Mi infancia, de Helena Bochořáková-Dittrichová (Sans Soleil) | por Juan Jiménez García
Si la novela gráfica de la primera mitad del siglo XX no deja de ser una perfecta desconocida (ahora menos, con el concurso entusiasta de la editorial Sans soleil), qué decir de la primera mujer que publicó, allá por 1929, una. Fue obra de la checoslovaca Helena Bochořáková-Dittrichová y es precisamente este Mi infancia. En una línea formal próxima a Frans Masereel (o, por no salirnos de lo publicado por la editorial en su colección Wunderkammer, de Destino. Una novela en imágenes, de Otto Nückel), hasta ahí llegan seguramente las comparaciones. Mientras los otros estaban profundamente marcados por una visión trágica del mundo (un mundo entre dos guerras, que aún dudaba entre sus recuerdos o la idea de un nuevo mundo), la artista descansaba sobre una visión más amable (algo más sencillo si nos instalamos en esos años deformados por nuestra memoria en que éramos niños).
Mi infancia se convierte así en un libro de estampas. En un álbum de recuerdos construido mucho después, confiado a aquello que permaneció, cierto o no (qué triste será la visión de la infancia de los niños de ahora, enfrentados a miles de imágenes de sí mismos, incapaces de imaginarse). Desde el nacimiento hasta… bueno, hasta la visión reencontrada (vamos a ser misteriosos). Todo ello bajo el signo de la luz. Ya no solo por una visión iluminada de la misma, sino por la permanente luminosidad de todas sus estampas, en las que la luz atraviesa el espacio de las más diversas maneras, convertida en rayos que desgarran la oscuridad de la tinta.
Mi infancia podría considerarse una novela gráfica pero también un cuento ilustrado. Si buena parte de los artistas de esa época se inclinaban por confiar todo a las imágenes, poniéndose a la altura del cine mudo, Bochořáková-Dittrichová le dedica una mayor atención al texto. Hay un relato en Mi infancia, un relato de libro para niños, sin duda. Con todo, la artista podría quedar liberada de ese grado suplementario de expresividad que requiere que sean las imágenes las que tengan que contarlo todo, pero no es así. Cierto que, como decía, está más cerca del libro de estampas, pero cada estampa busca su propio significado y aspira a ser un objeto único.
Llegados a este punto, cabría preguntarse si Helena Bochořáková-Dittrichová conocía la obra de Josef Lada. Seguramente, siendo checoslovaca, era imposible no conocerla, aunque esto sea una suposición de un “observador distante” (y de alguien que no concibe que ningún checo no sepa de Švejk). Algo en ella nos remite a él (una idea de la infancia como juego o fiesta, pero también un trazo). Como si el ilustrador hubiera sido pasado por el filtro de Masereel e iluminado por ella.
Obra inscrita en la breve tradición de la novela gráfica (de su paso por París no salió indemne) pero también en una idea de la literatura checa, Mi infancia es una bella, tierna, aproximación a un mundo oscuro atravesado por los rayos luminosos de la niñez.
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