Valdeska

O God, I could be bounded in a
nutshell and count myself  a King
of infinite space.

Hamlet, II, 2 (Borges encabezó el cuento “El Aleph” con esta cita de Shakespeare)

 

Las resonancias eslavas de Valdeska siempre me invitaron a pensar en una oscura princesa rusa o en la protagonista de alguna película de Jiří Menzel. Sin embargo, tras el nombre de la librería cuyas estanterías habré fatigado tantas veces, se esconde el nombre de una santa italiana, nacida Ubaldesca Taccini. La elección de este nombre, según cuenta Sergio, no obedece a otra razón que a la casualidad. Un antiguo grabado sobre una mesa, una mirada, un pensamiento y… ¡zas! Ya tenemos nombre.

Valdeska es una isla y es todas las islas; es una librería y es todas las librerías; podría ser una cáscara de nuez y contener un reino infinito. Valdeska es un archipiélago, pero bien podría ser un Aleph. De modo que si el paseante, la lectora empedernida o el curioso franquean sus puertas desde la valenciana calle del Mar, lo primero que hallará es un pedazo del lejano Oriente: Lo bello y lo triste de Yasunari Kawabata o los Fantasmas de la China de Lafcadio Hearn, pongamos por caso, junto al corazón de la literatura centroeuropea: Robert Walser, Stefan Zweig, Peter Handke. Como un puente sutil, Zen en el arte del tiro con arco, de Eugen Herrigel, libro que el librero no se cansa de recomendar y que no me he cansado de regalar.

Y si se aproxima al gran escritorio atestado de libros, objetos y papeles que sirve como mesa de trabajo y como mostrador, con sus dos silloncitos invitando a sentarse y quedarse un poco más, el paseante, la lectora empedernida o el curioso dejarán atrás los territorios visitados para detenerse en una nueva selección, casi siempre protagonizada por un devoto editor: José J. de Olañeta; casi siempre, protagonizada por hombres que caminan: Petrarca en su Subida al Monte Ventoso, Thoreau en su Pasear, Stevenson y sus Excursiones a pie. No muy lejos, como un planeta oscuro, se alza una estantería de madera, como las demás, cuya anchura no excede la de la columna sobre la que se apoya. Volvemos al corazón de Europa, núcleo de la cultura, territorio de la barbarie: en la librería en la que solo el criterio del paseante, de la lectora empedernida, del curioso, separan la narrativa del ensayo, la filosofía de la crítica de arte, la música de la poesía, poco más de treinta centímetros de ancho por bastantes más de alto contienen LTI: Lingua Tertii Imperii, de Victor Klemperer, Maus de Art Spiegelman y Prisionera de Hitler y Stalin, de Margarete Buber-Neumann, entre otros.

Levante la vista, tratando de buscar refugio, y lo hallará a su derecha: en la vitrina acristalada, la colección de juguetes antiguos ha cedido su espacio a una caprichosa y no tan caprichosa selección de obras. En rigurosa contigüidad, El nacimiento de la tragedia, de Friedrich Nietzsche y La potencia del pensamiento, de Giorgio Agamben. Cerca, El libro de los pasajes de Walter Benjamin. Un poco más allá, un volumen dedicado a las crono-fotografías de Eadwaeard Muybridge: tiempo y movimiento. Ahora, La imagen superviviente, de Georges Didi-Huberman y, en el centro, el resultado más tangible de La curación infinita de Aby Warburg, El ritual de la serpiente, salvoconducto que abre el paso hasta Atlas Mnemosyne: ¿una metáfora de la librería que los contiene? No forcemos la maquinaria, se trata solo de un pretexto, de un juego que ha servido de inspiración al artista Xisco Mensua (otros vendrán) para realizar una serie de grabados sobre los que detener la mirada antes de proseguir nuestro deambular entre las mesas y estanterías de Valdeska. Un nombre, una casualidad, un pretexto.

 

* Este texto es para Sonia Mattalía, buscadora de alephs (in memoriam).

Valdeska


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