Vita Longa, de Mary Oliver (Errata naturae) Traducción de Regina López Muñoz | por Francisca Pageo
Quien no ha leído a Mary Oliver, podrá conocerla muy bien con este libro. Un libro lleno de poesía, de búsqueda y sentimiento que nos demuestra que la naturaleza es un elemento más por el que querer estar vivos, por el que querer afianzar nuestra vida a algo más grande, más poderoso, más transcendental. A través de diversos poemas, ensayos sobre poetas y escritores, y aforismos y pensamientos de su más intensa vida, Mary Oliver recoge en este libro parte de su esencialidad. Su amor por la naturaleza, por una vida plena, por una búsqueda del ser en esta tierra y planeta que nos ha tocado vivir.
Si bien el libro pareciera un sueño, hay una especie de despertar en él. De un abrazo al alba, a cuando el cielo se hace color lavanda y los primeros pájaros de la mañana empiezan a cantar. Este despertar nos embulle en un aturdimiento de la razón y sin embargo nuestros sentidos se ven despertados, nuestra parte más metafórica y más intuitiva y sensible se ve arrasada por todo lo que Mary Oliver nos muestra aquí. La autora parte de su vida, principalmente, para hacernos ver las maravillas del mundo y del alma humana. Es, ante todo, un libro sobre la belleza y lo que la habita. Sobre el canto de una alondra y lo que ésta despierta. Creo que Mary Oliver sabía muy bien que la naturaleza nos tiene preparadas diversas enseñanzas sobre lo que podemos sacar de ella. La observación de un pez en el mar, la observación atenta a la poesía y figuras de Wordsworth o Ralph Waldo Emerson, la mirada perspicaz de un amanecer, de un lago, de un estar contemplativo hacia la vida. Nada hay más exacto que la plena contemplación a la naturaleza que hace Mary Oliver. Con ayuda de su compañera sentimental, Molly Malone Cook, a través de esos 40 años llenos de encuentros y desencuentros, la autora nos mete de lleno en su vida, en sus intereses, en su saber más profundo sobre la belleza y la poesía.
Quiero sentir por siempre lo que este libro me ha hecho percibir. Hay como una extraña comunión con lo que rodeaba a la autora, con lo que ella sentía por el simple hecho de existir. Y es que Mary Oliver profundamente agradecía a la vida todo ello y ella veía cómo la vida también le agradecía su existencia. Cuando agradecemos, recibimos de la vida una especie de gracia y de honor. Se entremezclan con nosotros sentimientos de amor y de divinidad, de lo sagrado en la naturaleza. Y es que eso es la poesía de Mary Oliver: nos embauca hacia una lindura ancestral. Aquí la naturaleza vive para que simplemente nosotros la sintamos, para que seamos bondadosos con ella, para que no interfiramos en su hacer. La autora escribe porque necesita hacerlo, necesita darnos pistas de ese futuro inmediato que la concierne, de esa mediación entre el hábitat en el que vive con su alma.
¿Qué decir que no hayamos dicho ya? Leer a Mary Oliver es ser bañados por la luz de la belleza y la parsimonia, de la bondad y la elocuencia de quien ama. Pienso en cómo este libro es una cápsula de luz que tomamos y nos iluminamos con ella. Una cápsula que contiene vida, que contiene pasión desmedida, que contiene templanza ante lo que ocurre alrededor. Quiero creer que Mary Oliver sabía muy bien lo que escribía, que sentía esa luz dentro suyo y aquí la expande al escribirla. Conocemos la poesía porque habitamos la poesía. Y las metáforas, pequeñas señas, dilucidan la paz reverencial que Mary Oliver poseía.