mental. Pero la cosa es que el autor norteamericano nos conduce con calma alrededor de una historia donde, pese a la multiplicidad de enfoques y mundos paralelos, el pasado es inevitable que suceda. Aquí estoy, no puedo hacer otra cosa. Palabras de Lutero, que Chiang adopta con el escepticismo suficiente como para urdir una narración de ciencia-ficción que nos pregunte por todo ello.
Lo apasionante de Exhalación es que se vale de una panoplia de relatos maravillosos para cuestionar todo aquello que de elemental forma parte de la naturaleza humana. En Ghost in the Shell, una de las obras seminales de la animación japonesa, Mamoru Oshii vindicaba el derecho a la existencia emocional para otras formas de vida, entidades cibernéticas que caían del lado de lo poshumano. Es justo decir que Ted Chiang se preocupa más por la obsolescencia de todo esto, preguntándose (y preguntándonos) si también esa evolución imparable de la tecnología no está, de alguna manera, condenada al olvido. A Quedarse en el pasado. En algún pasado. Soñando, inevitablemente, con ese futuro que amplíe un poco más los límites de lo que entendemos por condición humana.