Veinte corazones, ganadores, de Efthimis Filippou (Libros Walden) Traducción de Evripidis Sabatis | por Óscar Brox

Efthimis Filippou | Veinte corazones, ganadores

Parece difícil localizar de dónde proviene la fuerza dramática del cine de Yorgos Lanthimos. ¿Sería el mismo de no vivir Grecia en un estado permanente de catatonia económica? Tutelada por la troika, arrastrada por el barro de una Europa que tanto le debe. ¿O se trata, más bien, del efecto devastador de esa glaciación emocional que nos han regalado los tiempos modernos? En la que las palabras, puro galimatías de letras y sonidos, cuentan menos que las reacciones más viscerales y bruscas. El estómago, antes que la idea. Si uno le hiciese esa misma pregunta a Efthimis Filippou, guionista y genuino músculo dramático del cine de Lanthimos, quizá obtendría una respuesta algo desconcertante. Un sí barnizado con un no, o un encogimiento de hombros disfrazado bajo un gesto de deferencia hacia el lector y sus interpretaciones de la obra. Sin embargo, queda claro tras la lectura de Veinte corazones, ganadores, colección de obras de Filippou recién editada por Walden Libros, que siempre hay algo que no funciona en nuestro interior. Como esa clásica anécdota del juguete con una pieza interior rota que solo podemos detectar a través del sonido que hace. Por mucho que aquí los sonidos sean algún eventual grito, los salpicones de sangre o la inevitable soledad que arrincona a las criaturas de Lanthimos en los márgenes de la normalidad.

Veinte corazones, ganadores, efectivamente, reúne varias obras de su autor y es, asimismo, un sugerente ejercicio de escritura. No en vano, Filippou prueba en ellas su capacidad para la construcción de diálogos, la descripción de escenas, cuando no abiertamente de anécdotas, el género epistolar o el abrazo sin cargo de conciencia a una cultura pop que funciona como contexto. Como marco en el que situar a personajes y sociedad. En Alguien está hablando solo mientras sostiene un vaso de leche, Filippou teje un diálogo que es, en sí mismo, un amasijo de frases y gestos lapidarios, crescendo de momentos cada vez más incómodos que juegan con los tópicos de una escena costumbrista para derrumbarlos uno por uno. Como una señal de que algo no funciona, de que resulta necesario incomodar para llamar la atención sobre ese problema. De que las relaciones cada vez más se organizan a través de criterios de competitividad o del puro resultadismo, sin que exista realmente una conexión humana en unos intercambios que, observados con atención, no son más que un sinsentido. Palabras vacías, gestos disparatados, diálogos que se transforman en monólogos y situaciones extremas que exponen ante la mirada de los demás nuestro lugar en el mundo.

Bajo su lacónico título, Escenas es, tal vez, la obra que más se aproxima a lo que Filippou ha indagado en sus películas con Lanthimos. Escenas que de un puntapié nos sacan de la realidad para sumirnos en todas aquellas cosas incomprensibles de esta. Anécdotas incómodas que ponen de manifiesto la separación brutal entre individuo y comunidad, o la farsa que se organiza en torno a la sociedad para construir una imagen de normalidad que, a cada poco, se desvanece con algún accidente sin importancia. Escenas en las que Filippou escribe diálogos cortantes, anti-diálogos, que envenenan las convenciones dramáticas más ortodoxas para golpear al lector en su mezcla de indiferencia y terror. Como quien mira de refilón las imágenes de un accidente hasta que, finalmente, no puede apartar la vista de ellas. Quizá porque, por mucho que queramos negarlo, forman parte de nuestra manera de ver el mundo.

Sangres, la última obra que forma esta colección, es también la más interesante. No solo por el ocurrente uso de la escritura epistolar que se trae entre manos Filippou, sino por ser también la narración más abiertamente crítica, hasta rozar lo grotesco, de su autor. La crónica de esa herida que no cesa en el seno de la sociedad griega. Herida en el cuello de su protagonista, que nunca deja de perder litros de sangre sin que, aparentemente, nada cambie o se altere el escenario cotidiano en el que se enmarca su historia. El último gesto de apatía propio de una sociedad vencida que ha entregado (como tantas otras, como nosotros mismos) las llaves de su destino a un grupo de fuerzas invisibles, llamado Comisión Europea, que tutelará sus próximos años mientras la soga que oprime el cuello de la ciudadanía se aprieta un poco más, oscilando entre los tonos azulados y los amoratados.

Puede que Veinte corazones, ganadores sea un retrato devastador de nuestro tiempo, o de nuestras cosas (si es que no son lo mismo). La fotografía de esa lenta descomposición que ha acabado por revelar el disfraz con el que, bajo la apariencia de la normalidad, tratamos de disimular todo aquello que no funciona. Las palabras que rebotan contra un muro de incomprensión, la herida que nunca termina de cerrarse o las relaciones humanas que apenas alcanzan el estadio de simulacro. La de Efthimis Filippou es una escritura brusca, una lectura complicada que no se conforma con rasgar la superficie del problema, si no que nos conduce de paseo por ese malestar que se ha instalado en lo más profundo de nuestro interior. Terrible, porque de alguna manera nos coloca frente a frente con todo aquello que no tiene explicación. Contra lo que no cabe argumentación, solo dejar que pase hasta que las heridas cicatricen.


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