Olalla, de Robert Louis Stevenson (Ediciones invisibles) Traducción de Isabel Llasat | por Almudena Muñoz
A la hora de explicar la obra de Robert Louis Stevenson, no hay nada más llamativo que evocar la profesión de muchos de sus parientes: ingeniería de faros. El escritor no tomaría ese testigo, pero tal vez sí de manera figurada: Olalla es una obra poco conocida, uno de los estilos por los que Stevenson pasó como un haz de luz, antes de seguir sondeando el mundo.
R.L. Stevenson pertenece a la casta de escritores totales, de los que despiertan la envidia del estudiante de taller creativo: un hombre capaz de explorar tanto como escribió y de abordar con inquietud distintos géneros literarios, en los que, nos gusten más o menos, consiguió dejar su marca.
En Olalla, el título lo expresa todo, como Berenice o Carmilla: una figura femenina va a convertirse en enigma y crucigrama autobiográfico de algún gentilhombre en etapa sensible. Una ensoñación dentro de otra: no en vano Stevenson afirmaba haberse inspirado en un sueño nocturno.
Viendo la mirada curiosa y risueña de Stevenson, su mostacho demasiado largo, cuidado más con kit de viaje que en la barbería, me resulta difícil imaginarlo en la piel de un protagonista enajenado por una casa centenaria o una mujer fugaz. El hombre que nació en Escocia y el escritor que murió en la exótica Samoa podría tener un espíritu intermedio en este personaje enfermizo y cansado, que se deja encerrar por un caserío y un linaje rancio (¿qué historia hay más antigua que la del caballero prendado de la dama de fantasía?). Stevenson visita un espacio físico, sus muchos encierros de enfermo, más que un género en Olalla, y eso intensifica una sensación de historia de fantasmas que no es tal.
Curiosa pieza para completistas de Stevenson, el cuento Olalla no alcanza el desasosiego de otros relatos de mujeres fantasmagóricas e idealizadas, ni los niveles atmosféricos de la novela gótica que triunfaba en aquel momento. Igual que el autor buscó paz para su cuerpo delicado durante toda su vida, Olalla es un remanso de lugares comunes, ligeramente alterados por la fiebre de la invención (una aristocracia española caricaturesca, la asociación entre la enfermedad mental y la decadencia de la clase alta). Una lectura tranquila y familiar, como esas bellas ciudades condenadas a desaparecer a las que canta Blanco White en otra Olalla lejana y no tan distinta.