Quemaduras, de Dolores Prato (Minúscula) Traducción de César Palma | por Dara Scully

Dolores Prato | Quemaduras

Una muchacha interna. En el convento, las niñas aprenden la disciplina, la humildad, el ejercicio despiadado de la fe. Se habla de los misterios: Dios explicado en detalle, desmenuzado, atado al tobillo con una cadenita de oro. El mundo queda fuera y alejado. Su huella: una quemadura. Os quemaréis, dicen las monjas, si os entregáis a lo mundano. Pero la juventud apremia, persevera, desea alzar su vuelo jubiloso. La muchacha quiere pronunciar su nombre. Pronunciar la vida con su boca tierna de criatura.

La orfandad la ha confinado en el convento. Al otro lado del mundo, en América, un tío que la reclama. Extiende sus manos y ofrece la riqueza. Un casamiento: el salto de una jaula a otra. ¿Desea casarse, la muchacha? ¿Está la vida tras el océano? Las monjas dicen: te quemarás. El mundo, niña, nos tiende sus pequeñas trampas. Sólo en Dios se encuentra la salvación. Sólo en Dios, muchacha, hallamos la gracia. 

No es Dios, sino la culpa, quien la retiene. Su orfandad es una marca sobre la frente. Las monjas le han dado estudio y alimento; ella debe, por tanto, quedarse. Pagar aquello que ha recibido durante años. Entregarse, humilde, como un valor, hasta saldar la deuda. Pero la hermosa cadenita aprieta el tobillo con violencia. A la luz del día, el convento es de una dolorosa desnudez. Cómo renunciar a la vida, se dice la muchacha, cuando una es joven, cuando conoce sólo el sueño en una celda, cuando el mar se ondula en la distancia.

Pero la vida arde en nuestra carne. Ahí están las quemaduras. A la muchacha se le permite el estudio fuera del convento: la universidad, tanto tiempo anhelada, tiende su mano hacia ella. El mundo es de una belleza palpable. La muchacha ignora la rosa de la espina y alocadamente se lanza a la posesión de su pasado. Desea construir una hilera de pasos, un lugar en el mundo. Primero la hermana, hija de la madre muerta. Qué soy, se pregunta. Cuáles son mis antepasados. Qué luz me guía en este tránsito. Nos enternece su inexperiencia. Pero también, secretamente, nos hiere el daño futuro, aquel que la muchacha no espera, ciega como está a la negrura. El daño que, inevitablemente, a todos nos espera en nuestra senda.

Eso es, en cierto modo, ‘Quemaduras’. La voz de Dolores Prato rememora su primera juventud en un convento, el trance de alcanzar la vida adulta. Nosotros nos reconocemos en la palabra. Comprendemos la mirada amplia, nueva, de quien se abre por primera vez al mundo. Y también, aquello que nos retiene -la culpa, el miedo-: la cadenita que limita nuestro vuelo. Como la rosa, exhibimos una exuberancia que habrá de marchitarse con el tiempo. El olor, templado, tierno, posee una vida fugaz. Pero mientras dure, la muchacha reirá con júbilo, y también nosotros, en estas hojas, tras la lectura de este relato hermoso y breve, reiremos con ella.

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