Hemos conocido muchos hombres efímeros. Generalmente escritores, que pasaron rápidamente por la literatura y nos abandonaron, convertidos en un nombre, el recuerdo de otros y un puñado de libros o uno solo. Algunos siguieron vivos, como Arthur Rimbaud. Otros murieron. En la literatura es fácil ser efímero. Es una cuestión de instinto, de azar. Pero, ¿se puede ser un matemático efímero? Es decir, cambiarlo todo a los dieciocho años y morir a los veinte. Que nadie te haga caso, que no entres en ningún sitio, que seas ignorado por todos (excepto por la policía y por otras razones) y que, aún así, seas capaz de dejar un puñado de hojas emborronadas destinadas a aquellos otros matemáticos que, en un futuro, entenderán que querías decir. Y no solo eso, sino que lo que decías cambia el sentido de lo conocido para abrir un camino que, ni aún en día (y hablamos de alguien que vivió hace doscientos años) ha terminado de ser transitado. En fin, todo eso es Évariste Galois.
Para muchos será solo un nombre. Los números y las palabras siguieron extraños caminos (pero no… las matemáticas fueron la obsesión de muchos escritores que amo, como Raymond Queneau, y están en el origen del OuLiPo). En todo caso, para muchos este Évariste será la biografía de un total desconocido. ¿La biografía? Bueno, ahora llega la clave de la cuestión. Por de Évariste Galois se sabe apenas nada. Ya no es que nació allá por 1811, sino que en vida no fue nadie ni nadie reparó en él. Nos han llegado dos retratos, cuatro papeles, algún testimonio de pasada y poco más. El vacío. El vacío por todos lados. Entonces ¿cómo escribir?
La revolución francesa ya ha pasado. Pero no fue la última revolución francesa. A ella le siguieron otras, bajo la sombra de aquella guillotina del pasado. De nuevo, la monarquía. Carlos X. No habían aprendido mucho, y el absolutismo volvía a tomar carta de presencia. En 1830, julio, y durante tres días, el pueblo se vuelve a lanzar a las calles. El rey vuelve a caer pero nadie se atreve a instaurar una Segunda República. De momento. Nuevo rey, otros tiempos. Évariste Galois es republicano y eso le lleva a meterse en follones y a acabar en prisión, aunque sea fugazmente (aunque unos meses en las prisiones de entonces no eran cualquier cosa). Estos tiempos atraviesan toda su historia. François-Henri Désérable vuelve sobre unos temas que le interesa particularmente (no olvidemos, también editado por Cabaret Voltaire, Muestra mi cabeza al pueblo).
¿Y nuestro matemático? Désérable se entrega a una apasionada, vertiginosa, recreación (¿o debería decir “creación”?) de su vida. Hay que completar tremendas elipsis, imaginar personas, encuentros, palabras. Pero no solo eso. Hay que reconstruir decepciones, ambiciones, amigos y enemigos, entregarle a la mediocridad del mundo, hasta que, finalmente, quede ahí, tendido sobre un campo no sabemos de qué, abatido en un duelo, a saber por quién ni por qué motivos. Sin pasión (toda esta quedó en una habitación, la noche anterior, enfrentado a esas matemáticas). Héroe de otro tiempo por venir.
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