Jacob, Jacob, de Valérie Zenatti (Armaenia) Traducción de Iballa López | por Juan Jiménez García
Cuando Jacob empieza a vivir va al encuentro de la muerte. Sí, es la guerra. La Segunda Guerra Mundial. Y ni tan siquiera cuando va todo mal, sino en ese final agónico, tras unos alemanes en retirada. En Argelia todo queda lejos, aunque no lo esté demasiado. Allá no hay alemanes. Solo un mundo cerrado, un mundo derramado sobre la tierra. De hermanos, abuela, madre, padre. Familia. Religión. Judíos, musulmanes, cristianos. Cuando todavía era posible vivir así, entre todos. Cómo pensar en la guerra, esa guerra que ha entregado Francia. La Patria. Los conceptos abstractos, materializados a través de la sangre. La propia, la de los otros. En todo caso, Jacob solo quiere vivir. Qué otra cosa puede querer cuando uno está ahí, alrededor de los veinte años. No tiene muy claro qué quiere ser. Es más, piensa que será difícil que sea otra cosa que lo que fue su padre o sus hermanos. Abraham, el zapatero; Isaac, en una tienda de ultramarinos; Alfred, negociando en Argel. Difícil escapar a la realidad de los días que pasan. Pensar en otros mundos.
Sin embargo, la guerra es otra cosa. Algo capaz de convertir lo vivo en algo muerto. Y luego, un montón de palabras, de frases hechas. Siempre las mismas. Los niños en hombres. Las gallinas en leones. No, seguramente no. El horror, el horror sí que es capaz de transformarnos, de volvernos otra cosa. Y ahí está. Argelia es ya solo un lugar lejano, una costa que va quedando atrás, atrás. Hacia Marsella. Y luego más lejos, hacia Alemania. A través de la destrucción a la búsqueda de la destrucción. Por Francia. Ese lugar antes inalcanzable. Jacob hace amigos. Son como él, diferentes a él. El destino los colocado ahí, y ahí están. Intentando alcanzar una madurez que ni tan siquiera necesitan. Incapaces de imaginar un mundo así. Jacob Melki es un número.
Atrás queda el viejo mundo. La abuela piensa en él. Incluso parte en su búsqueda, para tener alguna noticia suya. Le lleva algo de comida. Algo de todo lo quedó detrás. Pero él ya no está. Está lejos. El hogar ya es solo un lugar al que volver. Tal vez. Ahora vive rápido. No siempre. Entre la urgencia y la espera, hacia un final. Cualquier final. El segundo en que morimos es infinitamente breve, piensa Jacob. Entre todo, también conocerá a una muchacha, fugazmente. Pensará en volver a encontrarla, aunque sabe que nada ocurrirá así, porque nada puede ocurrir así. Porque todos los encuentros son fugaces. Y no quedará nada. Ni de los vivos ni de los muertos. Aquellos muertos, frente a él, de los que lo desconoce todo.
Entonces, pasan los años. A una guerra sucederá otra. A la liberación de Francia, sucederá la liberación de Argelia. Y todo es igualmente terrible. Nada se sabe, nada se aprende. Solo permanecen aquellas voces de dentro, que decía Luigi Pirandello. Esas voces que recorren todo el relato de Valérie Zenatti. Los sonidos, los ruidos, los gritos y los susurros. Los latidos y la falta de ellos. Como una música. Iballa López en su traducción encuentra ese mismo espacio sonoro. Esa misma necesidad de que todo forma parte de un mismo movimiento, sin estridencias. Susurros. Pienso en El libro de los susurros. Entonces, tal vez solo sea una cuestión de voces. Voces que atraviesan el tiempo, que van más allá de la vida y de la muerte. Es más, que unen la luz y las tinieblas. Así es Jacob, Jacob.
[…]
Si no quieres perderte nada, puedes suscribirte a nuestra lista de correo. Es semanal y en ella recordaremos todo lo publicado durante los últimos días.
1 thought on “ Valérie Zenatti. Los gritos y los susurros, por Juan Jiménez García ”