Es un año aciago por el repunte en la violencia de género en España. Es cierto que nunca habíamos tenido tantas plataformas a través de las que escuchar testimonios en primera persona, y mantengo la impresión de que hay una mayor conciencia respecto a la violencia contra la mujer, pero no es menos cierto que esas mismas plataformas también dan voz al acosador y muchas reacciones airadas tratan de esconder un profundo machismo definiendo un espacio de falsa objetividad. En cierto modo, todo esto conlleva una ampliación del espacio que definimos como violencia: nuevas oportunidades para mostrar la percepción desde el punto de vista del Otro, incluso experimentando esa realidad en primera persona, y hacernos más conscientes de la repercusión de nuestras acciones o de cómo estas han sido moldeadas en nosotros de un modo sobre el que no reflexionamos lo suficiente.
Lo que ocurre con la reacción indignada de quien es señalado como machista es que ofrece una imagen de nosotros mismos con la que no nos identificamos. Hemos aceptado el machismo como un rasgo tan negativo que de ningún modo puede ser una parte inherente a nosotros ¿Por qué entonces surgen grupos organizados que reivindican su identidad como misóginos?
Un villano sigue siendo una estrella en la ficción, algunos dirían que la única estrella que ejerce tensión gravitatoria sobre el relato. Un villano es alguien a quien se puede admirar como rebelde o incomprendido. El villano es quien puede mirar por encima del hombro a los demás, emitir un juicio sentencioso contra todo lo que no le complace y convertir su incomprensión en una justificación para el cinismo. Todo el mundo contra ti. Esa indomabilidad es atractiva y evita entrar en un proceso interno de autocuestionamiento, es la imagen del Joker como alguien que puede “reírse” de las desgracias ajenas, llegando a provocarlas, porque sólo Él ha llegado a comprender el mundo. Es la misma idea que deja caer el personaje de El Comediante en Watchmen cuando aún queda un atisbo de decencia en él, pero también el retrato inexpresivo, en blanco y negro, de Rorschach: un objetivista con traumas sexuales de los que culpa a su madre y con un sectario sentido de la justicia y el honor que le coloca como una presunta figura trágica. Como el chiste donde la radio anuncia al conductor que hay un coche en sentido contrario y este afirma: ¿sólo uno? Todos los demás se equivocan.
Número siete
Pa(i)sajes: La belleza del mal
Imágenes: Juan Jiménez García