Probablemente, una de las mayores contribuciones creativas de la carrera de Paul Dini se encuentre en su revisión, junto a Bruce W. Timm, de la figura de Batman. De aquel Batman cuya eclosión aunaba el espíritu de las películas forjadas por Tim Burton con la estilización y los ambientes de los Detective Comics. Un Batman cuya encarnación animada fue, a buen seguro, la última gran representación del personaje creado por Bob Kane. Y decimos probablemente porque la de Dini es una de esas carreras con tantas luces (una vez más, el universo Batman y la creación de un personaje como Harley Quinn; Superman y su Paz en la tierra) que resulta difícil entresacar una del conjunto. De ahí, pues, que la recuperación de ECC Cómics de El poder de la esperanza, que volvió a juntar a Dini con los dibujos de Alex Ross, suponga una extraordinaria noticia.
Con Shazam, Ross y Dini concentraron su interés por explorar a los grandes superhéroes del universo DC a través de una mirada, digámoslo así, humanista. En una línea parecida a la que Jeph Loeb y Tim Sale aplicaron sobre Superman en Las cuatro estaciones, ahondando en ese paisaje emocional en el que Clark Kent fraguaba sus primeros pasos como superhéroe. Pura bonhomía traducida a los entornos rurales de Smallville. Con el Capitán Marvel, Dini y Ross sintetizan las claves del personaje desde su mitología para, a lo largo de la obra, acercarlo a ese entorno humano en el que convive Billy Batson, su alter ego, y en el que Shazam representa una fuerza de esperanza. De hecho, guionista y dibujante se aplican a la hora de desmenuzar cómo se refleja el poder de su protagonista sobre los demás; sobre una población que, en este cómic, pasa a un primer plano para ayudar a calibrar los sentimientos del Capitán/Billy Batson.
Es por ello que cobra tanta relevancia el dibujo hiperrealista de Alex Ross, la precisión con la que retrata el espectro emocional de su personaje y lo aísla en viñetas estáticas que son, en sí mismas, narraciones en un cuadro. El orgullo, la bonhomía, la aceptación que describen el viaje de Shazam y sus aventuras, pero sobre todo el contacto con los niños de un hospital que, en cierto modo, expresan la definición de esa esperanza encapsulada en la figura del superhéroe. En su descomunal anatomía, acentuada por el dibujo de Ross, que pone de relieve la escala diferente en la que se encuentran uno y otros, pero que sin embargo el calado emocional de ambos puede acercar hasta agruparlos en un mismo paisaje. Quizá porque, frente a otros héroes marcados por su destino solitario, el de Shazam resulta más bien global. Como encarnación de la esperanza que cada cual pone a resguardo, en el mejor sitio posible, para recordarse que no todo está perdido.
Si Dini toma el argumento del álbum para reflexionar sobre el papel del superhéroe en una sociedad contemporánea como la nuestra, Ross emplea su dibujo para ensayar su anatomía, sus hechuras de mito (y, no en vano, las de Shazam lo son) y su pervivencia dentro de un mundo que no deja de cambiar. De progresar y evolucionar en diferentes direcciones. De ahí, pues, que El poder de la esperanza comparte ese aroma retro, vagamente tradicional, con una fundamentada disección del carácter del héroe y su lugar en la sociedad. De ahí, pues, que los dibujos de Ross sepan cómo reflejar al mismo tiempo la vulnerabilidad de las emociones humanas con la inmortalidad de las figuras superheroicas. La dualidad, en definitiva, que expresa la narración de Billy mientras glosa las numerosas aventuras del Capitán Marvel.
Shazam. El poder de la esperanza es como esas portadas inolvidables de Chip Kidd, una historia en la que Paul Dini y Alex Ross ponen sus virtudes al servicio de un personaje convertido en mito. Que no necesita explicación, sino un acercamiento humano; comprensión, que no admiración. Un personaje descrito en su bonhomía, en sus apariciones prácticamente divinas, en la fragilidad con la que interviene en los asuntos humanos. El héroe reducido a las emociones. Los sentimientos de un adolescente puestos al servicio de un Dios. De ahí que las escasas 70 páginas que comprenden este volumen supongan una auténtica delicia y, al mismo tiempo, un extraordinario estudio de lo que significa ser un superhéroe. Todo ello, encapsulado en esa luz con la que Ross ilumina el rostro de su criatura. En esas facciones talladas de manera hiperrealista, trabajadas con modelos al natural. Con la intención de colocar a Shazam al lado de los humanos, como otro elemento más que nos ayuda a entender en qué tiempo vivimos, pero también qué tiempo construimos entre todos.
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