Con rabia, de Lorenza Mazzetti (Periférica) Traducción de Natalia Zarco | por Dara Scully
Un rostro que se alza. Algo violento en la mirada, hostil. La voz de una muchacha joven, de una lucidez que nos desarma. Escuchamos con atención aquello que nos dice: bajo el fragor de sus palabras podemos reconocernos. Reconocemos su lucha, su rabia. La compartimos.
Penny ha conocido la miseria. La brutalidad del trauma, aquello que no puede contarse. El tabú de la familia muerta, abatida en su propia casa por las SS. Ahora, los fantasmas le tienden la mano. Su mudez agita a Penny, la perturba. Camina sobre su adolescencia con una herida abierta en el corazón; una llaga que supura, que se devora a sí misma desde dentro. ¿Cómo aparentar la normalidad? Baby, su hermana, mantiene su gesto apacible. En la mansión donde habitan las huérfanas se produce una fractura del mundo. ¿Cómo pasear por las calles? ¿Cómo reír cuando hay fantasmas en los pasillos? A Penny le hiere su propia supervivencia. ¿Por qué?, le pregunta a su prima muerta. Por qué tus cabellos se han cubierto de sangre. Por qué tu juventud fue segada de un tajo mientras la mía palpita, se yergue, se aferra con esta determinación a la vida. Cómo asimilar la culpa. ¿Pero es culpable, Penny? ¿Es justo que se culpen los que sobreviven?
Por eso la mirada. Esos ojos encendidos, voraces, que examinan con precisión el entorno. Penny se siente excluida del mundo. No comprende a sus compañeras. Desdeña la ciudad en la que vive, su alienación, su espíritu muerto. Ha comprendido lo que permanece velado; su cuerpo se rebela contra lo establecido. Sólo desea la libertad. Como mujer, como persona. Una libertad que se golpea contra la brutalidad del trauma, que tira de ella y la sacude. Si está viva, su vida debe servir para la grandeza. Hay una misión para ella, en alguna parte. ¿Por qué no la mataron los oficiales? ¿Por qué no mataron a su hermana Baby, esa hermana querida, el último hilo de su infancia? Baby contiene en sus ojos la ternura. En Baby, Penny encuentra un nido. No me dejes, Baby, y Penny extiende sus brazos, siente el mordisco de los fantasmas, la mirada de sus primas muertas, el riachuelo de sangre. Siente el peso de una Italia que la reprime, una Italia católica que oculta su fascismo bajo las alfombras. Las mujeres se casarán y parirán a sus hijos. Serán una sombra, la insignificancia. Y Penny atraviesa esa maleza de voces, esa maraña que tira como un lazo aferrado a sus tobillos. Sólo quiere caminar, Penny, pero la vida no le deja. Y por eso la rabia, una destrucción como sólo los adolescentes pueden producirla, total, desoladora. Y nosotros tememos por Penny, tememos que el fuego la devore, que la maleza sepulte su corazón valiente. Queremos tenderle nuestra mano lejana, pero sabemos que sólo ella puede arrancarse las espinas.
Con rabia es, en cierto modo, una biografía. Lorenza Mazzetti es Penny, suya es la adolescencia precoz, voraz, doliente, que nosotros descubrimos entre sus páginas. Suya es la lucidez de esa voz que resuena con fuerza. Porque si algo es Penny, por encima del dolor de su pérdida, de la culpa por haber sobrevivido, es lúcida. Hay una claridad total en su mirada. Una conciencia de clase, de la desigualdad, que sorprende incluso ahora. En los años cuarenta, Lorenza, Penny, supo ver la podredumbre del mundo. La miseria que se oculta tras una vida acomodada. La injusticia social, el machismo, la alienación. No sabemos si esta clarividencia es a causa de su precocidad o producto del trauma, pero mientras leemos la franqueza de su voz nos saca del aletargamiento. Sacude nuestra conciencia: nos rebelamos con ella. Queremos alzar la voz; de algún modo, su rabia nos contagia. Y aunque la voz de Penny es joven y como tal tiene la exaltación y el dramatismo del adolescente, en esencia podemos compartir su forma de entender la vida. Su universalidad. Y sólo podemos desear que haya más Pennys en el mundo, más Lorenzas, que, a pesar del miedo y los obstáculos, se suban finalmente a ese tren de la última página.
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