El hijo de Virgil Timár, de Mihály Babits (Greylock) Traducción de Eszter Orbán y José Miguel González Trevejo | por Juan Jiménez García

Mihály Babits

Volvemos con Mihály Babits, escritor húngaro del que Greylock (por aquel entonces una editorial que empezaba) publicó El califa cigüeña, un libro sobre el doble. Escrito unos años después que este, El hijo de Virgil Timár no deja de tener una extraña relación también con lo doble. Lo viejo, lo nuevo, lo antiguo, lo moderno, la vida, la muerte, principio y final. La distancia de las cosas y las crueles ironías del destino. Traductor de Dante, tal vez El califa cigüeña no dejase de ser otro Infierno, como este no deja de ser otro purgatorio que aspiraba a paraíso.

Virgil Timár es un monje cisterniense que, además, es profesor. Entre sus alumnos siente especial predilección por Pista Vágner, un niño dotado. Timár está próximo a los cuarenta años y su vida se ha convertido en un montón de preguntas, de dudas. Ha dedicado toda su vida a cultivar ciertas certezas, cierto gusto por los autores clásicos, por la poesía de Virgilio, por la lectura y el estudio, pero ya no está seguro de que todo eso sea suficiente para justificar una existencia. Un día decide visitar a Pista en su casa. Su madre, una belleza que crió a ese hijo de padre desconocido sola, vive en la más extrema miseria, en un bloque de viviendas infecto en el que, al menos, su casa conserva una esforzada dignidad. Abandonó una vida libre (con lo que entonces significaba esa libertad a los ojos de tantos) por cuidar de ese hijo, y se marchó de Budapest para encerrarse en la ciudad de Sót. Y ahora, terriblemente enferma, solo espera la muerte, ante la desolación del hijo. Entonces Timár decide hacerse cargo de él. Ser un padre para él. Pisma pasa a formar parte de la familia de un rico abogado, mientras su relación con el monje y profesor se irá estrechando y cogiendo otro espesor, entre el ímpetu de la juventud de uno y las vacilaciones de la vejez del otro. Hasta que unos años después, cuando Pisma ya tiene diecisiete años, aparece el padre. Y llegará el momento, para Pisma, de elegir cómo vivir su vida.

Mientras leía la novela de Babits venía a mi cabeza otro libro de reciente lectura, con el que poco comparte a nivel formal pero no así en su esencia: El hijo pródigo, de Marghanita Laski. Si aquel eran las dudas existenciales y paternales de un padre, este no dejan de ser las dudas existenciales de un hijo frente a sus padres, y una reflexión sobre las necesidades de la juventud y las necesidades de los adultos, siempre dispares. El camino de Pista desde la infancia a la adolescencia es también el de Virgil Timár desde la duda a la certeza y desde la madurez a la vejez. Todo ello bajo una profunda inquietud: la elección entre el amor a Dios y el amor, que el profesor cree solucionar encontrando ese hijo elegido, que, a cambio de unas pocas horas a la semana y un pensamiento constante por él le evita continuar por el camino de esa incertidumbre, un rayo de luz en una oscuridad cada vez más y más profunda. La vida estaba en otra parte, también para el cisterniense Timár.


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