El zar del amor y el tecno, de Anthony Marra (Armaenia) Traducción de Jacinto Pariente | por Juan Jiménez García

Anthony Marra | El zar del amor y el tecno

Un día se levantaron y la Unión Soviética ya no estaba allí. Estaba otra cosa y ni tan siquiera era la última cosa. Y cuando ya no estaba ni esa penúltima cosa se dieron cuenta que habían pasado unas cuantas décadas y un montón de calamidades para encontrarse con que de nuevo eran rusos. Escombros y almas a la deriva. Porque después de todo eso fue siempre el común denominador: los escombros y el alma. No los escombros de edificios en ruinas o de estatuas caídas, como caídos estaban aquellos a quienes representaban. No. Escombros de seres humanos. El hombre de a pie, siempre zancadilleado. Hasta ahora habíamos recorrido todos aquellos años de la mano de aquellos que los habitaron. Las víctimas. Porque víctimas eran todos, más tarde o más pronto. Bueno, tal vez no. Pero eso es otra historia. Lo curioso de El zar del amor y el tecno es ver a un joven escritor estadounidense, Anthony Marra, escribiendo una novela sobre aquella época. Y también como esta se instala entre todas esas grandes y terribles obras, con la ironía de Liudmila Petrushévskaia, los perdedores (las perdedoras) de Svetlana Aleksiévich o las cosas inútiles de Yuri Dombrovski. Y más, otros más.

El zar del amor y del tecno es un libro de relatos. Dice su autor. Aunque es un solo libro que salta de época en época, de año en año, de personaje en personaje y de lugar en lugar para ofrecer una sola historia que es imposible de resumir. Todo empieza en una ciudad llamada Leningrado, en 1937, para acabar (en realidad no) en otra llamada San Petersburgo. Una misma ciudad. Allí, en Leningrado, un censor quita de la Historia a los caídos en desgracia, que son tantos en tiempo de Stalin. En Siberia, por aquel tiempo, una bailarina danza en un campo de concentración. En Chechenia, se trata de preservar lo poco que queda del arte, como si allá importara el arte para algo. No entonces, en todo caso. De ellos van surgiendo ríos y riachuelos, vidas y muertes y el retrato de un época nada gloriosa que sería reemplazada por otra menos gloriosa y otra menos gloriosa y en eso están. Sí, quedan los espejismos, que son tantos en los oasis.

Para Anthony Marra, todo es una cuestión de destino. O destinos cruzados. El destino, esa otra forma de azar. Más solemne. Solemnidad tenían a toneladas en la Unión Soviética. Tanta que aún la están gastando. En El zar del amor y el tecno parece que todos están condenados a acabar mal (y quién no, en aquellos tiempos). Sí, tienen su tiempo, sus pequeñas oportunidades de ser alguien y sobrevivir a ese ser alguien (cuando lo que se lleva es que nadie repare en ti, mucho menos que nadie, el vecino de al lado). Pero está la fatalidad, algo tan ruso como el alma. Desde aquel abrigo nuevo robado, desde aquella nariz perdida. Tal vez antes. Así, pues, sucesión de destinos y fatalidades con finales nada felices, aunque a veces, se logre encontrar algo así como un instante de felicidad. O de justicia. Qué final más maravilloso tiene este libro (ya no hablo de aventuras espaciales, sino de encuentros). Vivir para llegar a ese instante. Bueno, sobrevivir para encontrar que un puñado de cuerpos lanzados a la nada acabarán por encontrarse. Quizás. Un día. Ellos solos. Porque la Historia, al final, es algo íntimo. Y esa es nuestra victoria.

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