Tan pronto ayer, de Guillermo de Torre (Renacimiento) | por Juan Jiménez García
Hace ya algunos años, décadas, me encontré con Guillermo de Torre. Años de surrealismo, de dadaísmo, de ismos. Cómo no encontrarle. Su Literaturas de vanguardia lo eran todo (esa revisión de aquel Literaturas europeas de vanguardia). Luego siempre ha estado ahí, apareciendo y desapareciendo. Fundador del ultraísmo (ese otro ismo nacional), de la editorial Losada, de la revista Sur, es como ese personaje al fondo del todo o fuera de la imagen. Al fondo porque la Historia, el exilio (uno más), lo dejó ahí, cuando su papel era estar presente y bien presente. No ha corrido ni peor ni mejor suerte que otros de sus contemporáneos, no menos importantes. Y ni tan siquiera alguien como Ramón Gómez de la Serna (escritor para escritores, dicen) escapó de esa especie de tachaduras de nuestra historia literaria. Curiosamente él, que estuvo en casi todo lo que se podía estar en nuestro periodo de entreguerras (de esas guerras en las que no estuvimos: la primera, la segunda), compartiendo las corrientes y los vaivenes de aquella Europa en estado de urgencia creativa y creadora, no escribió unas memorias. No le faltó intención. Ni tan siquiera título: es ese Tan pronto ayer con el que ahora edita Renacimiento esta reunión de cosas suyas. El objetivo de esta edición es, precisamente, ensayar de construir esas memorias a través de sus textos. Y solo hay que conocer un poco a Guillermo de Torre para entender que esto no solo no es imposible sino que es completamente consecuente con su obra. El resultado es este.
Guillermo de Torre nació con el siglo XX. Apenas dos décadas después ya iba de café en café, de tertulia en tertulia en aquel Madrid literario. Las vanguardias iban llegando y él las recibía. Funda el ultraísmo y escribe un libro de poesía ultraísta, Hélices. Pero hasta llegar a ese libro, las revistas se suceden (vivimos en el tiempo de las revistas, espacio que el apreciará especialmente, tanto aquí como en el resto del mundo). Los contactos. Los encuentros y también los desencuentros. Escribe en la imprescindible Revista de Occidente y es parte esencial de La Gaceta Literaria (alrededor de la cual girará la generación del 27. Se casa con Norah Borges (la hermana de Jorge Luis Borges, que por aquel entonces también fue ultraísta… y algún artículo de los aquí incluidos esta fundando en un ajuste de cuentas… cosas de cuñados), llega la guerra civil. Se marchan a Argentina. Allí ya había participado en la fundación de la revista Sur (otro hito), creado la colección de bolsillo Austral para Espasa Calpe y estará entre los fundadores de otra editorial mítica, Losada. ¿Cómo olvidarle, entonces? Y, sin embargo, lo hemos hecho.
Por eso Tan pronto ayer, que recorre muchos años de creación literaria intentando conformar esas memorias que nunca escribió, es un libro esencial para darle el lugar que le corresponde. A través de él desfila buena parte de la memoria literaria de nuestro país. Fue amigo personal de Federico García Lorca, conoció bien a gente como Rafael Cansinos Assens (un referente) o Ramón Gómez de la Serna, pero también a infinidad de escritores, tal vez todos, los que conformaron aquellos años de una intensidad difícilmente igualable y que acabaron trágicamente, hechos pedazos. Pablo Rojas, que se ocupa de la edición (y también del prólogo) conforma sabiamente el libro a través de dos ejes. Uno, la vida y obra de Guillermo de Torre. Otro, todos aquellos personajes con los que se encontró, aquellos que formaron parte de su vida.
Siempre desde un punto de vista personal (cómo apartarse), Guillermo de Torre va desde aquel Madrid de sus primeros años hasta aquel exilio argentino, y a través de él, desfila la vida cultural de un país convertido en tragedia. Los cafés, las vanguardias, la extrema importancia de las revistas, libros, personas y personajes, sueños, realidades, correspondencia, amores, pasiones, París y todo lo que llegaba desde allí, pintura, arte, editoriales, periódicos, guerra. Y el olvido. Porque en este país olvidamos rápido. Es más, olvidamos rápido todo lo que valió la pena y los afectos y nos quedamos con los odios que, esos sí, son eternos.