Estirpe, de Marcello Fois (Hoja de lata) Traducción de Francisco Álvarez | por Marcello Fois
Tal vez por su condición insular, desconectada del paso marcial que las transformaciones sociales imprimen sobre las urbes, sin más frontera ni límite que el mismo mar, Cerdeña posee tal apego a sus mitologías y raíces que estas se filtran inevitablemente sobre su tradición literaria. O eso, al menos, se desprende de las lecturas de autores como Salvatore Niffoi, Flavio Soriga o Marcello Fois. Precisamente este último retrató un lugar, Ogliastra, encadenado a una figura, la de Samuele Stochino, el tigre. Al ambiente, los olores, el dialecto, la carne y la sangre. Estirpe, la segunda novela de Fois que publica Hoja de lata, regresa a su personal cosmogonía sarda para llevar a cabo un fresco familiar. La forja de una estirpe desde sus primeras raíces hasta su postrero eclipse, entre nacimientos, muertes, guerras y soledades.
Que Fois, oriundo de Nuoro, elija su patria sarda como punto de partida se debe entender en los mismos términos en los que Bagheria o las provincias de Sicilia son repetidamente invocadas en las obras de Leonardo Sciascia o Dacia Maraini. Más que una localización geográfica, se trata de un estado mental. Y eso que la de Fois es una escritura concentrada en recuperar los olores que trae el viento, en exponer sobre la página el calor y la fuerza física del trabajo de herrero, el sabor de las comidas de la gente modesta y la belleza (también modesta) de unas personas curtidas por el dolor y las pequeñas cosas que ofrece la vida. De ahí, pues, que para Fois contar la vida de los Chironi suponga ponerse en la piel de ese mapa sentimental de palabras tibias, sentimientos profundos y morales atemperadas por los anhelos de alcanzar una vida mejor. Acorde con el signo del tiempo, con las transformaciones que acaso se dejan sentir en la prosperidad del negocio de la herrería y el nacimiento de unos hijos destinados a prolongar, a ramificar, la historia de una familia. De un lugar. De un estado mental.
La violencia con la que el tiempo sacude a los Chironi, las decepciones que surcan con aire trágico los avatares de esa familia sarda, contrasta con la insólita fortaleza de sus vínculos internos. Con esa forma tan personal de recordar a los muertos, de absorber a los que ya no están en su memoria colectiva. Los días felices, las noches de terror (como en el asesinato de los dos hijos menores), la incertidumbre ante los renglones que se tuercen anunciando una forma alternativa de ver las cosas. El mundo. La vida. Eso que Fois se deja en cada uno de sus personajes, en los pensamientos que surcan los párrafos sin necesidad de marcadores textuales, pegados a la insondable belleza de una Cerdeña perdida. Casi imaginada. En la que Fois indaga como si se tratase de un álbum de fotos, tratando de dar nombre a todo aquello que lo ha perdido. Dejando que esos rostros desconocidos cuenten la historia de su patria, de su hogar, de unas raíces que bien podrían ser las suyas. De los años negros del fascismo, de la guerra que separó a los hijos de sus padres, de los padres que se convirtieron en la memoria de sus hijos, de la memoria que abonó el suelo con el aroma del tiempo.
Estirpe es una novela que versa sobre el tiempo, sobre las generaciones y las diferentes maneras que tienen de leer la Historia. De posicionarse en su relato. De no dejarse conducir por unos anhelos que nunca consumarán. Pero es, también, una novela que versa sobre esa resistencia al tiempo. Sobre ese primer padre, esa primera familia, que se mantiene incólume ante cada nuevo envite, por mucho que su interior se resquebraje ante el dolor de cada pérdida, ante el avance de la propia vejez. Pero que, a pesar de ello, mantiene esa rara esperanza en la fortaleza de las raíces con las que una vez, años atrás, empezó a construir el relato de su familia. Y Fois, como Maraini en La larga vida de Mariana Ucria, se remonta al pasado para dejar que las mitologías del lugar reflejen, como en un espejo, lo que queda de aquel ahora. Lo que ha sido y lo que es, y cómo ha llegado a ser.
Quizá a Fois, como a Blai Bonet, le bastaría con divisar la vida desde la ventana de su casa para palpar ese temperamento volcánico que late en cada una de sus páginas, que se derrama sin medida alguna en sus personajes. Que nos habla de cómo las imágenes, la belleza telúrica de una Cerdeña perdida, son suficientes para construir un relato. Su relato. Porque la agonía de la familia Chironi, el éxtasis y la decadencia, nos invita a imaginar a su autor pegando la oreja sobre esa tierra que ha pisado desde la infancia. En busca de los sonidos, de las palabras, de la musicalidad de su dialecto, de Nuoro para hacer justicia a la historia de sus raíces profundas. O como en esa bellísima evocación del fantasma de su protagonista observando la escena que ha abandonado, en busca de ese lugar tan íntimo, tan personal, tan cercano, que por fuerza solo la ficción puede alcanzar la intensidad con la que lo vivimos. Las palabras con la que le damos vida.
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