Body Art, de Don DeLillo (Seix Barral) | por Óscar Brox
En comparación a algunas de sus obras fundamentales –Submundo o Mao II, por ejemplo-, Body Art es un pequeño aguafuerte que gira sobre los temas recurrentes de la obra de Don DeLillo: la convivencia entre el arte y el sujeto, el sentimiento cada vez más efímero de pertenencia a un lugar y a un tiempo, o la inscripción (la memoria) que depositan ese lugar y tiempo en nuestro interior. En su relato, DeLillo pone a prueba los límites de un cuerpo: el de una performer, cuyo marido se ha quitado la vida, que inicia un proceso de auto-extrañamiento. Como un fantasma, Lauren empieza a distanciarse de un cuerpo, de una memoria con los que no sabe cómo negociar porque no dejan de recordarle la muerte de Rey, su marido. En uno de sus mejores relatos, Ingeborg Bachmann narraba la tranquila extinción de un romance a partir de la alienación que la combinación de idiomas -italiano, alemán, inglés- producía sobre la pareja, sobre su mundo, un caos de lenguas en el que se perdía la comunicación. En Body Art, DeLillo nos recuerda de qué manera el lenguaje, las palabras, imbrican una serie de relaciones cuyo vector acaba siendo nuestro propio cuerpo. Así, la aparente incomunicación que empieza a palpar su protagonista se despliega como un virus que devora su identidad, sus rasgos más reconocibles -esa piel exfoliada que cambia hacia un color neutro; la voz que deja de sonar familiar para dispersarse en otras voces-, aquellas palabras que pronunció cuyo eco devuelve un amasijo de expresiones inconsistentes. Body Art podría haberse titulado ¿hasta dónde puede un cuerpo?, ya que la performance final de su protagonista, un desafío físico en el que transforma sus rasgos en los de una anciana o un hombre afásico, muestran ese límite quebrado en el que una identidad se descompone hasta borrar aquellos signos de lo que una vez fue. El lenguaje, inarticulado y traumatizado, revela la huella del terror inherente a la condición humana: cuando no somos capaces de aceptar la herida del trauma, nos abandonamos a un descenso en el que no podemos continuar siendo nosotros mismos. El cuerpo, las palabras y el mundo alrededor dejan de existir. La vida, exhausta, también. El arte permanece como ese poso misterioso, secreto y casi indescifrable, que dejamos tras desaparecer; un punto de encuentro para rastrear nuestras huellas.
¿A qué relato de Ingeborg Bachmann haces referencia?
Hola! Me refería al relato que abre Tres senderos hacia el lago, en su edición de Anagrama. Si no recuerdo mal, en él se enmarañaban las diferentes lenguas que que hablaban los personajes hasta erosionar lentamente su identidad. No recuerdo si está incluido en la nueva edición de Siruela. Pero, en fin, de ese se trataba.
Muchas gracias. . )
Por cierto, donde dije Anagrama es Alfaguara. Perdón por el lapsus.